domingo, 29 de septiembre de 2013

El velcro imantado

El anorak se lo regaló su chica después de mucho buscar por todas las tiendas de Madrid. Que sirva para la lluvia, que lleve capucha, que tenga bolsillos interiores y exteriores, que no sea oscuro. No pasaba desapercibido, era de color azul eléctrico con forro polar de color gris, por lo menos tenía seis bolsillos y se hacía impenetrable al frío exterior por medio de varios velcros que se podían plegar. En el metro ocurrió el extraño fenómeno, se abrió la cremallera e inmediatamente se le pegó a la cinta adhesiva del  velcro la bufanda de una chica rubia que pasó a su lado. Se deshicieron en excusas. Al día siguiente fue el pelo de un chaval de cuatro años el que se adhirió a su manga. Hubo lloros. Por la tarde, virutas de jamón del bocadillo de su vecino inexplicablemente acabaron en su pechera. Luego fueron las monedas que una anciana intentaba introducir en la máquina expendedora de billetes. Se las devolvió.  Todos los objetos que se caían a su alrededor acababan misteriosamente imantados por el velcro: periódicos, dientes, pelusas, caramelos, carteras, rosarios, gafas... Por la noche los depositaba en  un vaciabolsillos. Harto de ser un cazatesoros de objetos absurdos, decidió cerrar el anorak a cal y canto. Aunque sudara. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

El guardián invisible, Dolores Redondo

La novela se lee bien y entretiene.

La casa redonda, Louise Erdrich

Interesante novela costumbrista, reivindicativa de la historia y de las instituciones indias con tintes de novela negra. A lo largo de esta novela (que reci­bió el Natio­nal Book Award en 2012) Erdrich nos mos­trará de la mano de su joven protagonista cómo es la vida en una reserva india, cómo los adul­tos aún con­ser­van sus tra­di­cio­nes y cos­tum­bres, mien­tras que los jóve­nes son cada vez más “blan­cos”, así como las situa­cio­nes de racismo a las que toda la comu­ni­dad se ve some­tida . Más interesante al comienzo, cuando exalta los valores de la familia, el amor, la lealtad y la amistad con dosis de humor, que al final, cuando hace presagiar el desenlace trágico.

Conductas fuguistas



Es bien sabido que a todos nos gustaría ausentarnos alguna vez de la cárcel  en la que vivimos en busca de la libertad y felicidad, pero no nos atrevemos por pereza, cobardía o egoísmo. En la familia García, excepto el abuelo, al que el sentido del deber le impidió hacerlo, todos lo intentaron por lo menos una vez. Todos volvieron. Nunca hablaron de ello. La abuela se escabullía una vez al mes. El hijo menor se escapó cuando era pequeño aprovechando un descuido de la cuidadora. El mayor se fue a vivir a otro país.  Una nuera se fue con la música a otra parte y abandonó el domicilio común. El nieto pequeño con apenas dieciocho meses se fugó de la guardería y se subió en un autobús sin que nadie se diese cuenta y consiguió llegar hasta el final del trayecto.  Otros dos nietos construyeron un túnel del colegio junto a la verja del patio para evadirse con sus compañeros. Incluso lo intentaron los animales domésticos.  La perrita se soltó del collar y apareció una hora después temblando en el garaje debajo del coche familiar. Dos perras rescatadas de una perrera estuvieron perdidas en el campo cuatro días hasta que fueron encontradas casi deshidratadas. El loro se esfumó por la ventana un día nevado. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tuberculosis y literatura


Siempre me ha intrigado esta enfermedad que frustraba las pasiones, que mientras debilitaba la voluntad, fortalecía la mente, que propiciaba el reposo y la exaltación de los sentidos y que va unida a la espiritualidad y la creatividad. El instituto donde doy clases fue un antiguo sanatorio antituberculoso, mi abuelo materno y un tío murieron a causa de ella en la posguerra española, sin que nadie en mi familia se atreviese a citar su nombre, como si fuera una enfermedad vergonzante, y trajo como consecuencia que nunca se dieran besos por miedo al contagio; en mi hombro izquierdo tengo la señal de la tuberculina, vacuna necesaria para la matriculación en la carrera de Filosofía y Letras.

La tuberculosis, conocida desde muy antiguo como consunción, tisis, mal del rey o plaga blanca, es una enfermedad infecciosa causada por micobacterias (fundamentalmente Micobacterium tuberculosis) con gran variedad de cuadros clínicos dependiendo del órgano al que afecte.  En el siglo XIX se mitifica la enfermedad e incluso se propaga la creencia de que su padecimiento provoca "raptos" de creatividad o euforia más intensos a medida que la enfermedad avanza . Por esa misma época, Alejandro Dumas, hijo, publica La dama de las camelias, la historia de Margarita Gautier, la elegante cortesana enredada con adinerados jóvenes burgueses, que también desfallece de tisis y de amor. La obra igualmente inspiró otra célebre ópera: La Traviata de Verdi. Pero arte y vida se parecen y la lista de escritores, poetas, músicos y artistas muertos por tuberculosis en el siglo XIX, e inicios del XX, es larga y notable: Novalis, Schiller, John Keats, Bécquer, Chéjov, Chopin, Kafka, G.H. WellsMaxence Van der Meerschentre otros. Un caso extremo es el sucedido a las hermanas Brontë: las tres, todas ellas escritoras, murieron en un lapso de siete años, entre 1848 y 1855, víctimas de la tuberculosis.
La leyenda comenzó a desvanecerse a partir de 1882 cuando Robert Koch descubrió el bacilo que causaba la infección. En el siglo XX la enfermedad será asociada a la pobreza e insalubridad y su aura romántica se apagará para siempre. Miguel Hernández murió en la cárcel de tuberculosis. Padecieron está enfermedad: Vicente Aleixandre,  Rafael Alberti, Miguel Delibes, Camilo J. Cela, Ángel González y Rosa Montero, que desde los cinco años hasta los nueve estuvo recluida en casa donde se dedicó a leer y escribir.

La novela  brinda numerosos ejemplos de la influencia de la tuberculosis en el pensamiento cultural:

La montaña mágica de T. Mann (1924)
El joven Hans Castorp visita a su primo Joachim Ziemssen, enfermo de tisis, en Davos y acaba sucumbiendo al hermético encanto del lugar. Una ligera afección lleva a que la estancia, planeada en principio para siete días, se alargue primero a siete meses y finalmente a siete años. Castorp sólo saldrá de allí para alistarse en la gran guerra.

Pabellón de reposo de Camilo José Cela (1943)
Cela describe sus vivencias durante el tiempo que vivió en un sanatorio para tuberculosos. En ella siete enfermos casi terminales ven pasar sus últimos días en un pabellón que les proporciona de todo menos reposo. Aislados físicamente del resto del mundo por su dolencia, reflexionan constantemente sobre la enfermedad y la muerte; porque antes del descubrimiento de la estreptomicina (aislada en octubre de 1943), la cura sanatorial era la última esperanza para intentar escapar a una enfermedad que, prácticamente, era sinónimo de muerte. El libro llegó incluso a ser prohibido en este tipo de instituciones, temiendo los médicos que causase en sus pacientes el mismo desasosiego que sufren los protagonistas.

El jardinero fiel  de John Le Carré (2001)
En la novela de John Le Carré El jardinero fiel, llevada al cine por Fernando Meirelles (2005), se desarrolla una trama alrededor de las pruebas para un fármaco antituberculoso realizadas por una multinacional farmacéutica en África y desarrolla el tema de una posible pandemia mundial de tuberculosis debida a la aparición de cepas muy resistentes a los tratamientos antibióticos conocidos hasta el momento. 

Para saber más:

domingo, 8 de septiembre de 2013

A una damita bizca y hermosa

El señor vestido de blanco y con manos blandas le repetía una y otra vez:
- Concéntrate y dime si ves al soldado dentro de la garita.
Resultado de imagen de a una damita bizca y hermosa  bloggelesLa pequeña de seis años lo intentaba con todas sus fuerzas, atrapada su barbilla y su frente en el extraño aparato. Para contentar a todos deseaba ver dentro de la pequeña casita la figura del soldado valiente de sus cuentos de hadas, pero no había manera, la figura se superponía, se colocaba a la derecha o a la izquierda, nunca dentro. Después de las gotas, los parches y  las gafas,  vino la operación. A punto estuvo el oftalmólogo de operarle el ojo bueno, menos mal que su padre, hombre precavido, enseñó las fotos que le había hecho en un fotomatón y demostró que el ojo que bizqueaba, que sufría un severo trastorno de estrabismo, era el derecho.
De bebé tenía los ojos azules y no se notaba su defecto, la anomalía apareció al año cuando el color cambió y un ojo vago pasó a esconderse detrás del párpado. Todas las miradas de conmiseración se dirigían a sus ojos asimétricos. Era bisoja y trasojada. La madre no entendía estas jugarretas de la herencia y se avergonzaba de su hija que siempre se protegía permaneciendo en un segundo plano, agarrada al extremo de su falda,  temerosa de oír la temida frase: ¡Lástima, con lo mona que es! Encomio y escarnio al mismo tiempo, elogio paradójico, alabanza sesuda y burla. No le hicieron fotos para no avergonzarla, pero quedan algunos testimonios de su mirar zambo y zurdo entre familiares de ojos perfectamente alienados. El trastorno iba también asociado al astigmatismo y a la torpeza, tropezaba con objetos que no veía, no se hacía una idea de las distancias. Se volvió invisible, callada  e hierática.
Pepe, el primer chico al que amó, le preguntó:
-¿Por qué no me miras nunca a los ojos?
No se atrevió a revelar su secreto y a responderle: para que no te des cuenta de que soy bizca e indigna. Como no había nadie para protegerla con su mano, decidió alejarse para que él no se sintiese avergonzado.
Demasiado tarde supo que, en otras culturas como la maya, a los niños que tenían esta deformación se les consideraba superiores, algunas familias colocaban en la cabeza de su hijo un cordón con una figurita en el extremo que les caía delante de los ojos, para que al mirarla forzaran la vista.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Las últimas palabras de los escritores

Hasta ahora solo me había ocupado de las primeras frases de un libro, tan importantes a la hora de continuar la lectura. Buscando en la red,  me he encontrado con las últimas palabras de grandes escritores; pero inmediatamente surge  la duda: ¿Las tenían preparadas?, ¿realmente las dijeron ellos en el momento de su muerte o las dijeron los que estaban a su lado para engrandecer su figura? Tal vez se las haya inventado el propio autor del libro. Me cuesta creer que los escritores desaparezcan como los actores de teatro después de decir "me muero". 
El libro de los finales contiene tres partes: la primera se ocupa de las últimas palabras de celebridades –desde Benito Mussolini o el Che Guevara a Blas Infante, pasando por Gabriele D’Anunzio, Emily Dickinson o Marcelino Menéndez y Pelayo—; la segunda se ocupa de epitafios célebres y la tercera de notas de suicidio.