¿Cómo es posible que se pierda la amistad de más de treinta
años en un instante? Pues se rompió en un segundo,como un jarrón. El cariño, forjado desde la
adolescencia, se terminó en una tarde fría y lluviosa del mes de octubre en una
cita por sus cumpleaños respectivos. Juntas, las dos amigas habían vivido los acontecimientos más
importantes de sus vidas: los guateques, el primer amor, la facultad, la primera
borrachera, la tesina, la boda, el nacimiento
de un hijo, las oposiciones, las visitas al sanatorio, la muerte de los padres,
viajes, el adulterio, la muerte del
marido. Al principio compartieron amistad y barrio, al final solo reproches. Habían
quedado para comer ese día aciago y no se encontraron a la hora prevista. Una de
ellas, de baja por depresión, bañada en
alcohol durante la espera, se puso fuera de sí como ya había hecho otras veces, y recibió a la otra chillando.
Carente de toda lógica, la echó de su casa con cajas destempladas. El recuerdo
del portazo en la entrada entre insultos, mientras el cachorro de perro
adoptado se restregaba en su pierna, es una escena que se repite muchas veces
en las pesadillas de ambas. Fue la gota que colmó el
vaso, pensé mientras mis lágrimas se mezclaban con la lluvia que caía
salvajemente sobre mi rostro y mis medias rotas; muerta de hambre y de
rabia llegué a duras penas al metro, veinte minutos después. Fue imposible pegar
los fragmentos de esa amistad rota. La llamada de la reconciliación no se produjo
y el tiempo ha ido pasando inexorablemente sin que ninguna de las dos haya
pedido perdón.
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