A veces es sano y normal no tener vergüenza de algo. Yo, por ejemplo, no tengo vergüenza de no saber chino, por muy importante que sea (y cada vez más); puedo decir que es muy difícil, que me ha pillado mayor, que quién iba a pensar, etc. Sí la tengo de no saber inglés, o apenas, y ahí no tengo nada para justificarme.
Lo malo es que ahora mucha gente, sobre todo entre “los de arriba”, parece no tener vergüenza de cosas que la merecerían. Se ponen sueldos astronómicos para navegar por las más altas esferas de la sociedad, mientras dejan a millones de personas arrastrándose por el subsuelo, e incluso lo proclaman sin complejos: “porque yo lo valgo”. Roban cantidades desmesuradas, y se siguen postulando como un modelo para todos.
Lo peor es que nos estamos acostumbrando, y es un camino muy peligroso. Cuando alguien es capaz de mirar a otro a los ojos y decirle: “Yo tengo de todo y tú nada; por algo será. Es justo que sea así”, ya no estamos en una democracia. Estamos volviendo a las castas y a la esclavitud.
Sería preciso enseñar un poco de vergüenza a nuestras clases dirigentes. Para ser dirigente hay que tener un mínimo de ejemplaridad. Si, como ha dicho un ministro, “estamos en una situación de urgencia y casi de emergencia nacional”, deberían dar un poco de ejemplo: los auténticos jefes viven peor que sus subordinados. Pero, como dice un refrán romano, el pescado se empieza a pudrir por la cabeza. Y, según nuestro dicho popular, se empieza por asesinar viejecitas y se acaba faltando a misa.
Hoy he oído a un presentador, ya algo viejuno, proclamar en una emisora de radio: “Yo he vivido una dictadura, una transición y una democracia...” Esperemos que nuestros actuales jóvenes no tengan que contarles a sus nietos “Yo he vivido una democracia, una transición, una dictadura...”
22 – 3 - 2012
martes, 27 de marzo de 2012
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