Y allí estaba ella como en el tango: sola, fané (estropeada,
marchita, venida a menos), descangayada (maltrecha, malherida, desvencijada) sentada
en un banco donde otrora se sentara el frente de juventudes (eufemismo por los
viejos del pueblo), mientras sus lágrimas esquiaban sobre sus rugosas mejillas.
La acompañaba una bolsa de Galerías Preciados que contaba la friolera de veinte
años. Esperaba que la sacasen del pueblo porque acababa de quemar sus naves.
Había vaciado de trastos la parte de la casa del abuelo que les había
correspondido a sus padres. Donde antaño hubo felicidad y esplendor, solo
quedaba ahora suciedad y deterioro. Se cerraba el círculo de la vida. Tras las
gafas oscuras trataba de olvidar la escena terrible donde las bolsas de basura,
que contenían los enseres viejos y sucios, habían sido rodeadas por un círculo
de gitanas que sin ningún pudor abrieron y trajinaron todo lo que había dentro. En
apenas unos minutos no quedó nada de los somieres ni de los colchones ni de las
lámparas. Habían acudido como las moscas a la miel, como los buitres a la
carroña, como los ratones al queso. Al final el contenedor estaba vacío con pequeños
jirones de recuerdos.
Se acordó de los besos que todos los días hasta el mes de
marzo daba a su madre y que la hacían reír como una chiquilla de cinco años hasta
que terminaba diciendo: “ya está bien”; porque había sido educada en épocas de
carestía. Y los echó de menos, tanto que se acercó a la cercana gestoría Prats buscando
el rastro del olor familiar. Pero se sintió ridícula ante el portero automático
porque solo se le ocurría balbucir: “soy prima de Vicente, ¿puedo hablar con él?.
Es que me ha dado un ataque de morriña que no he podido superar”. Se volvió a
sentar en el banco, apenas le llegaban los pies al suelo. Ahora sí que se
acababa de romper el cordón umbilical que la unía a los suyos, a esos
habitantes que compartían genes con ella y que parecían ajenos e insensibles a
su desánimo. Enseguida vinieron a rescatarla, la espera liberadora afortunadamente
solo duró diez minutos. La tortura culpable
mucho más.
2 comentarios:
Magnífico y conmovedor relato. Me lo quedo.
Una vez más, gracias.
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