La atraía más que una tarta de chocolate. Daba vueltas ciegas a su alrededor como una
polilla ante la luz, notaba que un inexistente imán la acercaba a su cuerpo más
de lo que dictan las buenas costumbres. Era su olor lo que la subyugaba, un
perfume embriagador (tatatatatataaaaa que decía la canción de El Padrino) que
le hacía quedarse en éxtasis con cara beatífica. Le atraía más su olor que su
sonrisa, la fragancia que exhalaban sus poros más que su generosidad, el aroma percibido
más que su sentido del humor, la vaharada de sensaciones más que su
inteligencia. Lo notó nada más darle la mano y lo percibía todas las mañanas
cuando le veía por los pasillos, incluso cuando se confundía con el olor de la
tortilla de patatas del desayuno. Unas veces henchida de satisfacción y otras
herida de hiperestesia vagó todo un año husmeando ese efluvio atávico destilado con feromonas y masculinidad. Envidiaba a la mujer que se bañaba en ese prodigio todos
los días y que seguramente era el origen de esa esencia artificial. Pasado un
tiempo se lo encontró por casualidad y en un beso de rutina recordó todas las
sensaciones pasadas. Armándose de valor, por fin, se atrevió a preguntar como quien no quiere la
cosa:
- - ¡Qué bien hueles! ¿Qué colonia utilizas?
Sorprendido, le respondió: Massachusetts. Con esa
estrambótica marca por botín, se fue inmediatamente
a pedir la droga más dura que había inhalado. Cuando llegó a casa se la regaló
al hombre de su vida y todas las noches ponía la nariz en su hombro para sentir
la más absoluta plenitud.
3 comentarios:
Luego te pongo mi comentario, que tengo prisa.
No soy Angeloxo.
fantástico ...
Genial, a ver cuando lo vemos en papel.
No soy Guillermo jajaja...
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