miércoles, 1 de abril de 2020

Las cataratas: Qué delirio de colirios


Una pequeña muestra de los colirios recetados
Una pequeña muestra de los colirios que he utilizado
El término catarata define a una cascada o un salto grande de agua. En medicina, es la opacidad del cristalino del ojo que, al impedir el paso de los rayos luminosos, dificulta la visión.

La cuarentena la estoy pasando luchando contra el wifi de Movistar que falla más que una escopeta de feria, poniéndome colirios continuamente y atándome las manos para evitar restregarme los ojos, porque me acaban de extirpar las cataratas, justo a la edad que tenía mi madre cuando la operaron de las suyas. Ilusa de mí, fui al oculista para pedirle un colirio con antibiótico porque creía que tenía conjuntivitis, ya que ninguno de venta libre en farmacia me solucionaba el problema. Avergonzada, salí con un diagnóstico de cataratas bastante formadas, sobre todo la del ojo derecho, después de una sencilla prueba que consistía en taparme un ojo e intentar leer unas letras que se escondieron detrás de un velo blanco, como si estuviese paseando por el Londres del siglo pasado. Rápidamente comprendí por qué las luces de mi casa cada vez daban menos luz y mi sofá rojo había pasado a ser granate. Esa era la explicación de que ya no necesitara gafas de presbicia. La operación bien, rápida e indolora; es más, en el segundo ojo pensé que no me habían intervenido porque me desperté justo en la misma posición en la que me habían puesto la sedación, sentada en la camilla del quirófano, pero con el pelo mojado.
El delirio de los colirios empezó antes de la operación: gotas para dilatar la pupila y anestesiar. Pero lo peor vino después, y nadie habla de ello, durante seis semanas te los tienes que poner a distintas horas que van cambiando cada siete días (etiquetados con un código de colores): antibióticos, antiinflamatorios, humectantes... Ni que decir tiene que se me ha olvidado ponérmelos, los he puesto repetidos, se los he puesto al ojo que no correspondía, o no he respetado la pausa de los cinco minutos. Durante este tiempo a veces he tenido los ojos rojos y llorosos, los párpados hinchados con legañas, además de destellos de luces y deslumbramientos. Salía a la calle con las gafas de sol de Martirio aunque cayesen chuzos de punta. Los colirios me han llevado al delirio, a una gran alteración mental e intranquilidad. Menos mal que mi sobrina (la hija de mi prima), que casualmente estaba en Madrid en mi casa, se ha convertido en mi enfermera y ha tomado las riendas del asunto después de verme poner una cafetera sin agua y de haber dicho que a santo de qué los pájaros tienen que cantar. A veces, sarcástica, para hacerme la toma más fácil, me ponía en el móvil el sonido de las cataratas del Niágara o las de Iguazú. Me he dejado mimar como una niña pequeña, asistiendo con pasividad al suplicio de la gota china*.
Qué delirio de colirios. Agotada de la gota, cansada de las cataratas, todavía me quedan quince días de cuidados intensivos en el ojo derecho, los mismos que nos quedan de la cuarentena. Cuando pase este tiempo de inactividad, ya veremos en todos los sentidos. 

* Método de tortura psicológica que consiste en inmovilizar a un reo decúbito supino- tumbado boca arriba-, de modo que cayera sobre la frente una gota de agua fría cada cinco segundos que le impedía dormir y beber agua, y le llevaba a la muerte. Esta tortura no se debe confundir con la bota malaya, otro método de tortura que por su homofonía a veces se oye mal como "gota malaya".

Así veía por mi ojo izquierdo antes operación 
Así por el derecho después operación

P.D. Mi colección de colirios y cremas se vio aumentada a causa de una blefaritis (inflamación de los párpados) que me duró exactamente noventa días. Tuve mala suerte.

P.D. En octubre me sometieron a una capsulotomía YAG en los dos ojos en el intervalo de una semana, a este procedimiento, breve e indoloro, se le conoce como "limpieza de lentilla". El láser retira la cápsula opacificada en la zona del eje visual sin realizar cortes, lo peor es el ruido, los disparos se asemejan al sonido que produce el mosquito al ser electrocutado. Tuve que volver al suplicio de los colirios. Y ahora ando enganchada a la lágrima artificial. 
 

domingo, 29 de marzo de 2020

Ilustradoras sin complejos



Por el Día internacional de la de la Mujer, el periódico El Mundo publicó un reportaje sobre10 viñetistas e ilustradoras sin complejos que se ríen de todo. Moderna de Pueblo, Maitena, Pedrita Parker, La Volátil...  Os animo a echarle un vistazo.

He aquí una selección de mujeres que apuestan por el humor y la ironía para sobrevivir a las dificultades del día a día. La tiranía impuesta por los ideales de belleza; las tragedias domésticas; los hijos que reclaman y reclaman (y no paran de reclamar); los cuentos de hadas que no son tal; las relaciones tóxicas; los obstáculos del embarazo; sobrevivir a la montaña rusa que son las emociones; la (a veces) terrible convivencia en pareja; las preguntas impertinentes como "¿Todavía estás soltera?" o "¿No te animas a ser madre?"... Y, por supuesto, la sentencia de muerte definitiva: que te llamen SEÑORA.

martes, 24 de marzo de 2020

Vistas panorámicas de Madrid, Jesús Calleja


El blog Madrid a 360º de Jesús Calleja nos ofrece fotos de Madrid desde otro punto de vista. Este ingeniero informático lleva más de 15 años haciendo fotografías panorámicas de lugares emblemáticos de la capital y de la Comunidad. Merece la pena visitarlo. Pocos son los lugares que todavía no ha podido captar con su cámara.
Incluyo una panorámica de san Antonio de los Alemanes en el blog, junto a tres fotografías de lugares que tienen un interés especial para mí. Dos están en la calle San Bernardo y el último, el Cuartel General del Aire, en Moncloa, allí trabajé tres años en la última planta donde estaba instalado provisionalmente el Ministerio de Defensa durante la transición.

El paraninfo de la Universidad Complutense (San Bernardo)

Palacio Bauer (Escuela Superior de Canto)
Cuartel General del Aire 


jueves, 19 de marzo de 2020

Los estuches del Delfín y Julio Cortázar

En el Museo del Prado, ahora sin visitantes, se expone, desde junio de 2018, El Tesoro del Delfín, una colección de vasos en cristal de roca y piedras ornamentales, enriquecidos en su mayoría con guarniciones de oro y plata, y con diamantes, rubíes, esmeraldas, perlas y otras gemas. Las piezas fueron traídas a España por Felipe V, primer rey Borbón español y nieto de Luis XIV,  que las heredó de su padre, Luis, el Gran Delfín de Francia (1661-1711).
Este lujoso conjunto viene ahora a completarse por unos meses con la exposición temporal (programada desde el 9 de marzo hasta 13 de septiembre de 2020) El otro tesoro: Los estuches del Tesoro del Delfín, compuesta por ciento un estuches que, junto con los veintitrés expuestos en la sala del Tesoro del Delfín, fueron diseñados para proteger esas piezas. Fabricados en madera con forro de diversos materiales, están recubiertos por finas pieles o ricas telas y decorados con estampaciones heráldicas. El conjunto constituye uno de los más completos del mundo, con ejemplares de los siglos XVI al XVIII.




Mientras leía la información, me preguntaba si algún estuche no pudo proteger alguna de esas hermosas obras de arte en sus múltiples viajes. En seguida me acordé del microrrelato de Julio Cortázar Historia verídica, donde el protagonista intenta proteger sus gafas de una caída con un nuevo estuche acolchado, pero el destino hace una de las suyas y se produce un extraño milagro, acaban rompiéndose.  Pertenece al libro "Historias de cronopios y de famas" (1962), conjunto de sueños y maravillas en los que autor argentino nos muestra su universo mágico y absurdo, tan real como la vida misma, una muestra más del profundo sentido lúdico que puede tener la literatura.

Historia verídica
 A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.


miércoles, 18 de marzo de 2020

Cuarentenas literarias

Ahora que estamos recluidos por el coronavirus, con tiempo para leer y reflexionar, es bueno recordar que la Literatura también ha ganado con las cuarentenas a través de libros que evocan o anticiparon lo que hoy está sucediendo en el mundo. Una vez más, la Literatura, como otras formas de creación y entretenimiento, sirve para encontrar consuelo en medio de la adversidad y para llenar de esperanza el tiempo de encierro.

En seguida nos viene a la memoria el Decamerón de Boccaccio, cuya historia transcurre en medio de la epidemia de peste bubónica que diezmó a la población de Florencia en el año 1348, en el que no se abordan tanto los detalles de la enfermedad como la oportunidad que les brinda a sus protagonistas de llenar su tiempo de cuarentena, que pasan aislados en una casa de campo, de narraciones orales y de imaginación. Y sus herederos: el Heptamerón de Margarita de Valois; el Pentamerón (también conocido por El cuento de los cuentos) de Giambattista Basile; y el menos conocido, el Decamerón español, que escribió el poeta y dramaturgo Vicente Rodríguez de Arellano en el año 1805. Este libro quizá sea poco conocido porque su autor no pretendía pasar a la posteridad, ni ganar ninguna gloria con sus páginas, sino sencillamente entretener.
Recordemos también La peste, de Albert Camus; Los novios, de Alessandro Manzoni; La peste escarlata, de Jack London; Diarios del año de la peste, de Daniel Defoe; El último hombre, de Mary Shelley, La montaña mágica, Thomas Mann; La tierra permanece, de George R. Stewart; Ensayo sobre la ceguera, de Saramago; El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez; El quadern gris, Josep Pla; Némesis, de Philip Roth; Gripe mortal, de Pablo CaralpsPeste & Cólera, Patrick Deville; El sueño de la aldea Ding, de Yan Lianke; En el blanco, de Ken Follet; Apocalipsis, de Stephen King... 

Libros sobre virus y epidemias https://es.babelio.com/liste/651/Libros-sobre-virus-y-epidemias

domingo, 8 de marzo de 2020

Pancartas del 8 de Marzo, Día de la Mujer

Mi agradecimiento a todas las que han elaborado, entre otros, estos estupendos carteles:







La timidez de los árboles y la fobia social


Algunas especies arbóreas crecen sin que sus ramas se toquen, bajo sus copas se forma un entramado de líneas azules que se entrelazan de forma extraña impidiendo que los árboles intercambien las ramas de sus troncos para no tener que competir con la luz. Este fenómeno excepcional, llamado timidez botánica, suele producirse, sobre todo, entre árboles de la misma especie. Existen varias conjeturas sobre su origen, la mayoría de los especialistas consideran que este desarrollo tiene como objetivo primordial evitar la propagación de plagas de insectos; otros consideran que es una poda recíproca en zonas donde son habituales los vientos, realizada por los propios árboles de manera natural, conscientes de las necesidades de sus semejantes. De este modo, los espacios soleados entre las siluetas de las ramas sólo serían el resultado de una bella  competición por la supervivencia.
A veces se producen extraños paralelismos entre los seres humanos y la naturaleza. A mí estas fotografías me parecen una hermosa metáfora de la fobia social, del miedo que produce en algunas personas la interacción con los otros, motivado por factores genéticos y experiencias traumáticas, que hacen que el individuo se comporte de una forma tímida al no poder controlar sus emociones. Las personas y los árboles son conscientes de que tienen que protegerse del entorno creando un espacio vital, una coraza defensiva, un cordón sanitario, un foso de cielo, una grieta de timidez.


Por casualidad he vuelto a ver las pinturas de Botticelli sobre el cuento del Decamerón de Boccaccio (Nastagio degli Onesti, octava novella de la Quinta Jornada) y en el segundo episodio he visto plasmada por el artista la timidez de los árboles (1.483).

Museo del Prado