domingo, 2 de septiembre de 2018

Larga vida a las servilletas de bar

El descubrimiento de unas servilletas con unos divertidos mensajes de autoayuda en un bar de Castellón, me ha hecho darme cuenta de lo poco que nos fijamos en el poder de este papel liviano y casi transparente que nos ha acompañado desde la infancia y que por ahora es gratis. Su utilidad es manifiesta: sirven para limpiarnos de cualquier resto de suciedad originada por bebidas y alimentos. Parecen de usar y tirar y sin embargo pueden llegar a perdurar en el tiempo; en su modestia guardan castillos de arena y manchas de carmín, sueños y quejas, amores y amistad, garabatos y poesía. Ahora, me temo, parte de su dimensión mágica ha sido arrinconada por el uso del teléfono móvil.

En ellas hemos apuntado teléfonos, dividido la cuenta o pergeñado la lista de invitados a un cumpleaños; de niños hemos formado pelotas convertidas en proyectiles y jugado a la caída de la moneda para hacer preguntas indiscretas en la adolescencia; hemos esbozado un dibujo o un plano de una casa, incluso nos han acompañado al servicio cuando no había papel higiénico; otras veces, en momentos de nerviosismo, las hemos arrugado y después, olvidadas en un bolsillo del pantalón, han impregnado con su celulosa todas las prendas de la lavadora. Algunas se empaparon de lágrimas, otras salieron volando en forma de grullas o aviones. La mayoría acabó alfombrando el suelo.


En las mesas de los bares, el escritor, a veces también pintor, se sentaba al lado de los servilleteros repletos de papel blanco, doblado, liso, y sobre él depositaba la suave tinta que traspasaba la hoja creando borradores de historias. Hay muchos poetas de servilleta anónimos y conocidos. Incluso un libro, Poemas de la servilleta, donde Kepa Murua expresa su forma de entender el arte de la escritura que comenzó con la redacción de sus primeros versos en los bares a los que acudía con sus amigos: “Era un joven estudiante que escribía en las servilletas, con un bolígrafo azul, mientras los demás bebían y reían sin parar. No es que me disgustara la risa o que rechazara la alegría, pero me llenaba mucho más escribir de mis sentimientos en un papel en blanco”.

Frágiles, soportan todo tipo de publicidad y de reivindicaciones; inspiran a escritores, pintores y editores, y llenan nuestro cajón de recuerdos casi indelebles. ¡Larga vida a las servilletas de bar!


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