domingo, 27 de octubre de 2013

Un día de huelga del profesor esquirol: descansado y sin descuentos

A pesar de las críticas, entiendo que algunos profesores, hartos de solucionar con sus descuentos los problemas económicos de la comunidad de Madrid sin haber conseguido resultado alguno, no hayan hecho las últimas huelgas. Yo misma no hice la anterior, aunque sentirme esquirol me amargó la mañana. Esto me sirvió para descubrir con sorpresa cómo transcurre un día para los no huelguistas; como apenas vienen los alumnos, la mayoría de la jornada se la pasan relajados en la sala de profesores. Además, firman a la entrada,  no a la salida. Resultado: un día descansado sin descuentos. Pero lo que más me indignó fue que se enviará al salón de actos a los alumnos sin profesor y se les pusiera la película Lo imposible. Esperé en vano que mis pocos alumnos de primero de la ESO vinieran a mi clase de lengua porque todos estaban más a gusto viendo el desenlace de la película. Una película dura una hora y media y las clases cincuenta y cinco minutos. Ni entiendo que se ponga ese día un examen, cuando la huelga está apoyada por padres y profesores,  ni veo ninguna razón para una actividad lúdica muy alejada de la docente,  que no se corresponde con las horas lectivas, aunque la ley les ampare.  Hay que tener un mínimo de sensibilidad, porque la huelga se hace para reclamar derechos para todos, es absurdo intentar dar una sensación de normalidad, evitando que los alumnos estén en el patio. Ante esta nueva moda de los equipos directivos, algunos con camiseta verde y que acuden a las asambleas informativas, no cabe más remedio que preguntarse de parte de quién están.  Los enseñantes deberíamos haber aprendido de la huelga de los médicos donde formaron una piña para defender sus derechos y los de los pacientes.
En la última huelga las cámaras de televisión junto con la Jefa de Gabinete de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid eligieron mi instituto para hacer un seguimiento. Todo su interés era sacar clases muy llenas. ¡Viva la objetividad! Después pusieron dos películas. Al día siguiente uno de los peores alumnos del centro me comentó que así da gusto venir al instituto, que por qué no lo hacemos todos los días.

La máquina expendedora de billetes y las monedas falsas de dos euros

Son las 7,30, Plaza de España, Conde de Toreno, introduzco un billete de 20 euros para un bono de diez viajes y me devuelve 4 monedas de dos euros, dos de ellas falsas. Juro en hebreo y trato de introducirlas para sacar otro bono. Error, no las admite. No reclamo porque tengo prisa y además pienso que dudarían de mí. Ahorro monedas de 2 euros para combinarlas con las falsas. Una semana después lo consigo.
Unos meses después, a la misma hora y en el mismo sitio,  con el nuevo abono de transporte, introduzco 55 euros en billetes y pulso la tecla de emitir justificante. Al instante la máquina, repentinamente loca, me devuelve la cantidad introducida en monedas de dos euros, algunos de ellas falsas. El ruido ensordecedor que producen al caer es el mismo que el de una máquina tragaperras, solo faltan las lucecitas y la musiquilla. Las monedas no me caben en ningún sitio y algunas caen al suelo. Esta vez, cabreadísima,  aviso al altavoz que amablemente me responde que tengo que ir a la entrada de Leganitos, justamente a diez minutos de donde estoy. Cuando llego, al contar el dinero me faltan 2,10 y hay cuatro euros en monedas falsas. Menos mal que la chica es simpática; después de varias llamadas y de rellenar un impreso, me devuelve el dinero íntegro sin pedir explicaciones y me ayuda a sacar el nuevo abono. Deduzco que no es la primera vez que pasa. Llego al instituto veinte minutos tarde con el justificante en la mano y el jefe de estudios me dice:
-¡Qué imaginación tienes, qué cosas te inventas para justificar un retraso!

domingo, 29 de septiembre de 2013

El velcro imantado

El anorak se lo regaló su chica después de mucho buscar por todas las tiendas de Madrid. Que sirva para la lluvia, que lleve capucha, que tenga bolsillos interiores y exteriores, que no sea oscuro. No pasaba desapercibido, era de color azul eléctrico con forro polar de color gris, por lo menos tenía seis bolsillos y se hacía impenetrable al frío exterior por medio de varios velcros que se podían plegar. En el metro ocurrió el extraño fenómeno, se abrió la cremallera e inmediatamente se le pegó a la cinta adhesiva del  velcro la bufanda de una chica rubia que pasó a su lado. Se deshicieron en excusas. Al día siguiente fue el pelo de un chaval de cuatro años el que se adhirió a su manga. Hubo lloros. Por la tarde, virutas de jamón del bocadillo de su vecino inexplicablemente acabaron en su pechera. Luego fueron las monedas que una anciana intentaba introducir en la máquina expendedora de billetes. Se las devolvió.  Todos los objetos que se caían a su alrededor acababan misteriosamente imantados por el velcro: periódicos, dientes, pelusas, caramelos, carteras, rosarios, gafas... Por la noche los depositaba en  un vaciabolsillos. Harto de ser un cazatesoros de objetos absurdos, decidió cerrar el anorak a cal y canto. Aunque sudara. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

El guardián invisible, Dolores Redondo

La novela se lee bien y entretiene.

La casa redonda, Louise Erdrich

Interesante novela costumbrista, reivindicativa de la historia y de las instituciones indias con tintes de novela negra. A lo largo de esta novela (que reci­bió el Natio­nal Book Award en 2012) Erdrich nos mos­trará de la mano de su joven protagonista cómo es la vida en una reserva india, cómo los adul­tos aún con­ser­van sus tra­di­cio­nes y cos­tum­bres, mien­tras que los jóve­nes son cada vez más “blan­cos”, así como las situa­cio­nes de racismo a las que toda la comu­ni­dad se ve some­tida . Más interesante al comienzo, cuando exalta los valores de la familia, el amor, la lealtad y la amistad con dosis de humor, que al final, cuando hace presagiar el desenlace trágico.

Conductas fuguistas



Es bien sabido que a todos nos gustaría ausentarnos alguna vez de la cárcel  en la que vivimos en busca de la libertad y felicidad, pero no nos atrevemos por pereza, cobardía o egoísmo. En la familia García, excepto el abuelo, al que el sentido del deber le impidió hacerlo, todos lo intentaron por lo menos una vez. Todos volvieron. Nunca hablaron de ello. La abuela se escabullía una vez al mes. El hijo menor se escapó cuando era pequeño aprovechando un descuido de la cuidadora. El mayor se fue a vivir a otro país.  Una nuera se fue con la música a otra parte y abandonó el domicilio común. El nieto pequeño con apenas dieciocho meses se fugó de la guardería y se subió en un autobús sin que nadie se diese cuenta y consiguió llegar hasta el final del trayecto.  Otros dos nietos construyeron un túnel del colegio junto a la verja del patio para evadirse con sus compañeros. Incluso lo intentaron los animales domésticos.  La perrita se soltó del collar y apareció una hora después temblando en el garaje debajo del coche familiar. Dos perras rescatadas de una perrera estuvieron perdidas en el campo cuatro días hasta que fueron encontradas casi deshidratadas. El loro se esfumó por la ventana un día nevado. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tuberculosis y literatura


Siempre me ha intrigado esta enfermedad que frustraba las pasiones, que mientras debilitaba la voluntad, fortalecía la mente, que propiciaba el reposo y la exaltación de los sentidos y que va unida a la espiritualidad y la creatividad. El instituto donde doy clases fue un antiguo sanatorio antituberculoso, mi abuelo materno y un tío murieron a causa de ella en la posguerra española, sin que nadie en mi familia se atreviese a citar su nombre, como si fuera una enfermedad vergonzante, y trajo como consecuencia que nunca se dieran besos por miedo al contagio; en mi hombro izquierdo tengo la señal de la tuberculina, vacuna necesaria para la matriculación en la carrera de Filosofía y Letras.

La tuberculosis, conocida desde muy antiguo como consunción, tisis, mal del rey o plaga blanca, es una enfermedad infecciosa causada por micobacterias (fundamentalmente Micobacterium tuberculosis) con gran variedad de cuadros clínicos dependiendo del órgano al que afecte.  En el siglo XIX se mitifica la enfermedad e incluso se propaga la creencia de que su padecimiento provoca "raptos" de creatividad o euforia más intensos a medida que la enfermedad avanza . Por esa misma época, Alejandro Dumas, hijo, publica La dama de las camelias, la historia de Margarita Gautier, la elegante cortesana enredada con adinerados jóvenes burgueses, que también desfallece de tisis y de amor. La obra igualmente inspiró otra célebre ópera: La Traviata de Verdi. Pero arte y vida se parecen y la lista de escritores, poetas, músicos y artistas muertos por tuberculosis en el siglo XIX, e inicios del XX, es larga y notable: Novalis, Schiller, John Keats, Bécquer, Chéjov, Chopin, Kafka, G.H. WellsMaxence Van der Meerschentre otros. Un caso extremo es el sucedido a las hermanas Brontë: las tres, todas ellas escritoras, murieron en un lapso de siete años, entre 1848 y 1855, víctimas de la tuberculosis.
La leyenda comenzó a desvanecerse a partir de 1882 cuando Robert Koch descubrió el bacilo que causaba la infección. En el siglo XX la enfermedad será asociada a la pobreza e insalubridad y su aura romántica se apagará para siempre. Miguel Hernández murió en la cárcel de tuberculosis. Padecieron está enfermedad: Vicente Aleixandre,  Rafael Alberti, Miguel Delibes, Camilo J. Cela, Ángel González y Rosa Montero, que desde los cinco años hasta los nueve estuvo recluida en casa donde se dedicó a leer y escribir.

La novela  brinda numerosos ejemplos de la influencia de la tuberculosis en el pensamiento cultural:

La montaña mágica de T. Mann (1924)
El joven Hans Castorp visita a su primo Joachim Ziemssen, enfermo de tisis, en Davos y acaba sucumbiendo al hermético encanto del lugar. Una ligera afección lleva a que la estancia, planeada en principio para siete días, se alargue primero a siete meses y finalmente a siete años. Castorp sólo saldrá de allí para alistarse en la gran guerra.

Pabellón de reposo de Camilo José Cela (1943)
Cela describe sus vivencias durante el tiempo que vivió en un sanatorio para tuberculosos. En ella siete enfermos casi terminales ven pasar sus últimos días en un pabellón que les proporciona de todo menos reposo. Aislados físicamente del resto del mundo por su dolencia, reflexionan constantemente sobre la enfermedad y la muerte; porque antes del descubrimiento de la estreptomicina (aislada en octubre de 1943), la cura sanatorial era la última esperanza para intentar escapar a una enfermedad que, prácticamente, era sinónimo de muerte. El libro llegó incluso a ser prohibido en este tipo de instituciones, temiendo los médicos que causase en sus pacientes el mismo desasosiego que sufren los protagonistas.

El jardinero fiel  de John Le Carré (2001)
En la novela de John Le Carré El jardinero fiel, llevada al cine por Fernando Meirelles (2005), se desarrolla una trama alrededor de las pruebas para un fármaco antituberculoso realizadas por una multinacional farmacéutica en África y desarrolla el tema de una posible pandemia mundial de tuberculosis debida a la aparición de cepas muy resistentes a los tratamientos antibióticos conocidos hasta el momento. 

Para saber más: