Acabo de leer la novela Cortafuegos (998) de Henning Mankell de un tirón. No es la primera que leo y he visto alguna de sus adaptaciones televisivas. Lo de menos es la intriga, siempre apasionante (aunque en este libro se dejen muchos cabos sueltos) que me hace olvidar los problemas cotidianos; lo más importante para mi es su protagonista que me resulta ya un viejo conocido.
Kurt Wallander es un amable cincuentón que soluciona todos los casos con gran inteligencia y que, sin embargo, es un anti-héroe en la vida cotidiana: amante de la ópera, melancólico, solitario, tímido, sin ningún éxito con las mujeres, con problemas en el trabajo, incapaz de comprender la nueva sociedad sueca. Lastrado por el sobrepeso, se alimenta de medicamentos, comida basura y alcohol. En esta entrega está cuidándose una diabetes incipiente, ha intentado contactar con una agencia de parejas y sigue enganchado a un antiguo amor que vive en Riga. Duerme mal y se sume en penosas reflexiones acerca de la vulnerabilidad de la sociedad y de su propia vida. Observa sin comprender a la gente joven que antes de terminar los estudios, ya ha perdido la fe en su propio valor cayendo en el consumo de drogas y el alcohol. En el trabajo le ponen zancadillas, poniendo a prueba su capacidad de adaptación y renovación...
En la novela se ponen cortafuegos informáticos a una amenaza terrorista con éxito; en su vida cotidiana él tiene también cortafuegos en su interior que no sabe como salvar. En fin, un magnífico perdedor.
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