“Para terminar, una confesión: los artículos los escribes
tú, ¿verdad, pillina? como hacías con nosotros y luego repartes los nombres de
los chavales aleatoriamente, porque me extraña que un rumanito escriba así de
bien jejeje. Oye ojalá me equivoque y sea de verdad; pero... Mari, ya nos
conocemos jajajaja.”
Su alumno David había descubierto una parte de la verdad,
que siempre tiene mil caras. Se lo comunicó por e-mail cuando ella le pidió
permiso para referirse a su blog en el periódico de los estudiantes de un prestigioso y reconocido
periódico. Llevaba años participando en el concurso, preparando los temas,
diseñando las páginas, pidiendo la
colaboración de sus alumnos y obligándoles a escribir una y otra vez los
textos, hasta que estuvieran decentes. Empleó mucho tiempo libre y perdió
muchas batallas. Nunca les dieron un premio, pero ella se sintió ganadora de la
guerra final: muchos alumnos se entusiasmaron, colaboraron bien y descubrieron de
esta manera el gusanillo de la escritura. De eso se trataba, de que se
acercasen al mundo de la prensa y se interesasen por todo lo que había a su
alrededor. Era consciente de que los profesores de los otros centros del concurso
hacían lo mismo que ella, se servían de sus amistades para conseguir entrevistas
que nunca hubiesen pasado por la mente de un adolescente y se rompían la cabeza
buscando historias originales. El último año, en el anuncio de los semifinalistas a
toda plana del periódico, el de su instituto de Madrid estuvo en primer lugar y,
en los premios nacionales, misteriosamente había pasado a un segundo. Se
enteró de que una profesora, que había sido cocinera antes que monja, es decir,
que había hecho lo mismo, la había delatado sin pruebas. Esta vil acusación consiguió que ninguna
de las dos optase al premio final. Fue una gran injusticia, porque ese año sus
alumnos redactaron ellos solos el mejor periódico y apenas necesitaron ayuda.
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