Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel. Prólogo de Jorge
Luis Borges. Barcelona, Seix Barral, 1985. 126 págs.
En una lectura
actual, esta novela de 1940 parte con dos desventajas: 1) Las
obras de ciencia-ficción a menudo envejecen mal en aspectos formales; se
presentan civilizaciones futuras teóricamente avanzadísimas, pero sin, por
ejemplo, ordenadores ni teléfonos móviles. En este caso se debe saber leer el
mensaje profundo que transmite el texto, sin pararse en esos detalles
tecnológicos, pero la lectura se hace algo incómoda, como esas pinturas
renacentistas o barrocas en que los personajes griegos y romanos aparecen con
chambergo, golilla y botas altas. Un ejemplo destacado puede ser la excelente
novela de Ph.K.Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), en la
que se basó parcialmente la película Blade runner de R.Scott (1982).
2) Al haber sido
Bioy Casares amigo íntimo y colaborador ocasional de Borges, se produce un
inevitable reflejo de comparación, con el resultado previsible, dejando de lado
los naturales parecidos por cercanía y ambiente.
En La invención de
Morel (título que, para entenderlo mejor, hoy quizá se diría El invento de
Morel) el relato se presenta en forma de diario encontrado posteriormente a los
hechos. El innominado autor, fugitivo de una persecución política, llega en
barca a una isla del Caribe alejada de las rutas marítimas habituales y que
parece desierta. En su intento de adaptarse precariamente, como cualquier
Robinsón, a las inclemencias del lugar y del clima, descubre unas edificaciones
extrañas, abandonadas y envejecidas, quizá un proyecto hotelero fracasado, de
las que se sirve como refugio. Al cabo de poco tiempo observa la presencia en
la isla de personas extrañas, un grupo de amigos aparentemente reunidos allí
para pasar unas vacaciones; el náufrago se oculta por temor a ser devuelto a su
país de origen, pero espía al grupo. Los recién llegados, gente rica sin duda,
se bañan, pasean, se divierten, ponen música estruendosa y banquetean
espléndidamente en el edificio mencionado. El jefe parece ser uno llamado
Morel, pero quien atrae la atención del náufrago es una bella mujer, Faustine,
que a diario pasa horas a la orilla del mar, separada del grupo; en otros
momentos se ve que mantiene cierta relación con Morel, quien parece
pretenderla, pero ella se mantiene a cierta distancia. El fugitivo llega a
obsesionarse con la mujer, a la que observa a escondidas sin descanso, hasta
que un día decide acercarse y hablarle: aquí el relato acentúa dramáticamente
su clímax ascendente, pues ella parece no oirle, o aparentarlo. (El recuerdo de
Ulises y Nausícaa en la Odisea, es inevitable, a pesar de, o más bien
precisamente por la diferencia de la reacción femenina ante el astroso
náufrago) Este encuentro-desencuentro se
repite en días sucesivos, hasta el punto de que el fugitivo piensa que ella lo
ignora deliberada y ostentosamente, lo cual exacerba su obsesión erótica. Más
tarde Morel convoca una reunión de todos los invitados para exponerles su
invención o descubrimiento: ahí reside, principalmente, la parte de
ciencia-ficción de la novela. Espiando el debate, el náufrago va comprendiendo
la situación, hasta llegar al desenlace, mientras el relato adquiere rasgos de
thriller de terror. La inestabilidad entre mundo real e ilusorio, sueño y
vigilia, la realidad como proyección mental y otras aporías de los últimos
siglos están crecientemente presentes en el relato, que se une con ello a una
gran corriente de la literatura moderna, como apunta ya Borges en el prólogo,
defendiendo a la vez la posibilidad de una narrativa de trama, como es la
novela de su amigo, frente a la tendencia a la novela psicológica en su época;
no deja de ser una cierta incoherencia, o enriquecimiento, que La invención de
Morel tenga también simbólicamente una gran carga psicológica.
En definitiva, Bioy
Casares logra en esta breve novela condensar una gran tensión narrativa, a la
vez que supera con creces las dos dificultades a que aludíamos al principio. El
eco de la novela de H.G.Wells La isla del doctor Moreau (1896) está ya en el
título, como indica Borges en el prólogo, pero las tramas de ambas obras no
tienen mucha relación. La dramática incomunicación del náufrago y Faustine
parece que dio origen a la película de Resnais El año pasado en Marienbad
(1961), con guión de Robbe-Grillet, pero el desarrollo es también muy diferente.
Al cerrar el prólogo a la novela de su amigo, Borges (dedicatario, además de la obra) puntualiza de manera significativamente litotética: "No me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta." ¿No se lo parecía? ¿O lo pensaba de verdad, por encima de la amistad de ambos escritores? Malévolamente podríamos estar tentados de sospechar que el gran autor nos sugiere algo como "esta obra parece perfecta, pero no es grande".