
He descuartizado
un árbol de yuca en mi patio. La planta la encontré en la calle prácticamente seca
hace más de quince años. Con agua y pocos cuidados, solamente retirando las
hojas más bajas que se iban quedando amarillas, ha crecido a su gusto llegando casi a los
cuatro metros de altura. Hace tres años, para delicia de todos se coronó de un espléndido penacho de
flores blancas. Ahora, dada su envergadura, resultaba un peligro y, como no la podía donar porque era imposible
sacarla por mi casa, no me ha quedado más remedio que podarla. La tarea ha sido muy trabajosa porque carezco de
experiencia y de herramientas, así que utilicé
una sierra de calar que cumplió su misión y murió quemada. He podido sacar
tres vástagos y su tronco leñoso está cortado en trozos de unos 15 centímetros para colocarlos en agua por si enraízan. Sus muñones se han quedado como recuerdo y me duelen en el alma. No sé si sobrevivirá. Si las plantas sienten, espero que también olviden. Vengarse, se vengó porque cayó encima de mi hombro.
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