Larra decía en un artículo contra la autoridad, burlando la censura, que «Lo que no se puede decir, no se debe decir”. Afortunadamente ahora hay libertad de expresión (este blog es un ejemplo de ello) y por eso mi entrada se llama "lo que se debe decir, se puede decir".
Cuando trabajé en plena transición en el Ministerio de Defensa, en la Dirección General de Pagos como “tocateclas”, tuve como jefe al Teniente Coronel Ángel Soto Jiménez, que nos trataba a todas las secretarias con cariño y respeto. Tengo el recuerdo imborrable del general Gutiérrez Mellado dándonos la mano al personal civil el día que se incorporó a su puesto de Ministro de Defensa. ¡Para que luego digan de los militares!
En el mundo de la enseñanza, tanto en la privada como en la pública, he conocido a muchos directores, a ninguna directora por ahora, y mi experiencia no ha sido buena. He cambiado mucho de destino para evitar el adocenamiento, además desde mi primer destino en Fuenlabrada, en cuanto he podido, he intentado acercarme a mi barrio, a pesar de saber que en todas partes cuecen habas. Aunque el último instituto fue una equivocación garrafal de la que me enteré el día que aparecieron las listas definitivas: confundí el código de la zona con el de otro centro.
La mayoría de los jefes que he tenido han sido correctos y desempeñaban bien su trabajo, lo que no es fácil. A uno de ellos le perdían las faldas de las profesoras jovencitas recién llegadas; dos han sido excelentes y dos, nefastos. Sobre todo, uno que, sin ninguna habilidad social, gobernaba su reino de taifas haciéndole la vida imposible a los que estaban a sus órdenes con continuas amenazas de pérdida de haberes. Para empezar, el primer día que te presentabas, sentado detrás de una mesa, te pedía una foto sin mirarte a los ojos para pasar a llamarte por el apellido. Después practicaba la política de "o estás conmigo o contra mí". Si tenías destino definitivo, eras licenciada con criterio propio, con más de 45 años y de una asignatura de letras, ya te habías convertido en su enemiga. Todo un ejemplo de síndrome de Procusto.
El jefe español –incluidos subjefes o jefes intermedios– se levanta todas las mañanas no pensando en cómo hacer bien su tarea o sacar mejor rendimiento a quienes tiene a sus órdenes (sin explotarlos), sino diciéndose: “Soy jefe, a ver cómo lo hago hoy notar”.
Esta patología se llama "trastorno paranoico de la personalidad"; para el que la padece, lo importante no es que las cosas funcionen bien gracias a su trabajo, sino saberse por encima de otros y que dependan de sus decisiones. Ve conspiraciones en todas partes.
Un día perfecto, Melania G. Gamuzzo