viernes, 11 de junio de 2010

Musarañas, Emilio García Ruiz


Más que musas, son arañas
Las que habitan mi magín y me lo pican sin fin:
Justo es por tales mañas que las llame musarañas.



Era un coloso de barro con los pies de hierro.

Era una situación peculiar: no oía las campanas, pero sabía dónde.

Se sentía tan lejos de todo y de todos que cogió sin querer la desagradable costumbre de hablar a gritos.

En casa de aquella narcisista todos los espejos tenían huellas de labios.

Dedicó media vida a buscar la razón y la conciencia. Al final descubrió que la razón no tiene conciencia y la conciencia no tiene razón. Siguió siendo un irracional y un inconsciente.

No sabía lo que quería, pero no quería lo que sabía.

Un día la toalla se enroscó fuertemente a su cuello y susurró con voz apenas audible: “Alguna vez deberías secarme tú a mi”. Tras ardua reflexión, decidió tirar la toalla.

Cuando obedeció a la señal de “Ceda el paso”, se quedó esperando inútilmente a que se lo devolvieran.

Era tan humano que aborrecía a la humanidad.

Cuando le dijeron: “Nadie es profeta en su tierra”, acudió a la lista de espera de viajes espaciales.

Él impuso las reglas del juego, pero yo hacía las jugadas.

Pese a ser ciega, tenía una notable precisión para darse de palos.

Decidió que no tenía ningún motivo verdaderamente serio para reírse.

Era un hombre colosal, tenía un pie en cada sitio.

“Tiene usted mal el corazón”, le dijo el médico. No me extraña, está hecho de tripas”.

Le gustaba tanto mi espalda que terminé dándosela.

Él impuso las reglas del juego, pero yo hacía las jugadas.


Más musarañas (fragmentos esporádicos), escritos a máquina por el propio autor:



Retratos de familia

EL CORONEL SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA
Texto publicado por primera vez en el Pápeiron, revista del IES Luis Buñuel, en diciembre del 2005



No puedo recordar el día de la muerte del coronel porque todavía siento su presencia. Este 20 de junio hubiera cumplido 87 años. Hace más de diez años que ha muerto, pero sigo acordándome de su cumpleaños, porque su santo es mucho más difícil: la fiesta es movible. Mi padre se llamaba Trinidad, antes que la película, y se pasó toda su vida recibiendo cartas con el membrete de Sra. Doña. Para nosotros era Trino, un nombre mágico que era tres personas a la vez y no estaba loco. El nombre lo heredó de su abuelo, un zapatero emprendedor que hizo con sus hijas todo un imperio con fábricas de curtido, de calzado y de punchas (clavos), entonces muy importantes para el calzado. El abuelo también odiaba el nombre, pero cuando nació el último nieto cambió de opinión y decidió que se tenía que llamar como él. Nadie se opuso. Todos sabían lo duro de su carácter, era un vegetariano que los domingos comía paella mixta porque los cristianos también pecaban. El dichoso nombre nos trajo complicaciones hasta después de muerto, un funcionario  que desconocía que los nombres relacionados con los principios religiosos no tienen sexo: Pilar, Virtudes, Trinidad, Felicidad, le confundió con una mujer y consiguió que fuera la primera mujer coronel del glorioso ejército español y el primer matrimonio homosexual con hijas naturales. Mi madre tardó meses en cobrar la pensión.
Se educó con los principios republicanos. A los dieciocho años tuvo que ir a la guerra. Estudió Matemáticas en la Universidad de Barcelona, en el título pone Ciencias Exactas (¡lo que cambia la ciencia!) y para poder sobrevivir en la posguerra volvió a vestirse el uniforme. Fue amenazado en plena transición por ser un coronel demasiado tibio, partidario de la UMD (Unión Democrática Militar) y por votar a Suárez. Su trabajo, era ingeniero de Armamento y Construcción, le hacía estar pendiente de él las 24 horas al día. Como en la película El salario del miedo, transportó nitroglicerina desde Murcia hasta Valencia, como quien lleva naranjas. Era pequeño, “amañosico” como decimos en Villena (fuimos colonizados por aragoneses), inteligente, honrado y bondadoso. Escribió una novela que envió al premio Nadal sin ningún éxito. Y se metió siempre en aventuras editoriales, escribiendo en revistas que no leían ni los propios redactores. Siempre estuvo con los que sufrían y nunca alabó al poder zafio, irresponsable y jerarquizado. Tenía un amigo anarquista de la juventud y se iban los dos en las tardes de verano a pasear por el castillo de Villena, a donde sólo acudían los enamorados furtivos y los ladrones, a hablar tranquilamente de sus cosas, de sus ilusiones perdidas. Sufrió un exilio interior extraño, no comulgaba con los principios de la época, pero no tuvo valor par dar carpetazo a esas páginas de su vida y abrir otras nuevas. Su verdadera vocación fue la de profesor. Al final de su vida no fue feliz y, si lo parecía, era para contentar a su familia. Se quedó esperando el ascenso a general.
Aunque no he heredado ni su pelo liso ni su valentía, digo las mismas cosas que él decía, tengo frases para todo:
-“El matrimonio es una plaza sitiada, los que están fuera quieren entrar y los que están dentro quieren salir”.
-“La vida es, en la mayoría de los casos, un esfuerzo inútil”.
-“La gente se divide en cuatro clases: tontos-tontos; tontos-listos; listos-listos y listos-tontos. Los peores son los tontos que se creen listos y son los que suelen tener los puestos más importantes”.
-“Lo difícil es querer por los defectos, no por las virtudes”.
-“El primer día que conoces a una persona te fascina, pero luego te darás cuenta de que repite siempre lo mismo”.
-“No te preocupes excesivamente por las cosas, piensa que dentro de diez años ya no te acordarás de lo que sufriste”.
-“Lo mejor de los viajes es el reencuentro”.
“La mujer es como un buen puro habano, hay que saberlo saborear. Desconfía del hombre que no sabe encenderlo”.
-“Cuidado con los regalos envenenados o con las jaulas de oro”.
-"Dejas de ser joven cuando el padre de tu amigo te llama de usted".
-"La fantasía es un puente entre la verdad y la mentira".
Era un hipnotizador de las palabras. Su sentido del humor lo llenaba todo. Contaba los chistes y los trabalenguas como nadie. Siempre estabas ahí, tendiéndome tu mano inmensa.
Te fuiste sin que te pudiera decir todo lo que te quería. Me duelen los besos que no te he dado. Lo que daría para que me llevases otra vez sobre tus hombros, a “cosqueretas”, y me comprases caramelos de la viuda de Solano, como cuando era niña. Gran coronel, pequeño gran hombre, pequeño filósofo, papaíto, te quiero.

En el año 2013, finalizó su tesis doctoral Francisco González Arroyo (La Fábrica de Polvoras y explosivos de Granada; págs 496-501) donde realiza una semblanza de mi padre que le agradezco: "Durante los largos siete años que estuvo dirigiendo los destinos de nuestra fábrica, dejo bien patente su enorme bonhomía y su acendrado sentido de la justicia social".




Aquí estoy en brazos de mi padre en la colonia militar Arroyo Meaques por el año 1956 (Campamento, Madrid).





Mi hermana Mª Carmen una de las pocas veces que se estuvo quieta y se dejó retratar.

Mi madre, Carmen Bravo Prats, maestra como su madre y su tía (Carmen y Matilde Prats Nadal, nacidas en Onteniente).



Mi padre, Trinidad Cuéllar Caturla, coronel ingeniero de Armamento y Construcción, director de "El Fargue" de Granada. Fue socio fundador de la comparsa "Los Piratas" . Tradujo del inglés en 1966 Fundamentos de Matemáticas preuniveritarias y Fundamentos de Álgebra (1969) en ediciones del Castillo. Escribió una novela que mandó al premio Planteta  Juicio de conciencia y fue director de la revista FA-MA de la fábrica de pólvoras de La Marañosa.


Mi tío y padrino, Antonio Cuéllar Caturla, que en 1940 fue alcalde y luego archivero de Villena (Alicante). Durante un tiempo también tuvo una fábrica de zapatos. 


Mi abuela, Ángeles Caturla Díaz, hija de Trinidad Caturla, fundador de la Fábrica de punchas de Villena, una de las empresas dedicadas al calzado más mecanizadas de la provincia de Alicante (1907) que exportaba materiales a Europa, sobre todo, durante el periodo de las dos guerras mundiales. En esa época los zapatos eran claveteados, el empeine iba unido a la suela mediante clavos metálicos, lo que se conoce popularmente como "chinche" o semence.  A él se debe el acierto de unir las empresas que se dedicaban al calzado: los curtidos, las punchas y la confección.




Mi abuelo, Emilio Cuéllar de la Torre, nacido en Campanario (Badajoz), revisor jubilado de RENFE, que fue posteriormente gerente de Industrias Caturla y concejal del ayuntamiento. En la fotografía inferior, con gafas y boina,  aparece rodeado de algunos de los empleados de la fábrica en 1950.



En la foto siguiente está con los hijos de Ruperto Chapi con motivo del centenario de su nacimiento en el monumento inaugurado en 1947.




Mis primos Roberto Marco Cuéllar y su hermano  Emilio José fueron para mí los hermanos mayores que nunca tuve. Los dos fueron profesores en la facultad de Medicina de la Autónoma de Madrid. Desgraciadamente, han desaparecido demasiado pronto. Su hermana Mª Ángeles, la de Valencia, como la llamábamos para distinguirla de la otra prima, me envió estas emotivas líneas que transcribo a continuación:
" En Villena, hasta que mi padre hizo su casa, siempre estábamos con los abuelos, y a mi me encantaba. Todas las vacaciones íbamos, la abuelita, aunque ya se veía poco, me enseñó a hacer punto de media y labores. Yo disfrutaba con ella. Y del abuelito, qué te puedo decir. Era el hombre mejor del mundo. Era muy expresivo. Demostraba su cariño continuamente, y fíjate si yo lo admiraba, que siempre pensaba que quería un hombre como él para mí. Obviamente me equivoqué o yo pedí demasiado.
Recuerdo entrar en su casa  corriendo y saltando preguntar: ¿Qué hay de comer?. Si estaba tu padre,  le oía decir "Agua frita y papel asao" y yo reír y decir No,NOOO,¿Qué hay de comer?
El abuelito siempre decía que sus apellidos eran Cuéllar y de la Torre, y que había nacido en Campanario (Badajoz). El abuelo no tenía mucho trato con su familia. Parece ser que no eran del agrado de la abuelita, Ya de mayor, un día conocí a un hermano suyo. Eran muy parecidos, no sólo en el físico, sino, sobre todo en la forma de hablar. Y aquí en Valencia, vivía una sobrina de él. A menudo venían a visitar a mi madre, pero ya hace mucho tiempo que no sé nada de ellos.
Yo también recuerdo las visitas de aquella casa. Las hijas de una hermana de la abuelita que venían de Alicante. Yo me quedaba admirada oyéndolas y viéndolas vestidas tan modernas y tan guapas. Otro sobrino, Miguel Ferriz Caturla, quería un montón a la abuelita; era guapísimo, y yo los encontraba a todos simpatiquísimos.
Hay una virtud muy sobresaliente en ellos, mi madre la heredó y también nos la inculcó a nosotros, el no hablar mal de nadie.  Si tuve una infancia feliz, a ellos le pertenece. Me gustaría que cuando yo ya no esté, los míos me recuerden con tanta intensidad como yo sentí su presencia y su ausencia."

En la cuna de Chapí no podía faltar un primo de mi padre músico, Alberto Pardo Caturla., compositor del pasodoble «Día 4 que fuera»


Hurgando por casa he encontrado dos fotos de estudio de las dos familias como debía ser costumbre por aquellos años. La primera es una post-card, fechada en Villena (8-IX-1919) dedicada a la Señorita Virtudes Caturla ("Tus hermanos y sobrinos que mucho te quieren te felicitan el día de tu santo"). Mi padre, al que llamaban "Trinito", vestido de niña es el del centro. A la derecha, con sus mejores galas, mi tía Leonor.



La otra es de la familia Bravo Prats, realizada unos años después sin que figure la fecha, en el estudio del  Martínez Fuentes. Mi madre es la del lazo y está rodeada de sus hermanas Mª Luisa e Isabel. En la foto falta el hermano pequeño Antonio Bravo (1928-1952) que murió a los veinticuatro años de una "afección respiratoria". En la foto siguiente, se puede observar que era el más parecido a mi madre. Mi abuela no se repuso nunca de esa muerte, que ocurrió solo ocho años después de la de su marido, Antonio Bravo (1889-1944). Todos eran nietos por línea paterna de Juan Bravo Cerdán y de Catalina Hurtado Pardo, naturales de Villena; y por línea materna de Vicente Prats Calabuig y de Concepción Nadal Simó, naturales de Onteniente. 

Anuncio de la Revista Azul 1940

He seguido indagando sobre la familia de mi padre y gracias a la ayuda de mi prima Mareli he conseguido una foto de los retratos de los bisabuelos que presidían el salón de la casa de La Corredera. En primer lugar, los de mi abuela: Trinidad Caturla Álvarez y su mujer Ángeles García Navarro; y en segundo lugar, los de mi abuelo: Antonio Cuéllar y Leonor de la Torre. La anécdota es que las fotos vinieron sin nombre y no sabía a quién pertenecían; pero no había duda: la nariz chata de los Caturla es inconfundible.





También he tropezado con una foto de 1945, tomada en Madrid el 8 de junio, en la Parroquia Perpetuo Socorro, donde figura la mayor parte de la familia Caturla, en la boda de Virtudes Ferriz Caturla. Me llama la atención el aire inglés y elegante de las mujeres con sombrero, las de luto parece que han ido a la misma modista. En la tarea de averiguar  quién es quién me han ayudado Vicente Soler Caturla y la sobrina nieta de la desposada, Beatriz García. Aunque todavía quedan personas sin localizar:
En la primera fila de izquierda a derecha: José Trinidad Caturla Palao; Trinidad Cuéllar Caturla; María Pardo Caturla; Ángeles Caturla; Pepita Rodríguez Caturla; en medio de las tres señoras de luto, Emilia Palao Tomás; Ángeles Caturla Palao y Miguel Ferriz Caturla. En la segunda fila: Emilio Cuéllar de la Torre, Roberto Marco Auhir, José Rocher Tallada, Miguel Caturla y detrás de una señora con sombrero, que casi no se le ve, Francisco Ferriz Caturla. 


En el periódico El Eslabón de Villena hay varias referencias a la fábricas familiares. En una de ellas se recoge un artículo de la Revista Estampa (1930) donde se entrevista a Miguel Caturla (hijo de Trinidad Caturla), hombre emprendedor que llegó a viajar a América del sur para abrir nuevos mercados y fue presidente de la Asociación de Fabricantes de Calzado. En 1930 aparecerán las primeras cooperativas para la producción, al amparo de la Ley de Cooperativas de 1927, promulgada en 1931 durante la II República. La primera cooperativa de calzado la fundó Miguel Caturla y se llamó “El  Progreso”.  Duró cuatro años y tuvo que cerrar debido a la crisis económica que se padecía en España. En ambientes radicales, la idea de la Cooperativa nunca les gustó, como cantaban en la copla popular:

                                   “En la fábrica El Progreso pagan muy buenos jornales
pero aquí si no trabajas, te tratan como animales.
No quiero cooperativa, ni tampoco cooperar,
que toda la directiva será la que progresará




Para ver mejor el reportaje pinchad en los siguientes enlaces

Estas dos fotografías son de la fábrica y de sus oficinas en los años treinta, Mª Virtudes Várez Pérez cuenta en una entrada titulada La revolución de las camisas blancas, como en ella se dio la oportunidad de trabajar a un grupo de seis mujeres formadas en la llamada "Sociedad".














Mi primo Vicente Soler Caturla me ha pasado una foto de 1915 de su abuelo Manuel Caturla García, el primogénito de Trinidad Caturla y una curiosa tarjeta (1930), con dibujos muy típicos de la época, de un representante de la empresa que se encargaba de recorrer toda la geografía española antes de cada temporada ofreciendo sus productos y recogiendo pedidos. Él ha elaborado el árbol genealógico de los Caturla que se remonta a Juan Caturla (1470) nacido en Cangas de Onís, sus descendientes llegaron a Alicante en 1590. También tiene todos los datos con fechas de nacimiento y defunción de los descendientes del patriarca.

Manuel Caturla 




Membrete de la empresa  


Anuncio publicado en la revista de fiestas Villena  de 1978 




Todo apunta a que los hermanos se separaron por sus diferencias políticas: por un lado, Miguel Caturla, que se hizo cargo de la fábrica de calzado y por el otro, Manuel y sus hermanas, que se quedaron con la fábrica de punchas. Esta fue languideciendo poco a poco porque el calzado acabó pegándose y la maquinaria quedó obsoleta. También influyó que la tercera generación ya no tenía el empuje empresarial de las anteriores y no se quería invertir dinero. A finales de los años setenta se liquidó la Sociedad Anónima y se vendió la fábrica (calle Sancho Medina esquina a San Isidro). El huerto fue utilizado en los años 60 y 70 como sala de fiestas por las comparsas de Piratas, Realistas y Moros Nuevos. Ahora en su lugar se encuentra  un edificio horrible, testimonio del gusto por el ladrillo de esos años. Solo resisten junto a una pared  restos del  borde de la balsa en la que nos bañábamos en verano. En la fotografía, fechada en 1953 y tomada en la balsa de los jardines de la fábrica, se puede ver a Angelita Caturla con sus tres hijos, a Antonio Cuéllar con dos de los suyos y a Miguel Ferriz.


La antigua  fábrica de calzado de Miguel Caturla (situada en el camino de San Juan), convertida una fábrica de lámparas con el nombre de "Serrano", se quemó en 1979. Supuso el fin de una época que no llegó a cumplir un siglo.  Qué pena que no estuviese más atenta a las historias que me contaba mi padre sobre la familia para poderlas relatar. La repetición de los nombres y el no haber conocido a los protagonistas me confundían. Yo siempre le decía que tenía que escribir una novela sobre los Caturla, a modo de La saga de los Rius ( Ignacio Agustí), serie muy famosa en aquella época que trataba del desarrollo industrial en Cataluña.




Anuncios revista Azul 1939-1940

Buscando en internet he encontrado la respuesta a mi pregunta sobre dónde había ido a parar toda la maquinaria:  a la empresa Caturla y Robledo que se fundó  en 2010 y, aunque su página web dice que tiene su sede en Villena, la dirección de la fábrica está en Elda. Supongo que habrá que seguir investigando, pero ahora sé que todo el esfuerzo de mis antepasados no fue en vano. 

Caturla y Robledo, S.L.
Fábrica de Clavos y Herramientas
P.I. Campo Alto, Calle Alemania ˙ Nº 96
03600 ELDA (Alicante)

El 11 de diciembre del 2021, la Covid y un linfoma se han llevado a mi primo Emilio Cuéllar Díaz. Con él se pierde el nombre de mi abuelo porque no se lo puso, como era tradición, ni a su hijo ni a sus nietos. Ha muerto prematuramente a los 75 años, a la misma edad que mi padre; precisamente, la última vez que lo vi fue en el cementerio, porque él se encargó del entierro de sus cenizas. Era el más guapo de los primos y el más parecido al abuelo: alto, rubio, con los ojos azules, parecía un galán de cine de finales de los sesenta. Y también simpático, sensible y cariñoso. Tuvo cuatro hijos y numerosos nietos; en la foto que su mujer Pilar tenía en whatsapp aparecía rodeado de sus nietos, y se podía ver cómo la lotería genética ha repartido salteadas sus características físicas a su progenie, todos se le parecen pero solo un poco.  Durante sesenta años vistió el blanco y negro de la comparsa de Estudiantes. Hoy el luto lo llevamos todos los que le conocíamos. 

Emilio con Pilar, sus hijos y algunos de sus nietos

Me he dado cuenta de que la entrada, que se ha ido haciendo a medida que iba teniendo noticias de la familia, está un poco confusa. Espero tener tiempo y poder reestructurarla para que quede todo más claro. Gracias a todos los que me habéis ayudado. Seguiré en ello.

Si queréis mandar fotos o información, lo hacéis a mi correo gelescue@gmail.com 


jueves, 10 de junio de 2010

A cada cosa, su nombre



Web interesante del poeta Fernando Beltrán al que contratan para bautizar empresas y locales: Amena, Faunia, Opencor... Es el primer nombrador español.
http://www.elnombredelascosas.com/

miércoles, 9 de junio de 2010

Grandes faltas de ortografía




Un safari contra las faltas de ortografía
EFE13/10/2007 12:19
La Unión de Correctores reta a localizar fallos en carteles o monumentos SANTIAGO DE COMPOSTELA.- Denunciar las erratas, las faltas de ortografía o los problemas de puntuación que abundan en carteles, tablones de anuncios, monumentos, vallas publicitarias o lugares públicos es el objetivo de un fotoconcurso puesto en marcha por la Unión de Correctores (UniCo).

Ejercicios
http://www.actiludis.com/lengua/ortografia/buscar-faltas-de-ortografia-en-carteles/

Más ejercicios en La ortografía sí que importa
38 palabras que solemos escribir con tilde y no la llevan:
http://www.manualdeestilo.com/ortografia/38-palabras-que-solemos-escribir-con-tilde-y-no-la-llevan/

Lista de Lecturas recomendadas


Recomiento el blog El lector ventolera que tiene como objetivo recoger las opiniones literarias de los estudiantes de 3º ESO del IES Ramón y Cajal, y presenta de una forma muy atractiva posibles lecturas.-


martes, 8 de junio de 2010

Almudena Grandes: Una fábrica de chocolate (06/06/2010)



Cuando era pequeño, a su hijo mayor no le gustaba leer. Con sus hermanas nunca tuvo ese problema, pero él, aficionado al cómic, a los videojuegos, a jugar al fútbol, nunca encontraba el momento de abrir ninguno de los libros que ella le regalaba en todas las ocasiones, Navidad, Reyes, cumpleaños, fin de curso… En la edad a la que se supone que absolutamente todos los niños leen, al suyo no le daba la gana de respaldar las estadísticas, pero ella nunca se rindió. ¿Otro libro?, protestaba él, cuando adivinaba la naturaleza del regalo tras el envoltorio de papel de colores. Otro libro, contestaba ella, pero ya verás, porque este es especial, es estupendo, no vas a poder dejarlo, cuando yo me lo leí, no hay otro igual… Daba igual, no había manera. Él la dejaba hablar sin interrumpirla, pero sin tomarse tampoco la molestia de responder, ni siquiera con un movimiento de la cabeza. Y aquel libro especial, estupendo, irresistible, iba a parar a un estante donde una veintena de sus congéneres, unidos todos por su calidad y por el desprecio que inspiraban a su propietario, dormían un sueño que parecía ya eterno.
Así, su hijo cumplió nueve años, cumplió diez y cumplió once, y ella no cejó, pero llegó a pensar que nunca le convencería. Hasta que una tarde muy calurosa de finales de junio, no escuchó ningún ruido al volver a casa después del trabajo. Estaba segura de que se habría bajado a jugar al fútbol con sus amigos, o habría ido a casa de algún vecino a darle al joystick, porque ya le habían dado las vacaciones, pero la casa parecía desierta sin el estridente tintineo de las monedas que ganaba Mario Bros al golpearlas con la cabeza, o el soniquete agudo, repetitivo, que acompañaba a aquel gorila tan bruto, que acumulaba racimos de plátanos mientras atravesaba la selva de liana en liana. Por eso, sacó del cochecito a la pequeña, a la que acababa de recoger en la guardería, la acostó en su cuna, fue a su dormitorio y se desnudó, se duchó, se puso unas zapatillas, ropa cómoda, de estar en casa. Pero al pasar por delante de la puerta del cuarto de su hijo, escuchó el quejido de los muelles de su cama, y se inquietó.
¿Estará enfermo?, pensó, y pronunció su nombre en voz baja, para no despertar a su hermana. Pasa, escuchó, estoy aquí. Y al abrir la puerta, lo encontró recostado en la cama, con un libro entre las manos, tan absorto en la lectura que ni siquiera levantó la cabeza de las páginas. ¡Ah!, muy bien, su madre sonrió, cerró la puerta y miró el reloj. Quería cronometrar aquel prodigio, pero la situación no cambió en más de dos horas. Su otra hija volvió de casa de una amiga, volvió su marido, llegó su hermana a pedirle un bolso, se volvió a marchar, y tras la puerta cerrada del lector nada se movía. Nada se movió hasta que ella volvió a golpearla con los nudillos para reclamarle con el anuncio de que la cena estaba hecha.
–¿Qué tal? –le preguntó, cuando lo tuvo sentado frente a ella–, ¿qué has estado haciendo?
Y él, sin percibir ninguna trampa en aquella pregunta, sonrió antes de responderla.
He estado toda la tarde leyendo, ¿sabes? Es que no sabía qué hacer, estaba aburrido, me he puesto a mirar, y… He encontrado en mi cuarto un libro estupendo, pero distinto a los demás, de verdad, no he podido dejarlo. Se titula Charlie y la fábrica de chocolate, y no sé quién lo habrá puesto ahí, pero lo he cogido, y… ¡Uf! Me está encantando. Bueno, ya casi no me queda nada, porque me lo he leído de un tirón, la verdad.
Y cuando su marido pretendía intervenir, ella le pisó a tiempo, negando con la cabeza.
–¡Ah! Pues mira qué bien… –le contestó, antes de que nadie tuviera tiempo de recordarle que aquel libro se lo había regalado ella misma, por Reyes, tres años antes–. Qué suerte, ¿no?
Él se encogió de hombros y se acabó el libro aquella misma noche. Al día siguiente, se levantó a tiempo para encontrar a sus padres desayunando, aunque ya no tenía por qué madrugar, y les pidió permiso para ir a la librería a comprar la continuación y cargarla en su cuenta.
–Mira a ver –esta vez, sí dejó hablar a su marido–, porque a lo mejor está también en tu cuarto, no vayas a tenerlo repetido…
Desde aquel día, su hijo, el que no leía de pequeño, no ha parado de leer. Y ahora, cada vez que van juntos a la Feria del Libro, su madre recuerda aquella fábrica de chocolate y siente que la ola de ternura que la invade es tan enorme que no puede evitar colgarse del brazo de su hijo, pegar la cabeza a la suya, mantener la presión un instante. Entonces, él, tan mayor, tan alto, tan adulto, se sacude y le dice, ¡ay, mamá, suéltame ya! No seas tan pesada, en serio…