domingo, 8 de septiembre de 2013

A una damita bizca y hermosa

El señor vestido de blanco y con manos blandas le repetía una y otra vez:
- Concéntrate y dime si ves al soldado dentro de la garita.
Resultado de imagen de a una damita bizca y hermosa  bloggelesLa pequeña de seis años lo intentaba con todas sus fuerzas, atrapada su barbilla y su frente en el extraño aparato. Para contentar a todos deseaba ver dentro de la pequeña casita la figura del soldado valiente de sus cuentos de hadas, pero no había manera, la figura se superponía, se colocaba a la derecha o a la izquierda, nunca dentro. Después de las gotas, los parches y  las gafas,  vino la operación. A punto estuvo el oftalmólogo de operarle el ojo bueno, menos mal que su padre, hombre precavido, enseñó las fotos que le había hecho en un fotomatón y demostró que el ojo que bizqueaba, que sufría un severo trastorno de estrabismo, era el derecho.
De bebé tenía los ojos azules y no se notaba su defecto, la anomalía apareció al año cuando el color cambió y un ojo vago pasó a esconderse detrás del párpado. Todas las miradas de conmiseración se dirigían a sus ojos asimétricos. Era bisoja y trasojada. La madre no entendía estas jugarretas de la herencia y se avergonzaba de su hija que siempre se protegía permaneciendo en un segundo plano, agarrada al extremo de su falda,  temerosa de oír la temida frase: ¡Lástima, con lo mona que es! Encomio y escarnio al mismo tiempo, elogio paradójico, alabanza sesuda y burla. No le hicieron fotos para no avergonzarla, pero quedan algunos testimonios de su mirar zambo y zurdo entre familiares de ojos perfectamente alienados. El trastorno iba también asociado al astigmatismo y a la torpeza, tropezaba con objetos que no veía, no se hacía una idea de las distancias. Se volvió invisible, callada  e hierática.
Pepe, el primer chico al que amó, le preguntó:
-¿Por qué no me miras nunca a los ojos?
No se atrevió a revelar su secreto y a responderle: para que no te des cuenta de que soy bizca e indigna. Como no había nadie para protegerla con su mano, decidió alejarse para que él no se sintiese avergonzado.
Demasiado tarde supo que, en otras culturas como la maya, a los niños que tenían esta deformación se les consideraba superiores, algunas familias colocaban en la cabeza de su hijo un cordón con una figurita en el extremo que les caía delante de los ojos, para que al mirarla forzaran la vista.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Las últimas palabras de los escritores

Hasta ahora solo me había ocupado de las primeras frases de un libro, tan importantes a la hora de continuar la lectura. Buscando en la red,  me he encontrado con las últimas palabras de grandes escritores; pero inmediatamente surge  la duda: ¿Las tenían preparadas?, ¿realmente las dijeron ellos en el momento de su muerte o las dijeron los que estaban a su lado para engrandecer su figura? Tal vez se las haya inventado el propio autor del libro. Me cuesta creer que los escritores desaparezcan como los actores de teatro después de decir "me muero". 
El libro de los finales contiene tres partes: la primera se ocupa de las últimas palabras de celebridades –desde Benito Mussolini o el Che Guevara a Blas Infante, pasando por Gabriele D’Anunzio, Emily Dickinson o Marcelino Menéndez y Pelayo—; la segunda se ocupa de epitafios célebres y la tercera de notas de suicidio.  

Tortuosas relaciones de parentesco de los grandes autores, Colm Tóibin

La gloria literaria gracias a los demonios familiares y a los secretos íntimos

  • Colm Tóibín retrata en 'Nuevas maneras de matar a tu madre' las tortuosas relaciones de parentesco de 20 grandes autores: Austen, James, Mann, Yeats, Beckett, Williams, Borges, Cheever...
  • El lado oscuro y los secretos íntimos que han servido para hacer grande a grandes escritores que ayudan a comprender mejor sus obras

martes, 27 de agosto de 2013

Juicio de conciencia, novela inédita de Trinidad Cuéllar Caturla

Deshaciendo la casa de mis padres en Villena, donde han ido a parar todos los trastos que no cabían en Madrid, he encontrado todos los apuntes de la carrera de mi padre y el borrador de la novela, Juicio de conciencia, que mandó al premio Nadal en 1948 o 1949,  porque no aparece el año. Él nunca me habló de su aventura literaria, solo se lo oí comentar a mi madre que fue la que pasó el original a máquina. Sus 200 páginas me las he leído con emoción e interés en dos días. Me ha sorprendido su habilidad narrativa, sobre todo para hacer diálogos, y descubrir en él un espíritu joven e idealista muy diferente del talante de sus últimos años. Así era mi padre, todo un misterio, un hombre de ciencias enamorado de la literatura. La novela no le salió redonda, tiene un tufillo antiguo, propio de los años en que fue escrita; es una novela iniciática, de aprendizaje muy parecida a la de los escritores del 98, mezcla de literatura intelectual, sentimental y religiosa, con alguna que otra pincelada costumbrista, pero refleja fielmente las lecturas juveniles y su propia personalidad.
El tema fundamental es la defensa de las mujeres caídas a través de la historia de amor de dos jóvenes del mismo pueblo y de caracteres muy diferentes, la indecisión de él y la búsqueda de nuevas experiencias de ella les separarán. La novela comienza con el famoso Examen de Estado que varios jóvenes realizan en Alicante y que supone una ruptura con su antigua vida. Carmen Rosales y Pedro Torres irán a Barcelona, él estudiará Derecho y ella empezará la carrera de Químicas que no terminará porque en su camino se cruza un don Juan, el barón de Cornellá, del que se hará su amante. Se desarrolla entre 1927 y 1934, cuando se celebra el extraño juicio que en que la voz de la conciencia hace de abogado defensor y de fiscal. 
 El narrador se muestra claramente omnisciente, parece observar con un teleobjetivo la vida de sus criaturas, dialoga con el lector, anticipa conversaciones y acontecimientos, es testigo de cómo Carmen acusa de su caída al incrédulo Pedro "porque siempre se goza culpando a los mejores hombres de las faltas graves". Pedro, huérfano de padre ,inteligente e inmaduro, con grandes ideas y poco espíritu práctico, es un buen estudiante que lleva una vida diáfana en busca de la perfección y la felicidad: "Estudia, ama, siente impulsos de juventud por conocerlo todo".  Carmen es una mujer bella a la que la búsqueda de la felicidad le va a acarrear la desgracia: "Halagada por todos llora en silencio la existencia de un verdadero amor". Un hombre rico con una mujer enferma de tuberculosis que vive en Suiza, deslumbra a nuestra pueblerina. Carmen quiere vivir esa vida de lujo que no le ofrece Pedro. Cuando su mujer muere, la abandona compensándola con dinero. Después de dilapidar su fortuna en viajes, lujos, drogas  y amantes, abandonada por todos, esta femme fatal, decide ir contra su amigo y amor de juventud para solucionar sus problemas económicos. Le demanda porque de joven la corrompió con sus ideas librepensadoras sobre el amor libre, a través de un diálogo intrascendente entre el amor espiritual y el amor carnal que le leyó Pedro.
En este inusual folletín no podía faltar el final feliz, Carmen es redimida por el amor de Pedro. Junto a los dos personajes principales, aparecen muchos secundarios: una compañera de la carrera con la que Pedro tiene una relación fugaz, Julia Montañola,  muchos estudiantes que quieren vivir libremente fuera del conservadurismo que les rodea, una madre (Virtudes), una hermana de la protagonista, un cura y un marqués. Como fondo tres ciudades, Túrtula (nombre antiguo de Villena), Barcelona y Valencia.

En sus páginas hay pocas descripciones, solo algunas pinceladas costumbristas de Villena: canciones populares, referencias a las fiestas de Moros y Cristianos, con comparsas muy distintas a las que hay ahora, y a José María Soler, ganador del prestigioso premio internacional Montaigne.  No puedo copiar toda la novela, pero he entresacado estos párrafos que dan una idea del estilo del autor.
"Ninguno de los protagonistas sabe lo que es el aburrimiento y están esperando que vengan las fiestas de la Virgen para pasarlas como las mejores de su vida.  Con ellas se escaparán de la rutina de las vacaciones y del trabajo. Los festejos como en años anteriores están anunciados con programas policromados. Se trata de las fiestas de Moros y Cristianos tan arraigadas en la región levantina.  Desde el cinco de septiembre hasta el nueve, todas las horas están ocupadas bien con simulacros de batallas y alianzas, bien con procesiones y sermones, bien con corridas de toros y charlotadas, bien con contrabando, bien con desfiles, bien con bailes o bien con conciertos. Tradicionalmente se ha ido elaborando el programa de festejos que difiere poco de unos años a otros. Su finalidad consiste en dar las mayores facilidades para que cada individuo del pueblo goce del mayor número de diversiones. La comisión que redacta el programa encauza los gustos de sus paisanos: no quieren que la iniciativa propia malogre lo que cuesta tantos sinsabores y dineros, y tan solo a las comparsas a altas horas de la noche les dejan cierta libertad para que organicen bailes y reuniones".
"Como el año anterior las Fiestas de Moros y Cristianos se celebraban con todo su esplendor y Rafael se sintió atraído por la policromía de los diversos trajes. Esos moros con sus dibujos arabescos y pantalones de raso, color encarnado, amarillo y azul. Los estudiantes con la misma vestimenta de los españoles célebres del Siglo de Oro. Los marineros con la sencillez de sus vestido calcado de los que llevan los trabajadores del mar, con la clásica camiseta de rayas horizontales blancas y azules. Los contrabandistas, viva estampa de los fieros bandidos de Sierra Morena; ni José María el "Tempranillo" llevaría el garbo que al andar esos turbulenses proporcionan a sus cuerpos disfrazados. Los americanos, retrato fiel de los hombres del Oeste de Norteamérica, pues también aquí en este rincón de España un puñado de jóvenes se sintieron atraídos por las luchas legendarios de Eddie Polo, William Duncan, Tom Tyler* y otros, y esos cinco días del 5 al 9 de septiembre, salen a la calle del pacífico pueblo a hacer realidad las aventuras de Él, Ella y el Bandido. Los Maseros o labradores manifestando el poder de la gleba, pues hasta en las fiestas se cuenta con ellos. Los romanos, hombres serios y graves que con los Cristianos cierran las últimas comparsas, para al final de los cinco días, después de haber permitido el triunfo de la morisma, acabar con ella y obligarla a la conversión al cristianismo en el santuario donde se venera a la Virgen.
De todas estas comparsas Rafael se sintió atraído por los Americanos, era la voz de la sangre la que se le inflamaba, pues tenían algo de aquellos pamperos que dominan con el látigo el potro salvaje y el toro de carne  de muchas arrobas. Y así él en las retretas, fiesta de noche en donde se permite todo cuanto inspire el vino, dejaba a sus amigos y se juntaba a estos festeros para correr y saltar al compás de los pasodobles que una música traída ex profeso de un pueblo vecino les seguía a todas partes".

"-No te mereces ser turbulense, si yo fuera tú, me las arreglaría para escribir un libro que retratase con fidelidad estas bellas tradiciones que han hecho conocer a tus paisanos. Eres muy serio en comparación con tanta alegría como se reparte por esas calle Túrbula.
-¿Y por qué tengo que ser yo quien escriba ese libro, cuando ya hay un Romancero turbulense y  hay gente como José María Soler que con un espíritu más histórico que el mío, que llevan toda su vida recogiendo datos para publicarlo?
-Pero nadie posee el sentimiento tuyo, amigo Pedro. Estoy seguro que tú descubrirías cada paso con la poesía que nos das a conocer cuando relatas los sucesos más importantes.
-Gracias, Rafael, por lo que me dices, pero si he hecho poesía alguna vez, ésta ha sido un poco trágica, algo existencialista y creo que describiría mejor la semana de Pasión que la semana de Fiestas".

"Tenía por norma Juan encabezar sus epístolas con adjetivos galantes que Carmen iba anotando en una libreta. Nunca se repetía y mientras duraron las ausencias le adornó las cartas con los siguientes piropos:
"Guapa, maja, jarifa, galana, venusta, linda, agraciada, peregrina, relinda, hechicera, jorguina, garrida, graciosa, mirífica, bondadosa, mayestática, álfica, armiñada, leda, etc."

* Los tres fueron actores del cine mudo y sonoro.


domingo, 25 de agosto de 2013

Hay que deshacer la casa del pueblo

Hay que deshacer la casa es una obra de teatro de Sebastián Junyet que vi hace mucho tiempo interpretada por dos hermanas que se deben repartir la herencia en el domicilio familiar, tarea nada fácil puesto que todos los objetos tienen detrás recuerdos y reproches. Este verano, me ha tocado a mí sola la ingrata tarea de deshacer la casa de mis padres, después de haber sido ocupada por unos drogadictos y de que la policía reventara la puerta de entrada con una orden de registro. He tenido que hacerlo en vida de mi madre. Le prometí, cuando la memoria habitaba en ella, cuidar su casa y no lo he hecho, se la he deshecho. Después de llevar más de quince años abandonada y sin limpiar, se asemejaba a una tumba. Había más arena que en una playa y más polvo que en el decorado de una película de miedo. Los ladrones habían reventado con cuchillos los armarios que aparecían destripados y desordenados. Todos los objetos de valor habían desaparecido. El tiempo se había detenido entre habitaciones de principios de siglo pasado, años cuarenta y ochenta, cuando se había hecho la reforma; parecía la casa de Cuéntame. Los muebles que estaban mejor se los he dado a los habitantes de casa Zoilo, que me acogen todos los veranos como si fuera una más de la familia, allí los podré ver.  Mi madre había acumulado cosas y más cosas sin ordenarlas. Han aparecido más de seis tulipas que no se corresponden con ninguna lámpara, el camisón de piel de melocotón de su noche de boda, la ropa de acristianar con las iniciales de mi padre y los bordados que mi abuela materna hizo en la Normal de Castellón. El problema son los recuerdos de mi padre, los libros y las revistas de los años cuarenta (Destino, Campeón) y de los setenta (Triunfo) que  no sé qué hacer con ellos. Todavía quedan sin tirar más de ochenta bolsas de basura llenas de porquería, de objetos rotos, de visillos ennegrecidos y ropa vieja. Parece mentira todo lo que podemos acumular en vida, aunque sepamos que nos vamos ligeros de equipaje. Ha sido muy duro desprenderme de algunos objetos, sobre todo de los ligados a mi infancia. 
Me he acordado de un poema de mi compañero Ángel Guinda, donde se pregunta adónde van las casas y los objetos que las habitaron. La respuesta a este ubi sunt es bastante clara: primero al olvido y luego a la basura.   

¿Adónde van?
Las casas y objetos que nos habitaron,
los grandes descalabros,
los triunfos,
las promesas incumplidas,
la ilusión caducada,
los instantes tremendos,
las huellas que se interrumpen,
los placeres,
los días tenebrosos,
las citas decisivas,
la avidez desplomada,
los álbumes de fotos,
los vivos y los muertos.

La casa es preciosa,  modernista de principios del siglo XX, un dúplex con salón, dos cuartos de baño y cinco habitaciones con mucha luz, situada en el centro del pueblo con inmejorables vistas a las fiestas de Moros y Cristianos, eso sí, sin ascensor. La voy a poner en venta. No fui capaz de hacer fotos ni antes ni después del desastre, supongo que para olvidar. Si la casa estuviera en Madrid, sería muy afortunada. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Hacíamos el amor compulsivamente (Palinuro de México, de Fernando del Paso)

Trasteando por internet he encontrado esta interesante joya literaria formada por adverbios.  Dan ganas de leerse el libro enterito.

"Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. 
Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente. 
O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente. 
Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente. 
O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos. 
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente. 
Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. 
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. 
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente. 
"

Fernando del Paso, Palinuro de México,  1982

* Palinuro fue el piloto de la nave de Eneas desde su salida de Troya tras la destrucción de la ciudad. Cuenta Virgilio en la Eneida que, tras parlamentar Venus y Neptuno, éste le prometió a la diosa que los troyanos arribarían al Lacio con navegación segura a cambio de una ofrenda humana. Durante la travesía nocturna, Somnus (equivalente romano de Hipnos) visita a Palinuro y lo duerme; Palinuro cae al mar, llega a una playa y allí lo matan unos bandidos. Se cumple así la profecía neptúnica, aunque aún habrán de encontrar dificultades por tierra los troyanos antes de llegar a Italia.
El dibujo es de Egon Schiele

Tres textos a propósito de la publicidad


El poder del eslogan 
Lo invaden todo, están en todas partes: en los labios de los oradores, de los charlatanes, de los anunciantes; en las ondas y las pantallas, grandes o pequeñas; en las paredes, los muros, las casas, los paisajes; en las  páginas de los periódicos, los carteles, los folletos, las pancartas, las octavillas, las pegatinas, los escudos, las insignias… Decir que nos asedian es poco; se instalan con toda naturalidad en nuestra memoria, en nuestro lenguaje, quizás en el fondo mismo de nuestro pensamiento.
Pero, ¿cómo es posible que una breve fórmula, vulgar o ingeniosa, sinuosa o explícita, vehemente o cerebral, baste para provocar tal o cual reacción de masas, vender un producto que realmente nadie necesita, cambiar el resultado de unas elecciones, unir a las multitudes en una causa que no es la suya, empujar a pueblos enteros al motín o a la guerra?

Olivier Reboul, El poder del eslogan 

Epidermis publicitaria
Al alcohol lo llamo directamente Ballantine’s. Digo Bic por bolígrafo, Mont-Blanc por pluma, Olivetti por máquina de escribir y Mac por ordenador. En los restaurantes finos suelto Avecrem en lugar de sopa o Camy por “biscuit-glacé”, y lo peor de todo es que suelo acertar. Cuando intento pronunciar palabras tan sencillas como somnífero, tónica, zapatillas, bicicleta, tarjeta de crédito o cigarro me salen espontáneamente marcas caprichosas: Valium, Schweppes, Adidas, BH, Visa, Montecristo. Los digitales son Casio, y los analógicos, Omega. Las “colas” son Coca-Cola, incluso cuando bebo Pepsi. Al televisor le digo el tubo, y al tubo, claro, Triniton. Y así todo el tiempo. Soy irremediablemente metonímico, qué se le va a hacer. De la misma manera que otros son zurdos, bizcos, tartajas, daltónicos, patizambos, miopes o inspectores de Hacienda, yo tengo la desgracia de padecer metonimia aguda. Cuando hablo o hago estas redacciones suelo tomar la parte por el todo, o lo que es más intolerable por estos alrededores literarios, tomo la marca por la cosa.

Juan Cueto, El País Semanal, 1987

Palinuro en Productolandia
Ya para entonces había sonado su despertador West de todos los días a las siete de la mañana en punto (¡Tiiiiing! hizo el despertador) y nuestro amigo después de quitarse de encima sus sábanas Queen y su cobija eléctrica Sunbeam, de bostezar (¡Auuuggggh!) y de hacer la lección número 13 del curso de Charles Atlas, fue a la cocina, tomó un Alka-Seltzer (¡Tsss! ¡Tssss!) y tras eructar convenientemente (¡Erp! ¡Erp!) abrió la puerta de su refrigerador Westinhoouse (¡Brrrr! ¡Brrrr!) sacó una lata de jugo de naranja Sunkist, la abrió con su abrelatas Ecko (¡Click!) se la bebió (¡Gulp! ¡Gulp!) encendió su estufa Acros (¡Flum!) puso a calentar agua (¡Buble! ¡Bouble!) se sirvió una cucharada de Nescafé (¡Splash!) le puso un chorrito (¡Pisss!) de leche Carnation y dos terrones de azúcar de la Tate and Lyle (¡Plop! ¡Plop!) mientras que en su tostador General Electric tostaba dos rebanadas de pan Wonder a las que embarró con mantequilla Gloria (¡Trsss! ¡Trsss!), habiéndose comido después un gran plato de Rice Krispies de Kellogg´s (¡Crisp! ¡Crasp! ¡Crisp!) y luego habiéndose limpiado la boca con una servilleta Scott, fuese al baño a lavarse los dientes con pasta Forhan´s  (que era como la extensión de la piel de sus dientes), habiendo hecho su cepillo Dentamatic al frotar sus incisivos algo así como ¡Brushjjt! Brisschj Braschjt! (…)

Fernando del Paso, Palinuro en México, Edic. Algaguara, Madrid, 1982, págs... 284-7