Lo complicado que es el cuerpo humano, casi tanto como la
mente. Basta con que alguno de sus tornillos o cuerdas vaya mal para que se
resienta todo el engranaje. El esguince se complicó y trajo de la mano una
tendinitis del tendón de Aquiles. Cuando
ando, me duele también la rodilla y la cadera. No puedo bajar las escaleras y tengo instalado un dolor insistente en
mis ternillas. Me tuvieron que hacer una resonancia magnética para ver el
alcance de mi lesión un domingo por la tarde (ahora los centros privados se
parecen a un todo a cien de los chinos,
abiertos todos los días del año). Cuando llegué, me quedé perpleja: había un
pulmón de acero como los de mis pesadillas de la infancia, después de haber
visto una película donde la protagonista se contagiaba de esa temible
enfermedad llamada poliomielitis. Menos mal que mi esguince era de tobillo y el aparato se detuvo a
la altura de mi cintura, dejándome respirar al ritmo de mi corazón palpitante.
El auxiliar, muy amable, me dio unos
auriculares para mis oídos, pero cuando me los puse no funcionaban.
-Por favor, los auriculares no van, no se oye música.
-Señora, es que solo
sirven para tapar los oídos.
Ya estaba la Maritú metepatas, la que lucha continuamente entre
la realidad y el deseo, atrapada entre unos auriculares que no servían para oír
música, sino para amortiguar los sonidos espeluznantes de la máquina infernal. El auxiliar me pareció menos amable.
Ahora voy a rehabilitación: magnetoterapia y ultrasonidos en
un self-service de la Gran Vía, donde yo misma me utilizo los aparatos, sin que a
nadie le importe cómo va mi tobillo. A la vuelta estoy tan cansada como si
hubiese corrido la maratón de Nueva York. Poco a poco voy notando pequeños
avances, pero todavía hay movimientos que no puedo hacer y me ha quedado un
miedo atroz a que se vuelva a repetir. Voy a paso de tortuga sorteando baldosas
mal puestas, empedrados decimonónicos, bordillos exagerados, alcorques de
árboles inexistentes y otras trampas del
castigado asfalto de Madrid, con miedo de convertirme en uno de los venerables
ancianos que comparten mis aparatos.
Esta pasividad me tiene loca, si mi cuerpo está así, ¿cómo estará el disco duro
de mi cerebro?.