1.-Pulsa aquí para visualizar el LIM (Libro Interactivo Multimedia) que analiza los rasgos más característicos de la naración, el autor ha elegido la leyenda de Bécquer titulada El Monte de las Ánimas como referente para una parte importante de las explicaciones y actividades del libro. 2.-
En mi familia tenemos dos principios: no molestar y no preguntar nunca al huésped cuándo se va a ir. No nos gusta dar la lata ni que nos la den. Como vivimos en Madrid hemos acogido siempre a todo familiar o amigo que venía por estudios, trabajo, operaciones quirúrgicas o gestiones. Ni que decir tiene que nunca les hemos devuelto la visita. Siempre decimos: qué alegría cuando vienen y qué alegría cuando se van.
Yo he tropezado tres veces por no saber ponerme un rato colorada y evitarme así los veinte morada. Vivo sola muy a gusto, no me gusta que la gente invada mi espacio. A veces se pasa mal, pero eso es el peaje que tienes que pagar por mantener tu libertad. Primero fue un primo lejano que venía a Madrid a hacer un curso; somos una familia muy unida y al principio no me importó dejarle el salón de mi casa de apenas 40 metros cuadrados. No cabíamos, todo eran ruidos y permanente olor a salchichas en la cocina-salón. Finalmente, se dio cuenta y se fue, supongo que enfadado. La segunda vez, con una casa más grande, acogí a un sobrino mío. Era su primer año en la universidad, apenas conocía gente y se pasaba el día encerrado paseando de la televisión al ordenador, pasando por la cocina para desvalijar la nevera. Lo hablamos y después de tres meses se marchó a una residencia, a volar solo y a coger pulgas, dicho sea de paso y con gran preocupación por mi parte. Ahora es muy bien recibido siempre que viene unos días. La tercera vez fue la peor porque yo no tenía ningún lazo afectivo con la persona que estuvo conviviendo conmigo cerca de un mes, el más largo de mi vida.
A J. Lo acogí porque me llamó desesperado después de romperse el pie en las fiestas de Alcorcón cuando trataba de saltar una valla como habían hecho sus amigos, él había pasado los cuarenta y sus amigos, más jóvenes, eran profesores de Educación Física. Recurrió a mí porque llevábamos una amistad de más de tres años donde habíamos hablado de todo lo divino y lo humano, incluido el "qué va ser de nosotros cuando seamos viejos". Recuerdo que hablamos de establecer un pacto entre los solteros solitarios para ayudarnos en los momentos de bajón. Además, debo confesarlo, cuando mis hormonas funcionaban como un reloj, me había sentido ligeramente atraída por él, por su forma estrafalaria de vestir, sus escasas habilidades sociales, sus penosos chistes verdes, sus correos delirantes. Todo terminó cuando fui a su casa, extraña mezcla de museo del terror gótico y mayo del 68. Su sensibilidad y la mía no tenían nada que ver. Quedábamos una vez cada seis meses para ponernos ciegos de cervezas, mientras yo asistía muda a sus extrañas conversaciones con los camareros. Después cada mochuelo a su olivo. Alguna vez comenté que me gustaría viajar con él (todavía busco un compañero de viaje en el sentido literal), pero no obtuve ninguna respuesta. Le estimaba y le quería como amigo y punto. Al principio bien, acoges un pájaro herido y le cuidas hasta que te conviertes en su madre solucionando todas sus necesidades que son muchas: hacerle la cama, prepararle el desayuno, la comida, la merienda, la cena, ayudarle a colgar la ropa, a bañarse, acompañarle al médico; y en su recadera: comprar sellos, tabaco, comida que le gustase, un alza para las zapatillas (para lo que tuve que recorrer todas las ortopedias del barrio). Los primeros días jugábamos al trivial o a las cartas. Al final yo venía cansadísima del trabajo y no aguantaba ver su roído chándal con agujeros y el olor a tabaco impregnado en toda la casa. Empecé a pasar más tiempo fuera. No hablaba por teléfono, no se lo conté a mis amigas porque acertadamente habrían pensado que a santo de qué metía un desconocido en casa. Lo peor fue prepararle la comida día tras día, no me gusta cocinar y, según él, se me daba fatal, así que terminé haciéndome la torpe. Fui generosa hasta que me harté, nunca oí una palabra amable, ni siquiera un gracias. La situación era insostenible, pero él se seguía dejando caer. ¿Qué culpa tengo yo de que no tenga ascensor en su casa?, ¿por qué no acude a sus amigos con los que se rompió el pie o a su familia?, ¿por qué tuvo que venirse a mi casa?, ¿por qué le dije que sí? Tenía que haberme buscado una excusa. No se da cuenta de que bastante tengo ya con cuidar de mi madre que está medio inválida. Encima me deja sin ordenador cuando tiene toda la mañana para utilizarlo. Ayer le dije que tenía que pensar en irse. Pues no me contesta que cómo puedo hacerle una cosa así. ¿Y él a mí? Estoy harta, no puedo más, necesito recuperar mi espacio y a mis amigos. Ya no hablo, me meto en mi habitación y me encierro. Vale, estuvo mal decirle que se fuera a un hostal. Tampoco quiere que vaya la asistenta que le he buscado a ayudarle en la suya. Los alumnos con las piernas escayoladas suben y bajan escaleras todos los días y él ahí inmóvil, fumando constantemente sin nada que hacer. Que no sé sus gustos y además no quiero compartir los míos. Que no tienen ninguna gracia los chistes que cuenta, que para chistes estoy yo con el muermo que me ha caído encima... Está bien me pongo en su lugar, no puedo apoyar la pierna, no tengo ascensor, pues hay servicios a domicilio, puedo tirar de amigos que vengan a verme y me traigan la comida. Además si viviese en un cuarto piso también me podría suicidar. ¿Pero qué estoy diciendo? Me voy a volver loca de atar. ¡Que se vaya!, total los cuarenta días de reposo no se los va a quitar nadie. Y cuando tenga que ir a rehabilitación al hospital, pues que le vayan a buscar en ambulancia. Se tiene que dar cuenta de que he cambiado. Encima me está haciendo culpable de la situación. Que no quiero que me canonicen. ¡Ya está bien! De hoy no pasa. Me da igual que se ponga a llorar. Ya lo dice el refrán: el huésped y el pescado al tercer día apestan.
Terminé echándole, se marchó con mi mochila y unos libros. No le he vuelto a ver.
Estamos de cumpleaños: dos años ya del corto “Me quedé aquí”. Todavía resuenan en mi casa los ecos de las risas de los dos días tolos del mes de junio. Se quedaron aquí el olor a tabaco, la genialidad del poeta, la belleza de la protagonista, la imaginación del creador. Fue el primero de muchos cortos más. Para mí sigue siendo el mejor.
A David Francisco le conocí al llegar al Luis Buñuel. Se aburría en clase, pero todo lo observaba a través de sus inquietos ojos negros. Siempre le recordaré en la Residencia de Estudiantes en una exposición sobre Alberti. Ahora es él quien me enseña a mí. Tenía un cuaderno mágico lleno de caricaturas, de canciones, de apuntes. Siempre le gustaba llevarme la contraria. Junto a su amigo Daniel formaba una pareja humorística y literaria. Ahora ese adolescente tímido, sensible, cariñoso, se ha convertido en todo un hombre de veintitrés años sin perder un ápice de su personalidad.
Adiós al Luis Buñuel. Basado en el tema ¿Quiénes somos? De Siniestro Total
Nosotros somos seres racionales
De los que toman las raciones en los bares
Y como no nos digas que no está bien
Que ya sabemos cuáles son nuestros males
Vamos al Kwai y al Berberecho
Y al Palentino
Y a lo hecho, pecho
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?
¿Adónde vamos si se acaba el vino?
Somos el IES Luis Buñuel
Tirar la piedra y esconder la mano
No lo hacemos nunca si no está justificado.
Las mujeres y los profes los primeros
Y los niños al final con una piedra al cuello
Y menos mal que nos queda Portugal
Ante todo mucha calma y capear el temporal
¿Qué quienes somos? ¿Qué adonde vamos?
Somos el IES Luis Buñuel
Somos tan sabios y tan inteligentes
También somos modestos y gente muy decente
Oye nena somos artistas
No somos los de Móstoles no nos pierdas de vista
Que cuando el grajo vuela bajo
Y hace un frío del carajo
Hay que tomar sopas de ajo
Nosotros somos gente de Dios
Pero ya es la hora, así que apaga y vámonos
Somos el IES Luis Buñuel.
Agustín, profesor de Historia y rockero desconocido
David cerró su blog Panda de Tolos en mayo del 2011 y ahora anda metido en aventuras empresariales en torno a los libros por la cercana Zaragoza, pero me dejó en este enlace todo lo que está relacionado con Yago, con Ángel Guinda y conmigo: http://pandadetolos.blogspot.com.es/search/label/MariAngeles
Estas palabras inmerecidas y escritas desde el cariño me han aliviado en malos momentos. ¡Gracias, Tolo!
Cuando terminas el instituto, hay profesores a los que no vuelves a ver en la vida. A otros, los sigues viendo más que a tu familia. Hay profesores a los que recuerdas con cariño. A otros, con odio. A otros no los recuerdas. Hay profesores que te enseñan desde los apuntes y los libros. Otros desde el ejemplo. Eso es lo que nos diste: ejemplo y cariño. Te identificaste con nosotros, casi tanto como nosotros contigo. Segunda madre que nunca tuvimos. Buscadora de referencias cuando nos creemos originales. Confidente de patatitas y cubatas. Descarnada generosidad impagable. Muchas felicidades. Te queremos.
Noche de Fantasmas
Hola, forastero,
¿te has perdido?
¿No sabes que no es seguro
viajar de noche por estos lugares?
Algo o alguien no tardará en encontrar tu rastro,
y uno nunca sabe con qué se podría tropezar
por aquí a estas horas.
Estás a kilómetros de cualquier parte y se acerca una
tormenta. Tal vez podría indicarte el camino corrrecto
No importa. Me harás compañía.
Tal vez podría contarte algunas historias por el camino:
-La leyenda de Sleepy Hollow, W. Irving
-Un cuento para dormir, Chris Mould
-Las estatuas de mármol, Edith Vesbil
-El forastero, Cris Mould
-Junto a la chimenea, Cris Mould
-La historia del viajante, Dickens
-A bordo del Armadillo, Cris Mould
-La diligencia fantasma, Amelia B. Edwards
Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos:
-El entierro (1819 Lord Byron)
-Historia de fantasmas (1819 Ernst Theodor Amadeus Hoffmann)
-El pie de momia (1840 Théophile Gautier )
-La noche de Difuntos (1865 Gustavo Adolfo Bécquer)
-Megaupload
-Sombra. Una Parábola (1835 Edgar Allan Poe)
Al visitar el Palacio de Versalles, en Paris, observamos que el suntuoso palacio, no tiene baños.
En la Edad Media no existían cepillos de dientes, perfumes, desodorantes y mucho menos papel higiénico. Las heces y orinas humanas eran tiradas por la ventana del palacio.
En un día de fiesta, la cocina del palacio era capaz de preparar un banquete para 1500 personas sin la más mínima higiene.
Vemos en las películas a la gente siendo abanicada. La explicación no esta en el calor, sino en el mal olor que exhalaban las personas por debajo de los vestidos (eran hechas a propósito para contener los olores de las partes íntimas porque no se lavaban).
Tampoco había costumbre de bañarse por la falta de calor en las habitaciones y de agua corriente. Así el mal olor era disipado por el abanico.
Pero solo los nobles tenían lacayos que hacían esta labor. Además de disipar el aire también espantaban insectos que se acumulaban a su alrededor.
Quien ha estado en Versalles se ha maravillado con sus jardines, enormes y hermosos que en la época eran mas usados que contemplados, ya que se usaban como retretes en las fiestas promovidas por la realeza, que no tenían baños y se reunía una gran cantidad de personas.
En la Edad Media la mayoría de las bodas se celebraba en el mes de junio, al comienzo del verano.
La razón era sencilla: el primer baño del año era tomado en mayo, así, en junio, el olor de las personas aun era tolerable.
Así mismo, como algunos olores ya empezaban a ser molestos, las novias llevaban ramos de flores, al lado de su cuerpo en los carruajes para disfrazar el mal olor. Así nace mayo como mes de las novias y la tradición del ramo de novia.
Los baños eran tomados en una bañera enorme llena de agua caliente. El padre de la familia era el primero en tomarlo, luego los otros hombres de la casa por orden de edad y después las mujeres, también en orden de edad. Al final los niños y los bebes los últimos.
Cuando se llegaba a ellos ya se podía perder un bebé dentro del agua de lo sucia que podía estar.
Los tejados de las casas no tenían bajo tejado y en las vigas de madera se criaban animales, gatos, perros, ratas y otros bichos. Cuando llovía las goteras forzaban a los animales a bajar. De esto nació la expresión 'llueven perros y gatos' típica anglosajona.
Los más ricos tenían platos de estaño. Ciertos alimentos oxidaban el material y hacia que mucha gente muriese envenenada que, unida a la falta de higiene de la época se hacia muy frecuente; los tomates, que eran ácidos y provocaban este efecto fueron considerados tóxicos durante mucho tiempo. En los vasos ocurría lo mismo donde, al contacto con whisky o cerveza hacia que la gente entrara en un estado narcolepsico producido tanto por la bebida como por el estaño.
Alguien que pasase por la calle y viese a alguna persona en este estado podía pensar que estaba muerto y ya preparaban el entierro. El cuerpo era colocado sobre la mesa de la cocina durante algunos días y pasaba con la familia mientras ellos comían y bebían esperando que volviese en si o no.
De esta acción surgió el velatorio que hoy se hace junto al cadáver.
Los lugares para enterrar a los muertos eran pequeños y no había siempre suficiente sitio para todos. Los ataúdes eran abiertos y retirados los huesos para meter otro cadáver. Los huesos eran retirados a un osario. A veces al abrir los ataúdes, se percibía que el enterrado había arañado la tierra, había sido enterrado vivo.
En esta época surgió la idea de, al cerrar el ataúd, agarrar a la muñeca del difunto un hilo pasarlo por un agujero del ataúd y atarlo a una campanilla sobre la tierra. Si el individuo estaba vivo solo tenia que tirar del hilo y sonaría la campanilla y seria desenterrado ya que una persona estaba al lado del ataúd durante unos días. De esta acción surge la expresión 'Salvados por la campana' que usamos hoy día.