lunes, 19 de marzo de 2018

Monstruos de buenas esperanzas, una novela bizantina de Nicholas Mosley

Nicholas Mosley, Monstruos de buenas esperanzas, traducción de Celia Montolío, Siruela, Madrid, 2000, 602 páginas.
Abandonados el ganchillo y las series, volví al remanso de los libros y me dediqué a leer esta novela que me habían prestado aunque no recomendado. En primer lugar, debo decir que el sugerente título no se corresponde con una novela de terror, un "monstruo de buenas esperanzas" es un término inglés que alude a un espécimen biológico nacido antes de tiempo, cuando las condiciones biológicas del entorno no le son todavía plenamente propicias. Tampoco es un libro de biología, es un totum revolutum con estructura de novela bizantina.
Mosley narra las vidas paralelas de Max, un estudiante inglés de física y biología, y Eleanor, una chica judía alemana educada en los círculos revolucionarios de Rosa de Luxemburgo, y sigue sus encuentros por los escenarios de la Europa de entreguerras. A la vez, nos muestra el pensamiento científico y filosófico de esas décadas, desde el furor por Freud hasta el principio de incertidumbre de Heisenberg y las profundidades del átomo, desde las teorías darwinistas hasta las paradojas lógicas, desde las clases magistrales de Heidegger y los experimentos antropológicos hasta la argumentación cientificista de la bomba atómica. Y como fondo histórico, registra los cambios en la forma de vida y la ascensión del nazismo, el período estalinista de la revolución soviética y el inicio de la Guerra Civil Española.
Para mí, la originalidad de la obra radica en que, a finales del siglo XX, sigue algunos de los esquemas de la olvidada novela bizantina renacentista: encuentros y separaciones de una pareja de enamorados que tras diversas vicisitudes acaban juntos como premio a su constancia.  Estos enamorados van recorriendo diversos países y conocen remotas y exóticas culturas, el cautiverio, los sueños premonitorios, las muertes simuladas, el regreso a la patria. No se dan, en cambio, los principios de idealización y castidad, ni el narrador en tercera persona. Los capítulos están alternativamente escritos por Max y Eleanor como parte de sus diarios con un epílogo del conarrador que da al traste con un final feliz: el mundo se derrumba irremediablemente y tal vez la humanidad sea inviable. Desde el comienzo aparece una rara naturalidad para las relaciones sexuales entre insufribles diálogos con incontables dijo-dije.
En resumen, una novela  que prometía mucho y que se va desinflando por el camino, peca de superficialidad porque la ficción literaria no es la manera más eficaz de explicar la ideología y los acontecimientos históricos y porque los personajes son planos y poco creíbles y sus abundantes peripecias poco interesantes. A la novela le falta vida y descripción de ambientes y personas. Ya se sabe que el que mucho abarca poco aprieta,

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