No me gustan los funerales.
Siempre me he escaqueado de todos los que me han tocado, pero no podía faltar
al de mi madre como no podré perderme el mío. Sentada en la primera fila, no tenía referentes para saber
cuándo me tenía que sentar o levantar. Acabé con dolor de cuello de tanto mirar
de reojo a los feligreses. Encima, el
texto de la representación litúrgica lo han cambiado con pequeñas variantes que me impedían seguir el
hilo. Seguí oyendo, como cuando era pequeña: ni paz os dejo, ni paz os doy; y me alegré una vez más cuando nos dijeron: podéis ir en
paz. Luché todo el rato con las ganas de llorar a raudales porque llevo muchos
días reprimiéndolas. A nuestro lado estaba con 90 años Ángel Arana, amigo y
compañero de mi padre de la Marañosa, el único que queda vivo.
A la salida se produjo
un momento mágico, que mi madre seguro que habrá visto desde algún lugar.
Gracias al blog, en la iglesia de Las Maravillas, sin avisar, apareció un coro de ángeles
inesperados: los hijos de Carmen y su marido, Ángel, que vinieron desde San Martín de
la Vega. Carmen entró a trabajar en mi casa de La Marañosa cuando apenas era
una chiquilla para cuidar de mi hermana y de mí. Mi madre le enseñó a coser, a
escribir, a cocinar. Se casó pronto con un obrero de la fábrica, tuvo cuatro
hijos, pero nunca nos dejó del todo. Hemos seguido teniendo noticias de ellos y manteniendo el cariño y la amistad. Nos han ayudado mucho porque sus
hijas trabajan en el hospital Gómez Ulla.
Carmen, mujer lista y
madre coraje, está malita y no pudo venir, Su hija Pilar me leyó el emotivo texto que ha escrito su hermano Ángel para darle las gracias porque le hizo fuerte para poder afrontar su enfermedad considerada como rara. En ese momento se me
cayeron las lágrimas reprimidas. Ángel ha conseguido que una empresa ayude a
los niños con sus mismos problemas para que no pasen la infancia tan dura como
la que pasó él.