jueves, 24 de junio de 2010

El arte del insulto


Diccionario del insulto
Conde y González (Mario y Felipe) son dos aventureros de la vida, dos achangueros, bailones, birlos, buscas, choris, choricenates, choros, gerifaltes, gindas, guindaleros, merchantes, pispos, quitones, quinadores, sopistas, volatas, quitameriendas... Esta retahíla de improperios pertenece a un artículo de Francisco Umbral publicado en EL MUNDO y que aparece en la presentación del Diccionario del insulto, un libro publicado por Ediciones Península que han escrito tres profesores de Lingüística General de la Universidad de Granada.¿Sabías que este diccionario recoge nada menos que 5.000 entradas y que, aun así, eso sólo es una parte de los muchos insultos que circulan por ahí? Leerlo nos servirá para saber cuándo somos insultados y cómo insultar.
POR EJEMPLO
ABRAZAFAROLAS. Borracho que se recoge a menudo en un estado lamentable.
AGONIOSO. Ansioso y egoísta, que apremia constantemente a los demás, contagiando su estado nervioso, produciendo estrés en su entorno.
ENTREVERADO. Loco que sufre ataques repentinos e intermitentes de enajenación mental, ciclotímico.
FACINEROSO. Malvado, delincuente “que ha cometido grandes delitos y tiene intención de continuar”.
MALABABA. Ser antipático y malvado.
REPARON. Quisquilloso, chinchorrero, que pone reparos continuamente, que lo critica todo.
SATRAPA. Déspota; taimado, ladino; dirigente corrupto.
SOBAESQUINAS. Vago, desgraciado.
SUAVON. Hipócrita que se finge bondadoso e inofensivo.
MALABABA. Ser antipático y malvado.
SINSORGO. Soseras y medio bobo.
TRACANTOS. Tonto e inutil.
VIVALES. Fresco, tunante, caradura que vive muy bien, a base de no preocuparse demasiado si hay que perjudicar a otros para lograrlo.
ZANGOLOTINO. Adolescente frivolón que viste y se comporta como un niño.

Si alguien te ha hecho enojar, no te pegues con él, insulta educadamente. Algunos piensan que es un acto de justicia o un acto de caridad. Lo que no cabe duda es que el insulto es una forma de violencia hacia afuera que deberíamos evitar; pero, si no es posible, conviértelo en un arte.



Para saber más:
Sobre la historia de las palabrotas:
www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n23/23_mespinosa.html
http://www.psicofxp.com/forums/discusiones-generales.13/437926-los-insultos.html
Marcos Perea, Breve antología del insulto http://www.jotdown.es/2018/02/breve-antologia-del-insulto/
Qué bien sienta soltar un taco 

Cojones

RIQUEZA DEL LENGUAJE CASTELLANO Un ejemplo de la riqueza del lenguaje castellano es el número de acepciones de una simple palabra como puede ser la muy conocida y frecuentemente utilizada que hace referencia a los atributos masculinos, "cojones" Si va acompañado de un numeral, tiene significados distintos, según el número utilizado. Así, "uno" significa caro o costoso (valía un cojón), "dos" significa valentía (tiene dos cojones), "tres" significa desprecio (me importa tres cojones), un número muy grande y par significa dificultad (lograrlo me costó mil pares de cojones). El verbo cambia el significado. "Tener" indica valentía (aquella persona tiene cojones), aunque en admiración puede significar sorpresa (¡tiene cojones!), "poner" expresa un reto, especialmente si se pone en algunos lugares (puso los cojones encima de la mesa), "tocar" indica paciencia (¡no me toques los cojones¡). Se los utiliza para apostar (me corto los cojones), o para amenazar (te corto los cojones). El tiempo utilizado cambia el significado de la frase. Así el tiempo presente indica molestia o hastío (me toca los cojones), el reflexivo significa vagancia (se toca los cojones), pero el imperativo significa sorpresa (¡tócate los cojones!). Los prefijos o sufijos modulan su significado: "a-" expresa miedo (acojonado),"des-" significa cansancio (descojonado), "-udo" indica perfección (cojonudo), pero "-azo" se refiere a la indolencia o abulia (cojonazos). Las preposiciones matizan la expresión. "De" significa éxito (me salió de cojones) o cantidad (hacía un frío de cojones), "por" expresa voluntariedad (lo haré por cojones), "hasta" expresa el limite de aguante (estoy hasta los cojones), Pero "con" indica el valor (era un hombre con cojones) y "sin" la cobardía (era un hombre sin cojones). Es distinto el color, la forma, la simple textura o el tamaño. El color violeta expresa el frío (se me quedaron los cojones morados), la forma el cansancio (tenia los cojones cuadrados), pero el desgaste implica experiencia (tenía los cojones pelados de repetirlo). Es importante el tamaño y la posición (tiene dos cojones grandes y bien plantados); sin embargo hay un tamaño máximo (tiene los cojones como el caballo de Espartero) que no puede superarse, porque indica torpeza o vagancia (le cuelgan, se los pisa, se sienta sobre ellos e incluso necesita una carretilla para llevarlos). La interjección ¡cojones! Significa sorpresa, y cuando uno se halla perplejo los solicita (¡ manda cojones!). En ese lugar reside la voluntad y de allí surgen las órdenes (me sale de los cojones). En resumen, será difícil encontrar una palabra en castellano o en otros idiomas con mayor número de acepciones. (1) La situación anatómica también expresa estado de ánimo (se me pusieron los cojones de corbata).Un compromiso ante circunstancias difíciles y la voluntad de superar adversidades queda muy bien expresada con "hay que echarle cojones". Los aires dictatoriales y autoritarios se ponen de manifiesto con "aquí no hay más cojones que los míos". (1) Con mi admiración y respeto al autor de esta prueba de humor de tan buen castellano como buena ley, me he permitido añadir una modesta colaboración que contribuya a la sonrisa de aquel que lo leyere.


Pliegos de cordel: aleluyas y romances de ciego


El procedimiento de cuadricular una superficie para dibujar o grabar algo en cada cuadrícula, para desarrollar un tema, es viejísimo y ya lo podemos hallar en los frisos del Partenón, en la columna de Trajano y en los retablos medievales y renacentistas, con las vidas de los santos y sus milagros, desarrollados de modo cronológico.
Junto a la literatura destinada a las clases cultas de la sociedad hubo en los siglos XVIII y XIX en España otra que hizo llegar a las clases populares relaciones, romances de ciego, almanaques, gozos y aleluyas. Se llamó «literatura de cordel» por estar expuestos a la venta los pliegos colgados o prendidos de una cuerda y cogidos con un trozo de caña a modo de pinza para evitar que se los llevara el viento. Las aleluyas (una serie de dibujos contenidos en un pliego de papel con los que explican un asunto, generalmente con versos pareados al pie) y los pliegos sueltos son páginas impresas en papel barato, sin encuadernar, destinadas a una lectura rápida. La extensión de estos pliegos era variable, generalmente de una a cuatro páginas.
Los romances de ciego
Los llamados "Romances de Ciego" son composiciones en verso, que no necesariamente responden al modelo literario del romance. Generalmente son de autor anónimo y versan sobre relatos de hechos más bien recientes y localizados, que impresionaron a las gentes por su dramatismo o truculencia, o por su desenlace trágico.
Durante el siglo XVIII, comenzó a hacerse frecuente en calles y plazas la figura del ciego coplero que, a cambio de unas monedas, relataba a las gentes el horroroso crimen de Don Benito o los aciagos amoríos de una humilde costurera. Para ilustrar su historia, el ciego llevaba a veces un cartelón con viñetas que, a manera de secuencias mudas pero más que expresivas, iban mostrando las acciones de los personajes, casi como un cinematógrafo inmóvil y rudimentario. Los oyentes se arremolinaban en torno al coplero, pedían bises para intentar memorizar el relato y, los más pudientes, compraban por unos reales el plieguecillo con el romance impreso, que guardaban con mimo hasta que la memoria –a fuerza de repetir- perpetuaba para siempre la copla.
Por lo menos hasta después la Guerra Civil la voz ronca y monótona del coplero encantó los oídos de niños y grandes, sugiriendo los misterios y sucesos curiosos o extravagantes, pero de seguro ciertos, porque así lo decía el romance, que atestiguaba sin tapujos el lugar y la condición de protagonistas y sucesos.
Para ilustrar su historia, el ciego llevaba a veces un cartelón con viñetas que, a manera de secuencias mudas pero más que expresivas, iban mostrando las acciones de los personajes, casi como un cinematógrafo inmóvil y rudimentario. Los romances de ciegos solían comenzar con una llamada de atención similar a ésta:

"Hombres, mujeres y niños,
mendigos y caballeros,
paisanos y militares,
carcamales y mancebos.
El que ya no peina canas
porque se quedó sin pelo,
y el que el tupé se compone
con bandolina y ungüento..."

Si la narración era larga, para evitar que se le marchara la clientela, hacían intermedios que a veces aprovechaban para vender medicinas, cartas, o el típico calendario zaragozano, y anunciaban la continuación de la siguiente manera:

"Fin de la segunda parte,
éstas dos no pintan nada,
la tercera es la que vale..."

El final irremisiblemente solía ser una invitación a la compra del pliego, si les había gustado el recitado:

"Y aquí se acaba el romance
que en el pliego escrito está,
sólo dos céntimos cuesta
a quien lo quiera llevar".

Edición de El crimen de la calle fuencarral










Para saber más:
http://findesemana.libertaddigital.com/el-crimen-de-la-calle-fuencarral-1276229893.html

Versión didáctica



El mejor blog que se puede encontrar en internet es el de Antonio Lorenzo, Almanaque, que  recoge,  con acertados comentarios, múltiples y variados pliegos de esta literatura popular que refleja las características de la sociedad española en distintas épocas. Casi un libro de amena lectura y excelente documentación. 

Para saber más:
http://cuestadelzarzal.blogia.com/2010/022301-arte-poetica-del-romancero-oral.-los-textos-abiertos-de-creacion-colectiva-14-.php que recoge testimonios interesantes de Unamuno y Pío Baroja.
http://www.aliste.info/Cuarteron.asp?titulo=Romances&Encabezado=Romances%20de%20ciegos
http://www.aldeadelpinar.com/costumbres/canciones/romances/romances.html

Documentos sonoros:

Terrible crimen cometido en Zamora, cantado por Inés Rodríguez Gazapo, grabada en el año 1992, contando con la edad de 82 años.
Mañanita de san Juan cantada por Nieves Mª Nieves Garcia Sanz(77 años).

Unidades didácticas:
http://www.juandevallejo.org/lectora_files/ciegos.pdf
http://angarmegia.wikispaces.com/Romances+de+Cordel

Libro de romances de ciego


Documento visual
Al comienzo de la película El crimen de Cuenca

Panfleto antipedagógico


Descargar texto:
http://www.lsi.upc.es/~conrado/docencia/panfleto-antipedagogico.pdf
Para saber más, artículo de Vargas Llosa:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Prohibido/prohibir/elpepiopi/20090726elpepiopi_12/Tes

Romances de la evaluación



Este romance (con música) basado en hechos reales circula por los institutos en estos días de evaluación final.
Además existe otro: Romance de evaluación de Fray Josepho con ecos de los romances clásicos, y deliberados arcaísmos léxicos y ortográficos.

La literatura llama a la literatura: Reciclaje de Jesús Munárriz




El escritor Seve Calleja propone rescribir textos conocidos, imitarlos con ligeras variantes para sumergirse en la tradición literaria. Otro escritor vasco, el poeta Jesús Munárriz ha utilizado en su poema “Reciclaje” versos de 28 poetas de la historia de la literatura española.





RECICLAJE

Los poetas son puro reciclaje
Con todo hacen poemas:
Con un amigo que a la puerta estaba,
Con un prado de flores bien poblado,
Con aquella avecilla que cantaba al albor,
Con la muerte de un padre tan valiente,
Con polvo, sí, mas polvo enamorado,
Con los airados ojos de la amada,
Con unos labios, de chupar, cansados,
Con una baja lira,
Con flores de amarillos jaramagos,
Con no sé qué que quedan balbuciendo,
Con un huerto plantado por su mano,
Con tierra y humo y polvo y sombra y nada,
Con el tiempo que muere en nuestros brazos,
Con un arpa cubierta de polvo,
Del salón en el ángulo oscuro,
Con los ríos y las fuentes y los regatos pequeños,
Con una rosa blanca,
Con una sola sombra larga,
Con una piedra dura porque ella ya no siente,
Con cosas de poca importancia,
Con sudor, polvo, hierro,
Con un viejo olmo hendido por el rayo,
Con las claras orejas de su burro,
Con una gota de sangre de pato,
Con una paloma que se equivocaba,
Con sangre de cebolla,
Con un río de sueñera y de barro,
Con viento del olvido, que cuando sopla mata,
Con todo hacen poemas los poetas.

Jesús Munárriz: “Reciclaje”, A vueltas con la poesía

Actividad por grupos:
Os propongo un juego: Identificad el mayor número de poetas y poemas ”reciclados”. Un ejemplo: el verso 6, “con la muerte de un padre tan valiente”, remite a las conocidas Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (siglo XV). Podéis utilizar todos los medios a vuestro alcance (incluidos los buscadores más efectivos).

miércoles, 23 de junio de 2010

Decálogo para formar un delincuente





El patio de Monipodio

La clase de 3º de la que soy tutora es todo un ejemplo de integración intercultural de la Comunidad de Madrid. Tiene 19 alumnos, casi todos son de Ecuador menos dos alumnas españolas, una de ellas absentista. Está formada por alumnos repetidores y alumnos PIL. Vamos que tengo lo mejorcito del instituto. Además, tres alumnos han sido colocados aquí porque han llegado directamente de su país, pero su nivel es inferior a un 6º de primaria.
Resultado de imagen de bloggeles el patio de monipodioLo peor es que no quieren aprender, aunque les demos todos los contenidos bien mascaditos. No traen libros, si les damos una fotocopia la pierden. Se ponen de acuerdo para decir que no había ejercicios, copian todo lo que pueden... Al principio se comportaban como gamberros, al final como predelincuentes. Tengo la sensación de que han vuelto de América los descendientes de los Lazarillos, Buscones y Alemanes que se fueron allí a cambiar de fortuna.
Mi clase se ha convertido en una escuela de delincuencia. Yo la llamo el patio de Monipodio, el lugar donde se reunían todos los rufianes (ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas) de Sevilla. en la novela de Cervantes Rinconete y Cortadillo. Desde principio de curso hemos tenido el robo de dos abonos de transportes, tres móviles y tres robos en metálico: uno de veinte y dos de diez euros; y un conato de extorsión a un alumno de un curso inferior. Primero se robaron entre ellos y luego al resto de la comunidad educativa, incluidos los profesores. Todos los esfuerzos que hemos hecho para educarlos en valores han fracasado. Las familias han pasado olímpicamente.
Como muestra un botón. Paso a relatar los hechos que ocurrieron delante de mis ojos en clase un día de junio, cuando sólo tres alumnos tenían probabilidades de aprobar alguna asignatura. La protagonista, por cierto, española se merecería el Oscar a la mejor actriz de reparto:

Una alumna me indica que se me han caído las gafas. Miro al suelo y veo una flamante funda de ray-ban. “No son mías”, le digo. Inmediatamente las recoge y se las prueba.
-Que no te las pongas -la amonesto-, cuando termine la clase las bajaré a conserjería, porque seguro que son de algún profesor que las ha perdido.
No me hace ni caso y se las prueban sus amigos. Cuando me enfado, se presta solícita a entregarlas ella misma. No me resisto ante tamaña amabilidad y la dejo bajar, no sea que luego se me olvide a mí hacerlo.
Sale con la funda de las gafas en la mano y vuelve al poco rato sin ella. Cinco minutos antes de que suene el timbre llaman a la puerta y aparece la profesora de Inglés con una alumna del Practicum (master para futuros profesores), me dicen que han perdido unas gafas. Les cuento toda la historia y me afirman que abajo no están. La alumna interviene diciendo que no se lo explica y que le deje volver a salir para solucionar el problema. Le doy permiso.
Cuando cierro el aula al final de la clase, la veo venir de otra clase con la funda de gafas. Inmediatamente descubro el pastel: las gafas se quedaron en clase y la funda se la dio a unos amigos. Ante mi estupor y perplejidad, afirma con total tranquilidad:
-Si no eran para mí, no me sentaban bien. Además yo no las he robado, porque ya las he devuelto.
Entonces me acordé de que los profesores no lloran.


domingo, 20 de junio de 2010

La conjuración de las palabras, Pérez Galdós


Érase un gran edificio llamado Diccionario de la Lengua castellana, de tamaño tan colosal y fuera de medida, que, al decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que, destinadas a varios usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer a un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueño, la tabla que lo sostenía amenazaba desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella. Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con doradas letras, que decían al mundo y a la posteridad el nombre y significación de aquel gran monumento.
Por dentro era un laberinto tan maravilloso, que ni el mismo de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientas paredes de papel con sus números llamados páginas. Cada espacio estaba subdividido en tres corredores o crujías muy grandes, y en estas crujías se hallaban innumerables celdas, ocupadas por los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel vastísimo recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras.
* * *
Una mañana sintióse gran ruido de voces, patadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y vistiese a toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla. Y a la verdad, cosa de guerra debía de ser, porque a poco rato salieron todas o casi todas las palabras del Diccionario, con fuertes y relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no cupiera en la misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el espectáculo que este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde un escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el propio estante se hallaba a la sazón.
Avanzó la comitiva hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio. Trataré de describir el orden y aparato de aquel ejército, siguiendo fielmente la veraz, escrupulosa y auténtica narración de mi amigo el Flos sanctorum.
Delante marchaban unos heraldos llamados Artículos, vestidos con magníficas dalmáticas y cotas de finísimo acero; no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores los Sustantivos, que venían un poco más atrás. Estos, en número casi infinito, eran tan vistosos y gallardos, que daba gozo verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Aquéllos montaban poderosos potros ricamente enjaezados, y otros iban a pie. Algunos parecían menos ricos y lujosos que los demás; y aún puede asegurarse que había bastantes pobremente vestidos, si bien éstos eran poco vistos, porque el brillo y elegancia de los otros como que les ocultaba y obscurecía. Junto a los Sustantivos marchaban los Pronombres, que iban a pie y delante, llevando la brida de los caballos, o detrás, sosteniendo la cola del vestido de sus amos, ya guiándoles a guisa de lazarillos, ya dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos, porque, sea dicho de paso, también había Sustantivos muy valetudinarios y decrépitos, y algunos parecían próximos a morir. También se veían no pocos Pronombres representando a sus amos, que se quedaron en cama por enfermos o perezosos, y estos Pronombres formaban en la línea de los Sustantivos como si de tales hubieran categoría. No es necesario decir que los había de ambos sexos; y las damas cabalgaban con igual donaire que los hombres, y aun esgrimían las armas con tanto desenfado como ellos.
Detrás venían los Adjetivos, todos a pie; y eran como servidores o satélites de los Sustantivos, porque formaban al lado de ellos, atendiendo a sus órdenes para obedecerlas. Era cosa sabida que ningún caballero Sustantivo podía hacer cosa derecha sin el auxilio de un buen escudero de la honrada familia de los Adjetivos; pero éstos, a pesar de la fuerza y significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite, y se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran brillantes y caprichosos sus adornos y trajes, de colores vivos y formas muy determinadas; y era de notar que cuando se acercaban al amo, éste tomaba el color y la forma de aquéllos, quedando transformado al exterior, aunque en esencia el mismo.
Como a diez varas de distancia venían los Verbos, que eran unos señores de lo más extraño y maravilloso que puede concebir la fantasía.
No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni describirlos con precisión y exactitud. Basta saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacía adelante, y se juntaban dos para andar emparejados. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin los tales personajes no se hacía cosa a derechas en aquella República, y si bien los Sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como instrumentos ciegos cuando algún señor Verbo nos los dirigía. Tras éstos venían los Adverbios, que tenían cataduras de pinches de cocina; como que su oficio era prepararles la comida a los verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los Adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aun había Adjetivos que desempeñaban en comisión la plaza de Adverbios, para lo cual bastaba ponerles una cola o falda que decía: mente.
Las Preposiciones eran enanas, y más que personas parecían cosas, moviéndose automáticamente: iban junto a los Sustantivos para llevar recado a algún Verbo, o viceversa. Las Conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y una de ellas especialmente, llamada que, era el mismo enemigo y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor Sustantivo con un señor Verbo, y a veces trastornaba lo que éste decía, variando completamente el sentido. Detrás de todos marchaban las Interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan sólo cabeza, con gran boca siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer.
De estas palabras, algunas eran nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía en conocimiento de su abolengo latino o árabe; otras, sin alcurnia antigua de que vanagloriarse, eran nuevecillas, plebeyas o de poco más o menos. Los nobles las trataban con desprecio. Algunas había también en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo de adquirir nacionalidad. Otras, en cambio, indígenas hasta la pared de enfrente, se caían de puro viejas, y yacían arrinconadas, aunque las demás guardaran consideración a sus arrugas; y las había tan petulantes y presumidas, que despreciaban a las demás mirándolas enfáticamente.
Llegaron a la plaza del Estante y la ocuparon de punta a punta. El verbo Ser hizo una especie de cadalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí rodaban, y subió a él con intención de despotricarse; pero le quitó la palabra un Sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de sus edecanes, los simpáticos Adjetivos Racional y Libre, saludó a la multitud, quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a hablar en estos o parecidos términos:
–Señores: la osadía de los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso darles justo y pronto castigo. Ya no les basta introducir en sus libros contrabando francés, con gran detrimento de la riqueza nacional, sino que cuando por casualidad se nos emplea, trastornan nuestro sentido y nos hacen decir lo contrario de nuestra intención. (Bien, bien.) De nada sirve nuestro noble origen latino, para que esos tales respeten nuestro significado. Se nos desfigura de un modo que da grima y dolor. Así, permitidme que me conmueva, porque las lágrimas brotan de mis ojos y no puedo reprimir la emoción. (Nutridos aplausos.)
El orador se enjugó las lágrimas con la punta de la e, que de faldón le servía, y ya se preparaba a continuar, cuando le distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había entablado.
Era que el Sustantivo Sentido estaba dando de mojicones al Adjetivo Común, y le decía:
–Perro, follón y sucio vocablo, por ti me traen asendereado y me ponen como salvaguardia de toda clase de desatinos. Desde que cualquier escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido Común, y ya le parece que es el más sabio de la Tierra. Vete, negro y pestífero Adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás con vida de mis manos.
Y al decir esto el Sentido enarboló la t, y dándole un garrotazo con ella a su escudero le dejó tan mal parado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o, y bizmarle las costillas de la m, porque se iba desangrando por allí a toda prisa.
–Haya paz, señores –dijo un Sustantivo Femenino llamado Filosofía, que con dueñescas tocas blancas apareció entre el tumulto. Mas en cuanto le vio otra palabra llamada Música, se echó sobre ella y empezó a mesarle los cabellos y a darle coces, cantando así:
–Miren la bellaca, la sandia, la loca; ¿pues no quiere llevarme encadenada con una Preposición, diciendo que yo tengo Filosofía? Yo no tengo sino Música, hermana. Déjeme en paz y púdrase de vieja en compañía de la Alemana, que es otra vieja loca.
–Quita allá, bullanguera –dijo la Filosofía, arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la ú llevaba–; quita allá, que para nada vales ni sirves más que de pasatiempo pueril.
–Poco a poco, señoras mías –gritó un Sustantivo alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento–. A ver, señora Filosofía, si no me dice usted esas cosas a mi hermana, o tendremos que vernos las caras. Estése usted quieta y deje a Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios.
–Miren el mocoso –dijo la Razón, que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada–, ¿qué sería de esos badulaques sin mí? No reñir, y cada uno a su puesto, que si me incomodo...
–No ha de ser –dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse.
–¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo.
–No, señoras; perdonen usías, que no estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo andaba; pero después que tomé este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.
Y mostró un lacayo, que era el Adjetivo Necesario.
–Quítenmela, que la mato –chillaba la Religión, que había venido a las manos con la Política–; quítenmela, que me ha usurpado el nombre para disimular en el mundo sus socaliñas y gatuperios.
–Basta de indirectas. ¡Orden! –dijo el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto.
–Déjelas que se arañen, hermano –observó la Justicia–; déjelas que se arañen, que ya sabe vuecencia que rabian de verse juntas. Procuremos nosotros no andar también a la greña, y adelante con los faroles.
Mientras esto ocurría, se presentó un gallardo Sustantivo, vestido con relucientes armas y trayendo un escudo con peregrinas figuras y lema de plata y oro. Llamábase el Honor, y venía a quejarse de los innumerables desatinos que hacían los humanos en su nombre, dándole las más raras aplicaciones y haciéndole significar lo que más les venía a cuento. Pero el Sustantivo Moral, que estaba en un rincón atándose un hilo en la l, que se le había roto en la anterior refriega, se presentó, atrayendo la atención general. Quejóse de que se le subían a las barbas ciertos Adjetivos advenedizos, y concluyó diciendo que no le gustaban ciertas compañías, y que más le valiera andar solo; de lo cual se rieron otros muchos Sustantivos fachendosos que no llevaban nunca menos de seis Adjetivos de servidumbre.
Entretanto, la Inquisición, una viejecilla que no se podía tener, estaba pegando fuego a una hoguera que había hecho con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos, en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad, que andaba dando zancajos por allí con muchísima gracia y desenvoltura. Por otro lado estaba el Verbo Matar, dando grandes voces, y cerrando el puño con rabia, decía de vez en cuando:
–¡Si me conjugo...!
Oyendo lo cual, el Sustantivo Paz acudió corriendo tan aprisa, que tropezó en la z con que venia calzada y cayó cuan larga era, dando un gran batacazo.
–Allá voy –gritó el Sustantivo Arte, que ya se había metido a zapatero–. Allá voy a componer este zapato, que es cosa de mi incumbencia.
Y con unas comas le clavó la z a la Paz, que tomó vuelo y se fue a hacer cabriolas ante el Sustantivo Cañón, de quien dicen estaba perdidamente enamorada.
No pudiendo ni el Verbo Ser, ni el Sustantivo Hombre, ni el Adjetivo Racional poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en la desigual batalla que con los escritores españoles tendrían que emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual entrara en su celda, y así se cumplió, costando gran trabajo encerrar a algunas camorristas, que se empeñaban en alborotar y hacer el coco.
Resultaron de este tumulto bastantes heridos, que aún están en el hospital de sangre, o sea Fe de erratas del Diccionario. Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de imponerse a la gente de letras. Se están redactando las pragmáticas, que establecerán el orden en las discusiones. No tuvo resultado el pronunciamiento, por gastar el tiempo los conjurados en estériles debates y luchas de amor propio, en vez de congregarse para combatir al enemigo común; así es que concluyó aquello como el Rosario de la Aurora.
El Flos sanctorum me asegura que la Gramática había mandado al Diccionario una embajada de géneros, números y casos para ver si por las buenas, y sin derramamiento de sangre, se arreglaban los trastornados asuntos de la Lengua Castellana.