lunes, 5 de octubre de 2020

Lady Macbeth de Mtsensk: una buena novela y una buena película


Lady Macbeth de Mtsensk
, también conocida como Lady Macbeth del distrito de Mtsensk o Lady Macbeth de la provincia de Mtsensk, es una novela corta basada en hechos reales del escritor ruso Nikolái Leskov publicada por primera vez en 1865. El cuento narra los crímenes de una mujer burguesa, Katerina Lvovna en la Rusia del siglo XIX. Todo recuerda a Madame Bovary, Anna Karenina, Ana Ozores, Lady Chatterley y otras mujeres casadas de la literatura social, sexualmente oprimidas, que se convierten en heroínas a su pesar. Esta novela de apenas 100 páginas, que inspiró la conocida ópera de Shostakóvich, narra la historia de la joven Katerina Lvovna. Hastiada por su matrimonio de conveniencia con un hombre que le dobla la edad, siente la falta de libertad desde su infancia. Esta Lady Macbeth no actúa llevada por una desmedida ambición y ansias de poder como la de Shakespeare, sino por un amor apasionado; si el personaje teatral incitaba a su esposo al asesinato, el personaje de Katerina incita a asesinar o ser cómplice de asesinato a su amante, Serguéi, movida por por la obsesión y la pasión enfermiza que siente por él. No pide perdón, se calla, se levanta, lucha por su independencia y decide su propio destino de una manera sanguinaria. Una chica de pueblo, indefensa frente al patriarcado, se convierte así en un ser monstruoso para sobrevivir.

La película, Lady Macbeth, me la perdí en el cine, pero la he podido ver este sábado en tv2 (G.B., 2016. Drama. 89 min. Dir.: William Oldroyd. Int.: Florence Pugh, Christopher Fairbank, Cosmo Jarvis, Naomi Ackie, Bill Fellows, Ian Conningham, Paul Hilton, Joseph Teague, Golda Rosheuvel). La recomiendo.


Aprovecho para autocitarme: Eça de Queirós: otra novela sobre el adulterio (Alves y compañía).

viernes, 2 de octubre de 2020

Irene Rodrigo: ¿Qué es autoficción?


La novela de Manuel Vilas Ordesa ha sido calificada de "autoficción", neologismo creado en 1977 por Serge Doubrovsky, crítico literario y novelista francés, para designar su novela Hijos, un cruce entre un relato real de la vida del autor y el relato de una experiencia ficticia vivida por éste. En internet he encontrado este vídeo de Irene Rodrigo que explica muy bien el término que está de moda. Esta joven valenciana, periodista y divulgadora cultural, pretende transmitir la pasión lectora a través de vídeos sobre libros. Lo ha hecho durante tres años en el programa de radio y televisión Una habitació pròpia (À Punt) y a través de las redes sociales.

www.irenerodrigo.com/

www.instagram.com/irenelivre

No utilizo el término porque me parece redundante, la literatura por definición es ficción, un pacto ambiguo entre lo que es real y no lo es, la verdad de las mentiras, un puente entre la verdad y la mentira. Me parece innecesario perder el tiempo en descubrir si ocurrió en realidad o fue inventado. Disfrutemos de las obras literarias sin más galimatías.


El nombre de Irene Rodrigo se une a otras jóvenes escritoras citadas en mi blog: Irene Vallejo, Lola Pons y Elena Álvarez Mellado. Yo las llamo cariñosamente las pizpiretas porque se crecen ante un micrófono o  una cámara.

jueves, 1 de octubre de 2020

Quino allá, Mafalda acá


 Ayer me quedé huérfana otra vez. 

Biblioteca Mafalda  Pincha el enlace para obtener los libros en pdf 


martes, 29 de septiembre de 2020

Diálogos póstumos: escribir sobre los padres


Este verano he leído dos novelas que tienen mucho en común: dos libros de memorias de dos escritores, un hombre y una mujer que colocan a sus padres, niños en la posguerra, como protagonistas, y suponen una crónica íntima de la España de las últimas décadas, un recuerdo de una familia que ya no vive y las reflexiones que produce su legado. Estas novelas no responden a una moda, sino a una casualidad. No son un ajuste de cuentas ni una elegía en prosa laudatoria, sino una muestra de amor filial para llevar mejor el duelo. Entre sus páginas hallamos nostalgia, admiración, dependencia, incomprensión, complicidad, a veces dolor, y la intensidad que da enfrentarse con honestidad a esos sentimientos. Ordesa* (2018) de Manuel Vilas nos recuerda que somos seres vulnerables y debemos salir adelante cuando casi todos los lazos que nos unían a los demás han desaparecido. Elvira Lindo en A corazón abierto * (2020) se enfrenta a su álbum familiar para contar la apasionada y tormentosa relación de sus padres, cómo la personalidad desmedida de él y el corazón débil de ella marcaron el pulso de la vida de toda la familia: «Mi padre era un personaje, por su carácter explosivo, arbitrario, muy llamativo para todas las personas que lo conocieron. Mi madre estaba en las antípodas, era reflexiva, dulce, en ocasiones meditabunda". En las dos la figura del padre se convierte en el verdadero protagonista porque tiene una profesión más interesante y está más ausente que la madre relegada al papel de ama de casa. 

me he acordado de otro libro que leí el año pasado, También esto pasará (2015) donde Milena Busquets expresa el dolor por la muerte de su madre Esther Tusquets; una pérdida que le ha hecho crecer como autora: «No es casualidad que me haya puesto a escribir en serio con ella muerta». Pero debo confesar que ninguno de los tres me ha emocionado tanto como El olvido que seremos (2007) de Héctor Abad Faciolince que traslada al lector toda la devoción y ternura por el hombre que dio su vida por defender sus ideas.


Ya sabemos que la literatura siempre tiene un carácter confesional: el yo del escritor y sus relaciones con la familia de una manera u otra dejan siempre huella en sus escritos. Este tipo de libros supone una reflexión sobre la vida en general y sobre la propia, los autores intentan devolver a los padres por medio de la palabra escrita todo lo que les dieron y les ayuda a entender mejor el tiempo pasado que justifica muchas veces su actuación. Todos necesitamos conocer de dónde venimos, quiénes somos, para saber adónde nos dirigimos. No es fácil ser padre o madre, como tan poco lo es ser hijo o hija. Creo que este diálogo de forma póstuma representa una manera de pedir perdón porque en la adolescencia empezamos a separarnos de nuestros padres, dejamos de tocarnos y de hablarnos, marca el principio de una separación física y moral. Se escribe sobre los padres, tan conocidos y desconocidos al mismo tiempo, porque nos parecemos a ellos o porque no nos parecemos. A través de la escritura se contestan todas las preguntas que no nos atrevimos a hacer en vida de ellos. Su muerte nos ha colocado en primera línea de batalla y, de repente, los entendemos. Nos han dejado en la madurez con un sentimiento de orfandad inconsolable.

* "Ordesa" la he leído por recomendación de un antiguo alumno, Juan Pablo Sintes, que me escribió en el blog que su lectura avivó sus recuerdos.

*  Las ilustraciones que acompañan al relato son de Miguel Sánchez Lindo, hijo de la escritora.

 Para saber más

https://elpais.com/cultura/2020/08/21/babelia/1598028959_811256.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR0uV2odvUK8xXZcyXxSVzxrY4WRpbxavEPq9bNc85B9y4c3XqPrwxUbKU4

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/libros-padre_0_1117988936.html

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/padres-historia-literatura-nadie-querria_0_1008800199.html

https://www.estandarte.com/noticias/libros/da-del-padre-libros-sobre-padres-e-hijos_3546.html

https://elpais.com/elpais/2018/03/16/album/1521204135_619314.html#foto_gal_5

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2019/03/18/diez-libros-de-padres-e-hijos-1304243.html


sábado, 26 de septiembre de 2020

Josema Carrasco: La felicidad, cariño, es para malgastarla

Incluyo este poema porque me impactó el título del libro y, sobre todo, la primera estrofa del poema Rutina, me parece que refleja muy bien mi estado de ánimo en estos momentos de estupor y reclusión cuando parecía que habíamos superado el confinamiento. Masticando el chicle de fresa sin sabor no se me ocurre cómo recuperar la felicidad que podríamos tener y malgastar.

Con prólogo de Ángel Guinda y epílogo de Fernando Rivarés, el artista aragonés Josema Carrasco se lanza al mundo de la poesía con 'La felicidad, cariño, es para malgastarla', un poemario editado por Olifante. Bajo el sugerente título, se esconde el imaginario visual de Carrasco traducido en una colección de versos. En palabras de mi admirado poeta Ángel Guinda, se trata de poesía "hedonista, antidepresiva, de feroz confidencialidad coloquial". En palabras del autor, el volumen es una forma distinta de pensar acerca de la felicidad porque "todos tenemos la obligación de ser un poquito felices y de cuidarnos y, como es un lujo, hay que malgastarlo".

Ángel Guinda en Facebook: ¡Qué razón tienes, Josema! Ya sabes más que el gran Léo Ferré ("Le Bonheure, Le Bonheur...qu´est que c´est?") Desde tu libro me aplico a tu teoría y me va bien, muy bien, requetebién.

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

25 siglos de vanidades


Entre los siglos V y III a.C. un anónimo escritor judío que se presenta como el Predicador, conocido universalmente por la versión griega de este nombre, Eclesiastés, compone una obra sobre la vacuidad de la vida humana. El comienzo ha quedado entre los más célebres: “Vanidad de vanidades, y todo vanidad”; recordemos que la construcción “vanidad de vanidades” equivale a un superlativo, “vanidad vanísima”, “vaciedad máxima”. El autor pretende atribuir sus palabras al considerado más sabio de los personajes hebreos, el rey Salomón, pero hace mucho que sólo se ve en ello un intento más, habitual en la antigüedad, de poner una obra bajo un nombre famoso para darle credibilidad y difusión.
       El libro tiene tal fuerza y expresividad que logró colarse en el canon oficial de la Biblia hebrea (más o menos, el Antiguo Testamento para los cristianos) pese a los reparos de algunos rabinos por el pesimismo e incluso nihilismo del texto, que se llegó a considerar blasfemo al deducirse que Dios creó al hombre para una vida miserable y oscura, sin esperanza, pues los judíos de aquel tiempo no tenían muy clara su visión del más allá. En cualquier caso, el Eclesiastés se hizo un clásico, y en los siglos siguientes discurre como un guadiana que asoma aquí o allá sus sombrías aguas en el pensamiento judío y cristiano. Naturalmente, el desesperanzado texto original se va diluyendo al leerse bajo la luz de la creencia cristiana en la otra vida, con sus premios y castigos.
       Una muestra de ello, entre los Santos Padres, fue un gran orador sirio del imperio bizantino, Juan de Antioquía, apodado Pico de oro y más conocido por ello como san Juan Crisóstomo (s. IV d.C.), que empieza uno de sus discursos más célebres, En defensa de Eutropio, un ministro caído en desgracia, citando la versión griega del comienzo del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades…” El mismo autor escribió una obra donde mezcla extrañamente este asunto con otros: De la vanagloria, la educación de los hijos y el matrimonio.
       Durante la Edad Media este tema subyace en uno de los tópicos habituales de la época, el desprecio del mundo, y son varios los libros titulados De contemptu mundi. En España su eco principal está en el poema anónimo conocido como Libro de miseria de omne (s. XIV), escrito en castellano.
       Con el Renacimiento y la afirmación del Yo va decayendo el espíritu del Eclesiastés, pero sigue latente la visión de la inanidad de la vida humana. Un último espasmo se produjo nada menos que en el epicentro del humanismo renacentista, la Florencia de finales del XV, donde el fraile Savonarola (m. 1498) impuso un régimen teocrático fundamentalista. Una de sus exigencias fue el establecimiento de la llamada ‘hoguera de las vanidades’, donde se quemaban en público objetos considerados lujosos o indecentes, como ropas, perfumes, obras de arte, libros, etc.
       Hay que dar un salto de casi dos siglos. En el XVII el clérigo inglés John Bunyan (m. 1688) escribe uno de los libros más leídos en lengua inglesa, The Pilgrim’s Progress (El progreso del Peregrino), novela alegórica llena de figuras y episodios simbólicos que expone la marcha del alma durante la vida humana hasta desprenderse del pecado y alcanzar la Ciudad Celestial. En uno de los incidentes de su viaje, y citando al Eclesiastés, el Peregrino llega a una ciudad llamada Vanidad, donde se celebra permanentemente la “Feria de Vanidad” (Vanity Fair), en la que se compra y se vende todo (honores, lujos, personas…). Quien no compra nada en la feria es encarcelado por las autoridades, como le ocurre a nuestro Peregrino.
  
Otro salto de dos siglos, o más bien bote, porque seguimos en Inglaterra: en 1847 William Thackeray publica la novela Vanity Fair (título traducido habitualmente al español como La feria de las vanidades), otra obra mayor de las letras inglesas, donde analiza y critica las costumbres de su época.
       La obra de Thackeray continúa la línea iniciada por Bunyan para establecer en el mundo anglosajón el interés por las vanidades mundanas, con una mezcla de rechazo puritano y fascinación inevitable. En 1913 se funda en Estados Unidos la célebre revista Vanity Fair, dedicada, entre otros temas, a seguir las vidas de personas de la alta sociedad y de lo que luego se conocerá como “el famoseo”, un tipo de publicación que se mantiene en la actualidad y ha pasado, sobre todo, a los medios televisivos.
       En 1987 el estadounidense Tom Wolfe publica otro éxito mundial, La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities), novela sobre los altos ejecutivos financieros del momento. El título evoca a Savonarola, y al jugar con la parcial homonimia entre bon-fire (‘hoguera’) y fair (‘feria’) nos remite de nuevo a Bunyan y Thackeray.
       Aún podrían recordarse, entre otras muchas obras, dos clásicos del siglo XX, los ensayos Teoría de la clase ociosa, de Thornstein Veblen (USA, 1899), y Lujo y capitalismo, de Werner Sombart (Alemania, 1921). Así, la voz lanzada por el Predicador sigue vigente hasta nuestros días, bajo la sombra de las nuevas plagas bíblicas. Y en cuanto a la vanidad como arrogancia propia de la especie humana, no olvidemos que su forma más perfecta consiste, como siempre se ha sabido, en conseguir ocultarla.
      

viernes, 18 de septiembre de 2020

El trabajo de los ojos, Mercedes Halfon


El trabajo de los ojos, primer libro en prosa de apenas 100 páginas de la poeta Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980), es original y sorprendente. Un tratado sobre los ojos y sobre la mirada, sobre las dificultades de la visión y su efecto en las personas que las padecen, construido a base de escenas breves y heterogéneas desde una óptica poética y divertida. Parte de una autobiografía ocular, de su propia historia clínica, del estrabismo hereditario que padece y que conlleva otras afecciones oculares:  el astigmatismo, la miopía, la blefaritis*. Las visitas a la consulta del oculista se entremezclan con sus recuerdos infantiles, las historias familiares, la identificación con el personaje televisivo de la Chilindrina, la niña “gafotas",  el miedo que le plantea la idea de la maternidad y el vínculo entre la visión y la experiencia del mundo.  El trabajo de los ojos también es una genealogía de la escritura en un sentido más amplio, de los ojos dañados de Borges, Sartre, Cortázar, Joyce, Homero… Y un paródico tratado de oftalmología con las anécdotas de sus pioneros: la ceguera del científico experimental Plateau al mirar al Sol fijamente; los aparatos de tortura de los primeros médicos de ojos; la invención de una “lengua de ciegos”, el braille.  Así la manera de ver y los problemas oftálmicos, incluida la ceguera, se conectan con la literatura desde la iconografía que distingue al intelectual por los anteojos hasta el valor terapéutico de la escritura que sería una forma de orientación posible, un mapa para los ojos  que “están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse”.  “En última instancia, la subjetividad y el punto de vista tienen un principio fisiológico antes que psíquico".

Todo comienza con la muerte de Balzaretti, el oftalmólogo de la narradora, cuya palabra predictiva la salvó de la cirugía, casi un rito dentro de una familia en la que los desvíos oculares han sido una herencia ineludible. Según evaluaciones posteriores, tal operación habría resultado muy perjudicial.

El Trabajo de los ojos me ha emocionado profundamente, es el libro que me hubiese gustado escribir*.

*El tratamiento de la blefaritis, por ejemplo, consiste en aplicarse un gel en los ojos que la deja “mirando a través de una nube densa. Como si me hubiesen recetado un estado de melancolía”.

* A una damita bizca y hermosa.