miércoles, 21 de julio de 2010

El jefe español: lo que se debe decir, se puede decir


Larra decía en un artículo contra la autoridad, burlando la censura, que «Lo que no se puede decir, no se debe decir”. Afortunadamente ahora hay libertad de expresión (este blog es un ejemplo de ello) y por eso mi entrada se llama "lo que se debe decir, se puede decir".
Cuando trabajé en plena transición en el Ministerio de Defensa, en la Dirección General de Pagos como “tocateclas”, tuve como jefe al Teniente Coronel Ángel Soto Jiménez, que nos trataba a todas las secretarias con cariño y respeto. Tengo el recuerdo imborrable del general Gutiérrez Mellado dándonos la mano al personal civil el día que se incorporó a su puesto de Ministro de Defensa. ¡Para que luego digan de los militares!
En el mundo de la enseñanza, tanto en la privada como en la pública, he conocido a muchos directores, a ninguna directora por ahora, y mi experiencia no ha sido buena. He cambiado mucho de destino para evitar el adocenamiento, además desde mi primer destino en Fuenlabrada, en cuanto he podido, he intentado acercarme a mi barrio, a pesar de saber que en todas partes cuecen habas. Aunque el último instituto fue una equivocación garrafal de la que me enteré el día que aparecieron las listas definitivas: confundí el código de la zona con el de otro centro.
La mayoría de los jefes que he tenido han sido correctos y desempeñaban bien su trabajo, lo que no es fácil. A uno de ellos le perdían las faldas de las profesoras jovencitas recién llegadas; dos han sido excelentes y dos, nefastos. Sobre todo, uno que, sin ninguna habilidad social, gobernaba su reino de taifas haciéndole la vida imposible a los que estaban a sus órdenes con continuas amenazas de pérdida de haberes. Para empezar, el primer día que te presentabas, sentado detrás de una mesa, te pedía una foto sin mirarte a los ojos para pasar a llamarte por el apellido. Después practicaba la política de "o estás conmigo o contra mí". Si tenías destino definitivo, eras licenciada con criterio propio, con más de 45 años y de una asignatura de letras, ya te habías convertido en su enemiga. Todo un ejemplo de síndrome de Procusto. 
Javier Marías, en Caricatura del jefe español (o no tanto) , retrata perfectamente a jefes como él: "Decía Richard Ford, el viajero inglés que en el siglo XIX recorrió toda España a caballo y en diligencia, que una de las más invariables características españolas, desde tiempos de Viriato y aun más atrás, era la de tener pésimos reyes, generales, caudillos, mandatarios eclesiásticos, gobernantes y jefes: indignos de confianza, abusivos, despóticos, engreídos, soberbios, incompetentes y metepatas. Ford celebraba que, de vez en cuando, a este o al otro sus subordinados hubieran acabado pasándolos por las armas tras rebelarse contra ellos, pero lamentaba que tan sabia y justa decisión llegara siempre demasiado tarde, cuando el dirigente había cometido todos los estropicios posibles y había dejado inservible o arruinado lo que quisiera que tuviera a su mando (...).
El jefe español –incluidos subjefes o jefes intermedios– se levanta todas las mañanas no pensando en cómo hacer bien su tarea o sacar mejor rendimiento a quienes tiene a sus órdenes (sin explotarlos), sino diciéndose: “Soy jefe, a ver cómo lo hago hoy notar”.
Esta patología se llama "trastorno paranoico de la personalidad"; para el que la padece, lo importante no es que las cosas funcionen bien gracias a su trabajo, sino saberse por encima de otros y que dependan de sus decisiones. Ve conspiraciones en todas partes.

"El jefe no le hizo ninguna indicación para que se sentara .. los hombres sentados siempre están en una posición de ventaja, los profesores, los jueces, los generales."
Un día perfecto, Melania G. Gamuzzo

Juan Eslava Galán: El Madrid de Alatriste

Una es escritora, la otra no



Tienen la misma edad. Estuvieron muy unidas. Vivían en el mismo barrio. Sacaban más o menos las mismas notas. Se conocieron en primer curso de comunes, estudiaron la misma especialidad (Filología Románica). En tercer curso comenzaron la carrera de Periodismo. Conocieron a los mismos profesores, compartieron confidencias, lecturas y amigos, realizaron la tesina en el Instituto Arias Montano. Se separaron poco después sin enfadarse, en silencio. Tiempo después, se encontraron por casualidad en La Feria del Libro, donde Paloma, a los diecinueve años, publicó por primera vez un libro, ”Biografía de genios, sabios, traidores y suicidas, según antiguos documentos”, pero la otra desvió la mirada. Tampoco la saludó, hace un par de años, en una conferencia multitudinaria en la Fundación Juan March.

Una fue profesora de Universidad y ahora investigadora del CSIC, la otra profesora en un centro de secundaria. Una es especialista en literatura medieval, la otra aprendiz de todo. Una ha publicado muchos libros, la otra escribe en un blog. Una ha recibido numerosos premios, la otra sólo uno. Una es muy fuerte y segura, sabía lo que quería desde el principio; la otra muy frágil, todavía no sabe lo que quiere. Una ha triunfado: es una de las mejores escritoras que hay en estos momentos, escribe como los ángeles; la otra no.

He leído la mayoría de los libros de Paloma Díaz Mas (“El sueño de Venecia” es el que más me gusta) y me siento muy orgullosa de sus éxitos. En el libro autobiográfico “Como un libro cerrado” me cita fugazmente como una compañera que la acompañó a casa de un profesor. ¿Qué pasó para que nos distanciáramos? Ahora lo tengo claro: dejamos de caminar al mismo paso. Me hice más amiga de una amiga suya y cuando elaborábamos la tesina se pusieron en evidencia aún más nuestras diferencias de carácter. Paloma tenía despacho, beca y congeniaba con Jacob Hassan; yo no encontraba mi sitio y no tenía ninguna empatía con Hassan. Paradójicamente, a ella se le abrieron las puertas de la investigación con los cantos de muerte sefardíes y a mí se me cerraron con los cantos de nacimiento.

Todo esto viene a cuento porque he visto en una conferencia suya una referencia positiva a mi trabajo de aquellos tiempos (“cantos de parida, clasificados y estudiados por Mª Ángeles Cuéllar en un trabajo por desgracia inédito” pág. 198) y esta casualidad ha hecho que me anime a decirte que recuerdo con mucho cariño el tiempo que compartimos juntas. Suscribo todo lo que escribes sobre Jacob: a mí también me enseñó a trabajar con ideas claras y esquemas precisos.

La carta de Ramés: para comprender el esquema de la comunicación

domingo, 18 de julio de 2010

"Una mesa es una mesa" de Peter Bichsel: para estudiar el signo lingüístico


Nota sobre el documento: debo advertir que el documento lo copié directamente de un blog y al leerlo en clase me di cuenta de que está lleno de errores y erratas, de las que no me queda otro remedio que hacerme responsable.

Las mujeres que leen son peligrosas

Judeoespañol


A veces se nos olvida un dialecto del castellano: el judeoespañol o ladino, la lengua castellana de la época de los Reyes Católicos que los judíos se llevaron a su exilio. La lengua de los sefarditas o sefardíes (derivada de la palabra en hebreo que significa España, “Sefarad”) ha evolucionado muy poco, ha incorporado muchas palabras del hebreo y algunas palabras del árabe, turco o griego, y nos sirve para hacernos una idea de cómo era la fonética del castellano en el siglo XV. La audición de estos textos nos puede servir en clase como un ejemplo de la lengua y la literatura de esa época.
Los judíos fueron expulsados de España el 31 de julio de 1492, por un decreto que establecía la obligación de abandonar el territorio español, excepto a los que se convirtiesen al cristianismo. La mayoría de los sefardíes optaron por el exilio, y casi todos ellos fueron recibidos por el sultán Bayaceto II en el Imperio otomano. Otra parte se estableció en Marruecos, Holanda y algunos países de Europa Central.
Los sefardíes establecidos en el Imperio otomano pertenecían a un nivel social y económico en cierta medida superior al de las poblaciones autóctonas, lo cual permitió que éstos conservaran la lengua y la mayoría de sus tradiciones hispánicas por casi 400 años. Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la II Guerra Mundial, una serie de cambios históricos, políticos, sociales y culturales alteraron profundamente el entorno en que vivían los sefardíes y, en consecuencia, sus modos de vida.
En la actualidad, los sefardíes se encuentran dispersos por todo el mundo y, aunque
conservan la conciencia de sus orígenes y algunos de sus elementos identitarios (como
la práctica de una liturgia sinagogal específica), han perdido la mayor parte de sus
rasgos culturales específicos, incluido el uso de la que fue su lengua durante siglos (el judeoespañol), hoy relegada a entornos y usos muy minoritarios. El número de hablantes de judeoespañol ronda  los 150.000.
La literatura, muy influida por los romances y canciones castellanos, se ha transmitido fundamentalmente por vía oral. Cuando los textos se escribían, lo hacían con caracteres hebraicos al igual que los mudéjares usaban el alifato o alfabeto árabe. A este tipo de escritura con alfabeto no latino se llama aljamiada.


Canto de parida o de nacimiento:

Dos canciones de amor:

Tu madre cuando te pario
Y te quito al mundo
Coracon ella no te dio
Para amar segundo,
Adio,
Adio Querida,
No quero la vida,
Me l'amagrates tu,
Va, busacate otro amor,
Aharva otras puertas,
Aspera otro ardor,
Que para mi sos muerta.....



Elías Canetti, que nació en Rutschuk (Bulgaria), en el bajo Danubio, cuenta en La lengua absuelta, el primer tomo de su autobiografia, que las primeras canciones de su infancia fueron viejos romances españoles." Manzanicas coloradas las que vienen de Stambol", así termínaba una de esas canciones. Butica, era la tienda donde el abuelo y sus hijos pasaban el día; y cuando venía a verles un tío suyo, hermano mayor de su padre, se dirígía a él y, estirando su mano sobre su cabeza, le decía: "Yo ti bendigo, Eliachu, amén". También recuerda que durante el parto de su hermano oyó gritar a su madre desde la puerta: " ¡Madre mía querida! ¡Madre mía querida!" El ladíno o castellano antiguo fue una de las lenguas de Canetti. Tenía que ver con el pasado remoto de su familia. Eran sefardíes, y el español que hablaban desde la expulsión había evolucionado muy poco a través de los siglos. Los sefardíes, judíos creyentes para quienes la vida de la comunidad religiosa tenía un significado esencial, se consideraban judíos especiales, orgullosos y arrogantes, lo que según Canetti estaba estrechamente relacionado con su tradición española. Ese orgullo les había hecho conservar las palabras que guardaban la memoria de aquel lugar remoto que se habían visto forzados a abandonar y, tal vez, con esa memoria la ilusión del regreso.