martes, 24 de febrero de 2015

La memoria del olvido

 Me ha impresionado para bien la película Siempre Alice. Una profesora de Lingüística sufre al drama de la pérdida del lenguaje y del pensamiento cuando le detectan a los cincuenta años Alzheimer precoz. Esta enfermedad me asusta sobremanera porque la he visto asomar sin diagnóstico en mi abuela y en mi padre y yo me parezco mucho a ellos. Mis manos, que han entrelazado las suyas, son una réplica perfecta: el mismo tamaño, los mismos dedos, las mismas uñas. De pequeña tuve que luchar con una dislexia que me hacía cambiar las sílabas de orden. Con el paso del tiempo he ido trabucando los nombres de los autores o de las personas que conozco. Los últimos años he sido incapaz de aprenderme los nombres de los nuevos alumnos. A veces, me he quedado en blanco mientras explicaba y el nombre de los actores de las películas que me gustan se me enredan en la lengua para salir diez minutos después. No sé la de veces que pierdo objetos cotidianos o realizo acciones automáticamente. Tampoco sé qué contienen los cajones de los armarios que una vez al año me obligo a ordenar para tirar lo superfluo. A veces, por sitios poco habituales, me desoriento. Nunca me acordé del final de las películas y los libros, y ahora no retengo ni el título ni el autor; me digo para justificarme que la culpa la tiene el ebook que carece  de las solapas y solo marca la página en la que detuviste la lectura. Otras veces, me empeño en repetir una palabra que no es la correcta y, muchas veces, me callo por no meter la pata. También sufro y lucho con el mal humor que provocan estas pérdidas constantes y, hasta ahora, poco significativas. Internet me ayuda para salir de dudas y repasar lo que creía aprendido. Procuro reírme de mi misma y soltar la frase de todos los de nuestra edad: “¿Te acuerdas cuándo hablábamos de corrido?”. Antes lo achacaba al estrés y a la edad, consciente de que todavía tengo memoria de lo que olvido; ahora, que estoy jubilada, espero no tener que hacerlo a este mal incurable más duro que el cáncer.

Por fin te has decidido a poner algo más, y uno de esos algos es lo de Tánger, que está muy bien, y esperamos que sea el comienzo de una miniserie. Lo otro es más duro y no va a colar: no conseguirás que te tratemos como una prejubilada precozmente preenferma preferentemente preterida. Esa pretendida preentrada presumiblemente prepóstera predice predicaciones prematuras precedidas de prevalente preeminencia. Y los premonstratenses, en su precalentada prevención previsora de prelados, se prevalen de su presunta prefectura. 
               Premoniciones de preseas
                     

2 comentarios:

  1. Memoria y olvido, dos palabras unidas y encontradas. Una página de Facebook, a la que nunca entro, me devuelve a mi profesora de Lengua del Covadonga, que sonríe con sus gafitas y sus ricitos detrás de sus alumnos. "La mejor profesora de Lengua que he tenido", reza un comentario, "y yo también", digo para mis adentros. Me hacía pensar, me gustaba escucharla, me animaba a escribir y, quizás sin saberlo (o sí), impulsó mi vocación. Salí del Covadonga y estudié Periodismo. Muchas veces, desde entonces, la memoria me ha traido su imagen de pie junto a su pupitre, sonriéndome, interesada en mis avances. Casualidad o no, hoy la leo y me engancha su visión de las cosas, como entonces me engancharon sus clases. Ella seguro que no se acuerda de mí, pero no por desmemoriada, sino porque fuimos muchos los que pasamos por sus clases. Yo no la he olvidado, y me alegra enormemente descubrir que está otra vez aquí, ahora escribiendo con gran maestría. Gracias

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  2. Gracias a ti por alegrarme con tus palabras el domingo. Olvido los nombres pero no los rostros. Así que ahora quiero saber mucho más de ti, sobre todo porque fuiste muy valiente al estudiar periodismo. No debería haber roto las fotos de todos los cursos a los que he dado clase, pero eran fotocopias en blanco y negro y se veían fatal. Y es que enseñar es el mejor oficio del mundo aunque algunas veces me queje, un abrazo.

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