“Su peor es nada”. A los nueve años una frase oída a los mayores se queda para siempre grabada en la memoria. ¿Qué querrá decir? ¿Por qué se ha pronunciado después de hablar de la novia de un primo suyo? Sesenta años después será él quien la repita para resumir una relación tan inestable e imposible que ya dura veinte años. Google le ha permitido encontrar la obra del escritor falangista Tomás Borrás en las librerías de viejo y el círculo se cierra. Diez días después vuelve a casa con un ejemplar amarillento que devora inopinadamente en pocas horas. En la memoria del ordenador dejará escrita esta reseña:
Rescatamos en una caseta de Moyano esta novelita de la posguerra con trama un tanto tópica y hábil desarrollo. Un cuarentón rico y calavera intenta redimirse de sus malos pasos, que han provocado el suicidio, tirándose por el Viaducto, de la última joven que abandonó, que además estaba embarazada. Ante lo irreversible del drama, se esfuerza en ayudar a todos sus vecinos en plena penuria de los años 40, y acaba por acoger a otra chica víctima de un caso parecido, pero que ha sobrevivido al mismo salto fatal, y al niño sobrevenido. Entre el salvador y la salvada no se establece ningún lazo amoroso convencional: él le servirá a ella para mantener a su hijo, y a su vez ella sirve de expiación al arrepentido; cada uno es para el otro “su peor es nada”, y así convivirán sin tocarse el resto de sus vidas.
¿Folletín? Algo, pero el desenlace no es habitual y deja un camino abierto e inquietante. El “montaje cinematográfico” engancha al lector, con importante uso del “flash back” para desvelar la trama por saltos. Ambientada en el barrio madrileño de la Morería, junto al Viaducto, los tipos populares que rodean al héroe-villano revelan un dominio de los diversos niveles de lenguaje, con casticismos que alternan abruptamente con descripciones de corte modernista, entreveradas de cargazón decimonónica. Más de Galdós que de Baroja, y brochazos valleinclanescos.
Trasfondo intermitente, la guerra civil, con su secuela de desgracia y miseria, aunque el autor no carga la mano. Borrás, que era falangista, parece sentirse ya un poco desplazado (como sus personajes) en ese Madrid de los 40 donde los antiguos barrios se van degradando y las grandes calles se cargan de un tráfico tachado de “apestoso” (el “aceite pesado” que movía por entonces los autobuses de Madrid producía un humazo realmente nauseabundo).
11-6-11
Tomás Borrás aparece el primero de la izquierda en el
cuadro de Solana La tertulia en el café Pombo
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