viernes, 11 de marzo de 2016

Defensa de la literatura, Trinidad Sánchez Muñoz


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  • La materia no se deja instrumentalizar fácilmente, ni entra en las estadísticas, y requiere tiempo y espacio. Entonces, ¿a quién le va a preocupar?
  • Los cambios que se han producido en la enseñanza en las últimas décadas han sumido en el pesimismo a gran parte del profesorado de esta asignatura.

martes, 23 de febrero de 2016

Las Sinsombrero de Tània Balló, documento imprescindible

'Las Sinsombrero' de Tània Balló nos muestra las historias olvidadas de las mujeres que formaron parte de la Generación del 27. Eran compañeras de Lorca, de Dalí, de Alberti. Eran las mujeres que en el Lyceum Club Femenino formaron un grupo paralelo, con la intención de, más que pedir un espacio en la sociedad, de agarrarlo, sabiendo que era suyo. En palabras de Maruja Mallo, una de las integrantes, "un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas y, atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llamándonos de todo".

Un resumen a modo de introducción del documental:


Se puede ver también integro en rtv.es a la carta de una hora de duración en vídeos imprescindibles:
Un resumen escrito aparece en el artículo de El Mundo de  Loreto Sánchez Seoane: 
Las mujeres en la Generación del 27: Ellas, el género neutro. 
Ver también el artículo de El Público:  Residencia para señoritas


Los leguleyos (3)


Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
León Felipe

Cuando tengo qué hacer algo que supera mis conocimientos, suelo preguntar. Soy una maridudas. Eso hice cuando decidimos cerrar una terraza de unos 20 metros, construida en los años sesenta, en una de las calles más transitadas y polucionadas de Madrid. La mayoría de los vecinos ya lo había hecho, no tanto por ganar metros, sino por evitar suciedad y ruido.
Pregunté en todas partes y oí estas respuestas tajantes: "El Ayuntamiento no da permiso, es mejor que lo hagas por tu cuenta"; "Yo no pedí permiso, como hay terrazas ya cerradas, lo puedes hacer sin ningún problema"; "La legislación dice una cosa, pero la práctica es otra". "Todo el mundo lo ha hecho así, si el edificio fuese protegido, todavía"; " Solo tendrías problemas si un vecino te denunciase, pero eso es imposible porque todos de una manera o de otra han hecho lo mismo. No tengas miedo"; "No pidas permiso al Ayuntamiento por obras, antes había que hacerlo, pero ahora no es necesario para cambiar suelos, puertas y pintar. Si todo el mundo pidiese permiso, el Ayuntamiento estaría colapsado", me dijo el albañil.
Yo no tenía las cosas claras pero, ante semejante unanimidad, claudiqué. No pedí permiso y empezaron las obras en mayo. Aprovechamos que había andamios porque el edificio estaba pasando la ITE.  Los inspectores llegaron en el mes de agosto, alertados por una denuncia anónima (ver entrada, Todo por un armario) cuando la obra estaba casi terminada.  El albañil, que nunca estaba, ese día les abrió y les dejó pasearse por toda la casa. Al final le entregaron una copia de una notificación (apenas se leía) en la que detectaron obra ilegal con cerramiento de terraza e instalación de aire acondicionado en un patio interior, que llevaba más de veinte años.
Quise ir inmediatamente al Ayuntamiento para solucionar el asunto. Empecé a mirar casos parecidos en internet y me di cuenta de que había hecho una barbaridad porque el desconocimiento de la ley no impide su cumplimiento. Me tocaría pagar una multa en el mejor de los casos, o  deshacer el daño. "El acta es papel mojado, tienes que esperar a que te llegue la denuncia"; "A lo mejor se traspapela", me decían para animarme. Esperé, la denuncia llegó dos meses después en las manos de dos policías municipales. Con ella fui a Urbanismo donde me trataron como si fuese el cabecilla de la trama Gürtel. Allí pude enterarme de que la obra, contra todo pronóstico, era legalizable. Necesitaba el informe de un arquitecto, el visto bueno de la comunidad de vecinos y rellenar unos impresos dificilísimos.
Busqué un arquitecto que realizó un informe, lo entregó en noviembre y pagamos las tasas correspondientes.  A los dos meses recibí una carta certificada indicando que me llevarían a los servicios jurídicos por no haber respondido a sus demandas. Con un susto de muerte, averiguamos que había ocurrido un error: como las herederas de la casa de mi madre somos dos, habían abierto dos expedientes independientes, sin darse cuenta que la vivienda era la misma. Vuelta a recurrir al arquitecto y vuelta a mandar el informe explicando lo ocurrido.
A estas alturas el insomnio se ha hecho crónico. Cada vez que suena el timbre de la puerta me da taquicardia. Aunque sé que la decisión fue mía, estoy empezando a creer que hay una conspiración contra mí y no tengo la certeza de que todo salga bien. Espero con ansiedad que se den cuenta del error, que el expediente siga su curso normal y me legalicen la obra.
Además, me ha quedado un odio infinito a los leguleyos, a esas personas que, sin tener conocimiento suficiente de las leyes, hacen valer su experiencia y autoridad aconsejando a los demás para recular cobardemente cuando han metido la pata:  "Pero, ¿cómo se te ocurre?; " Yo pedí permiso para mi obra"; "No me lo explico, ¡Qué mala suerte!". No cuesta nada utilizar la duda en estos casos: yo creo, a mi me parece, consulta a un experto.

Esta es la tercera entrega y la última, espero, que escribo en el blog sobre el enojoso asunto de la obra en la casa de mi madre. Siento haberme puesto tan pesada y reiterativa, pero necesitaba hacerlo. En las noches de insomnio, producidas por tantos sinsabores, me hubiese gustado encontrar una experiencia parecida. Sirvan estas líneas para aquellas personas que lo necesiten y no para los pocos lectores asiduos que tengo, que ya me han soportado en vivo.  

P.D. Creo que ahora, a finales de julio de 2017,  dos años después de reclamaciones, de recursos, de presentar varias veces los mismos documentos en registro, de insomnios, de llamadas, de cómo me puede pasar esto a mí, llevo tres meses sin que hayan vuelto a mandar un requerimiento, lo que significa silencio administrativo y legalización, por fin, de mi obra ilegal.  

domingo, 21 de febrero de 2016

Todo por un armario (2)

 Odio las reuniones de vecinos porque me parecen la antesala a la guerra civil. Gente que no escucha, que miente, que amenaza, que no deja hablar. Pero, después de llevar más de cincuenta años viviendo en la misma finca,  debo afirmar que aquí los vecinos hemos evitado siempre los pleitos y nos hemos ayudado a pesar de tener ideas muy distintas. Por eso no entiendo que la gente prefiera denunciar, antes que arreglar la situación por las buenas. Pongo aquí este ejemplo de cómo el mundo funciona al revés, de cómo de ser la perjudicada, he pasado a ser la demandada.
El vecino de arriba de la casa de mi madre se murió y vendieron el piso. Durante más de seis meses aguantamos estoicamente el desarrollo de la obra hecha por rumanos supuestamente ilegales, hasta que nos estropearon el techo del cuarto de baño y las aguas residuales invadieron el armario empotrado de una habitación, estropeando las maderas y la ropa.  Me puse en contacto con los propietarios, les mandé fotos. No se dignaron a bajar, le echaron la culpa a la comunidad de vecinos por no haber cambiado las tuberías. Llamé a mi seguro que no se hacía responsable, el suyo decía que era culpa de los albañiles, los albañiles no tenían seguro. El daño suponía unos 2000 euros porque había que rehacer el armario por completo y este era bastante grande. Como íbamos a realizar una obra en un futuro, consentí que los albañiles repararan parte de la avería para que por lo menos la ropa se pudiese colgar. Hicieron una chapuza (colocar parches de contrachapado)  que les llevó menos de media mañana, pero no sanearon ni barnizaron. A la semana resurgió el moho negro y se volvió a estropear la ropa que se salvó en la primera inundación. Ante mis reclamaciones y la falta de respuestas, mi seguro reclamó al suyo.
A la salida de la siguiente reunión de vecinos, el vecino causante del estropicio se dirigió a mí en términos vejatorios y me anunció que me iba a arruinar. No entendí nada y le volví a explicar, sin ningún éxito, que él no tenía nada que pagar, que era un seguro contra otro, porque legalmente  él era la responsable del perjuicio creado. No le di más importancia.
Un año después hacemos la obra, tuvimos mala suerte y el albañil nos salió rana (ver la entrada Albañil a la fuga). Todo lo que podía salir mal, salía peor.  Fuimos denunciados y una inspección del ayuntamiento declaró ilegal la obra. Me enteré de que la Ley admite la delación anónima y empecé a atar cabos. En ese tiempo, hubo dos más en la comunidad, todas ilegales, una de ellas incluso con cerramiento de terraza exterior, que no fueron denunciadas. Por lo tanto la denuncia era solo contra mí. Pregunté a los vecinos, uno me comentó que en agosto del año anterior, se personó un guardia municipal porque un cascote caído de la obra (los obreros estaban barriendo) casi mata a una cajera de la tienda de al lado. Esa información no se la dieron al vecino y este creyó que fui yo la que tramitó la denuncia contra ellos. Como venganza, supuestamente me denunció al Ayuntamiento.
Después de un año, no he querido entrar en pleitos y he renunciado a que el seguro reclamase por vía judicial la cantidad. Se lo he comunicado por escrito, pues bien, en lugar de darme las gracias, es abogado, me ha amenazado, porque hacer una  reclamación en nombre de un fallecido (el seguro estaba a nombre de mi madre) constituye un delito de estafa tipificado en el artículo 248 del código penal y castigado con hasta más de tres años de prisión.  Además lanzar sospechas sobre su actuación también puede tener consecuencias legales. En todo caso, mi comportamiento ha sido "intolerante y voluble" porque él ha intentado solucionarlo de manera amistosa. Es más, le hubiese gustado que la historia acabase en los tribunales porque el veredicto habría sido en mi contra. 
Resumiendo: como estaba ociosa y harta de tener un armario viejo, decidí, aprovechando que había obras legales en el piso de arriba, romper la bajante general de las aguas residuales para demandar al nuevo vecino, para que de esta manera me pagase un armario nuevo y ropa de temporada. Como era verano y no estaba en la vivienda, urdí toda una trama para impedir que su seguro pudiera bajar a ver los desperfectos y le denuncié al Ayuntamiento.  Por eso, después de llevar más de seis meses sin dormir con las lágrimas a flor de piel, he decidido olvidarlo todo y perder el dinero de la reclamación.

sábado, 20 de febrero de 2016

Albañil a la fuga (1)

Llevo exactamente diez meses de calvario. Los que ha durado la obra en casa de mi madre, que estaba sin reformarse, excepto la cocina, desde el año 64. La experiencia previa que hemos tenido de pequeños arreglos ha sido tan mala (en una entrada ya expliqué que el Corte Inglés nos timó 150 euros) que acabé acudiendo a un albañil del barrio que previamente me había hecho una reforma de puertas y suelo en mi casa. No quedó del todo bien, pero siempre me han dado pena los pequeños autónomos que luchan por sobrevivir y pasé por alto muchas de las deficiencias porque sé que algo siempre sale mal y él parecía de fiar, me ayudó a colocar la casa después y conocí a su familia que era encantadora. ¿De cara? Regular, ni precios tirados ni se subía a la parra. Mi obra acabó bien, salvo algunas cosas, incluso le llegué a incluir en mi blog con una entrada elogiosa (soy una ingenua) titulada: No hay deuda ni plazo que no se cumpla y que ya he borrado. Es más, pensé que había conocido a alguien que merecía la pena.
Pero la reforma de la casa de mi madre fue total, a la mitad del trabajo descubrimos que las tuberías eran de plomo y los cables de la luz de papel. Lo que iba a durar tres meses (de mayo a julio) no se ha terminado todavía. Encima hemos sido denunciados al Ayuntamiento por un vecino. Los azulejos se pusieron torcidos, el suelo cruje, las puertas no encajan, las ventanas no son aislantes y se oye el ruido de la calle más que cuando eran de hierro. Han desaparecido la mayoría de los enchufes, el cuarto de baño huele a cloaca, se ha unido una tubería de hierro de la calefacción a una de cobre y se creó una fuga de agua que ha estropeado la tarima, el rodapié y los muebles nuevos de una habitación. Todavía hay un agujero de tamaño de un obús en la pared. El armario empotrado tenía la barra tan alta que teníamos que saltar para poner las perchas. Resumiendo: una chapuza en toda regla que ha costado millones de pesetas (no me hago al cálculo en euros).
El albañil ha abandonado la obra más de tres veces antes de darse a la fuga, alegando problemas con los suministros; se ha inventado enfermedades de su madre y suyas, incluso una operación para dar pena. No ha sabido manejar los tiempos y los materiales que ha utilizado son baratos y de poca calidad (nos ha llevado a sitios donde le hacían descuento y estaban en liquidación), ha contratado a carpinteros, fontaneros y electricistas que no están preparados para su trabajo y, cuando había que reclamar, desaparecía. No se ha hecho responsable de sus errores. Me he tenido que hacer una experta en aluminio, electricidad y carpintería para pelearme con ellos. Siempre he pensado que el refrán Bien está lo que bien acaba es cierto; pero aquí no se ha cumplido.  
Me siento como una mujer a la que el novio le ha salido rana. El albañil ha salido chulo y estafador, además de carero, porque promete cosas que están fuera de su alcance. He descubierto que a los mentirosos, que juran en vano, el olor les delata. No sabe hacer de maestro de obras, la obra le ha venido grande. Le debería denunciar por negarse a emitir factura, por incumplimiento de plazos y por estafa, entendiendo como tal recabar un dinero por un servicio que no tiene intención de satisfacer.  Ahora sé que tiene una mala fama merecida en el barrio, que ha sido llevado a los tribunales y ha perdido. No tiene seguro porque le han echado de todos y lo único que le gusta es ver trabajar a los demás, beber y contar chistes. Me parecía listo y es un listillo de poca monta, Otilio y Pepe Gotera todo en uno.
Solo me quedaría denunciarle, proceso lento y costoso que prolongaría la agonía. En lugar de eso, lo desenmascaro en mi blog con esta entrada que se debería llamar Manolete, si no sabes torear, para que te metes, como aviso de navegantes para que sepan cómo es su forma de trabajar, aunque no cite ni su nombre ni sus apellidos.
 Incluyo recomendaciones antes de hacer una obra, sobre todo si sois mujeres solas y no tenéis ni idea de albañilería:
·        Es mejor invertir tiempo en tenerlo todo bien atado antes de la obra que es cuando tienes energías. Te evitará muchos sinsabores.
·        Pedid siempre varios presupuestos y contactar con empresas solidas. Poneos en manos de un arquitecto o aparejador. Al final la obra saldrá más barata.
·        Desconfiad del que viene a trabajar sin materiales: cintas métricas, bolígrafos,  escaleras, trapos, herramientas, si lo hace el primer día, lo hará durante toda la obra.
·        Pedid permiso siempre al ayuntamiento.
·        Vigilad que tengan seguro y que se hagan cargo de los desperfectos que puedan causarte a ti y a los vecinos.
·        No te fíes nunca de las personas que se hacen las simpáticas y son dicharacheras. Ante todo seriedad y eficacia. Que sean resolutivos y no te cuenten pamplinas, ellos son los expertos y tienen que salir del atolladero sin quejas.
·        Las facturas siempre con iva en tres plazos, dejando siempre para el final una cantidad  elevada. Así podrás demandarle. No entregues ninguna cantidad fuera de plazo, aunque te lloren.
·        Poned en el contrato que se penalizará el incumplimiento de plazos en la terminación de la obra. Es la única manera de que se pongan las pilas.  
·        Que se cumplan los horarios laborales. Nada de trabajar sábados o domingos. En ningún caso hará que la obra se acelere.     
 Inhabilitad la nevera cuando hacen la obra, aunque sea el mes de agosto, porque como te descuides, te la llenan de comida y bebidas alcohólicas. Desgraciadamente, tratar bien a las personas en este gremio no supone que te vayan a tratar bien a ti. El intrusismo y la crisis ha hecho estragos en la profesión.

viernes, 19 de febrero de 2016

Lo he vuelto a hacer

Salía de clase y los buscaba con alevosía y nocturnidad.  La primera vez fue un flechazo, lo reconozco, lo miré y acabé con él entre mis brazos, resultó una experiencia laboriosa y apasionante. Poco a poco le fui cogiendo el gusto a la actividad, cuantos más tenía, más quería. Lo hacía para entretenerme en mi tiempo libre, para tener compañía y para que me sirviesen de alguna utilidad. A hurtadillas los subía a mi habitación y les iba cogiendo cariño, aunque no sirvieran para nada, solo para quitarme espacio vital. La vida en común era complicada y los abandonaba con la misma excitación que los encontraba. A veces no sabía cómo quitármelos de encima y tenía que pedir ayuda a mis amigas. Hasta que dije basta, no los necesito,  no hacen más que darme quebraderos de cabeza, es absurdo que invierta ganas y tiempo en ellos.
Pensé que ya estaba libre de la obsesión, pero ayer volví a hacerlo, me encontré otro mueble al lado del contenedor de basura: una escalera de pintor que he subido a casa para aprovecharla no sé en qué. Desde que fui a clase de restauración colecciono los trastos que no quieren los demás.

miércoles, 17 de febrero de 2016

El violín de Ingres





 En la exposición de Ingres me he encontrado con un retrato que no conocía: el de Louis-François Bertin, director del Journal des Débats, un rico empresario editorial en la época de Luis Felipe, el arquetipo del retrato burgués de la época. Si le ponemos unas gafas, el parecido es más que razonable con el director del diario La Razón y expolítico Francisco Marhuenda. El primero, con más canas,  está a punto de explotar y el segundo ya lo ha hecho.
Dejando de lado la tontería, me acordé de la expresión el violín de Ingres, hoy casi en desuso y que hace referencia a personajes que, conocidos por alguna faceta profesional, social o laboral, ejercían ocasionalmente y de manera destacada otra en apariencia muy alejada de  la primera, como es el caso del famoso pintor que era un virtuoso de violín y siempre viajaba con él. También me acordé de Man Ray, artista estadounidense que impulsó los movimientos dadá y surrealista en Estados Unidos tras su paso por el París vanguardista de los años veinte. Como otros muchos surrealistas, se sintió atraído por la obra de Ingres y fotografió a la modelo Kiki de Montparnasse de espaldas, con turbante (como en el cuadro La bañista de Valpinçon) y le pintó los calados de un violín, transformando el cuerpo desnudo de la mujer en el sinuoso instrumento. Haciendo una analogía entre la pasión de Ingres por el violín y la fascinación que le provoca el cuerpo de Kiki de Montparnasse.


























Otra tontería:  qué mal proporcionados están los sensuales desnudos femeninos de Ingres. La columna vertebral de las mujeres parece tener más vértebras de las necesarias y no resistirían ponerse en pie.