En el balneario había tiempo para todo, sobre todo para las
confidencias. Como siempre se veían en grupo, las dos amigas se dieron cuenta
de que apenas sabían nada la una de la otra. ¿Y a ti cómo te va con tu chico?
Bien. Seguimos juntos. Hace ya más de veinte años que nos conocemos. El secreto
tal vez esté en que nos vemos poco y nos llamamos mucho. Como nuestra relación
no podía ser y era secreta,
suponíamos que no duraría y ha sido todo lo contrario, el paso tiempo nos ha unido inexplicablemente todavía
más. Vivimos en una burbuja propia al margen de la realidad. Saber que tenemos
un rincón propio los sábados te da tanta confianza como si tuvieses una saneada
cuenta corriente. Los demás se pueden morir de sed, pero nosotros tenemos
nuestro propio oasis. No tenemos rutinas familiares, vivimos el resto de la
semana con lo que nos alimentamos en las cinco horas semanales en que nos
vemos. Seguimos sin ponernos condiciones ni compromisos. Nos dedicamos
completamente el uno al otro en ese espacio íntimo que hemos creado a base de
sexo y de conversaciones. Como no hay convivencia, no hay monotonía. A las
citas llegamos como dos náufragos y salimos reforzados. En esta amistad amorosa hemos aprendido mucho
el uno del otro, nos hemos reconfortado de nuestras frustraciones e
inseguridades. Si al principio nos costó bailar este tango, ahora lo dominamos.
A mí, esta seguridad emocional no me ha impedido el encuentro con otras
personas sin la preocupación de inventar excusas y mentiras. Si no acudimos a
nuestra cita semanal, nos falta el aire. Nuestra burbuja no está hecha de sueños que tienden
a elevarse y desaparecer, está hecha a prueba de pinchazos, es un lugar
acondicionado para vivir aislados de las toxinas, del que podemos entrar y
salir sin agobios para que se renueve el aire y no tenga que explotar. La
tentación es que se está tan bien en ella que nos da miedo salir. La relación
paralela para nosotros es la vida fuera de este espacio entrañable, único e
irrepetible.
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