miércoles, 1 de febrero de 2017

La espuma, Palacio Valdés

Pereda, Galdós, Palacio Valdés y Menéndez Pelayo

Hasta ahora no había leído nada de Palacio Valdés. En mi época universitaria no estaba muy valorado, supongo que tuvo que luchar contra la sombra que proyectaban los dos grandes gigantes de la literatura de su tiempo, Galdós y Clarín, a los que dedicamos muchas lecturas y comentarios. Aunque en su dilatada carrera como escritor tuvo bastante éxito fuera y dentro de España y se hicieron varias adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas (La hermana san Sulpicio, La fe, Las aguas bajan negras, adaptación de La aldea perdida).
Después de la lectura de La espuma (1890) he descubierto que el escritor asturiano está a la altura de sus amigos de generación. Su estilo ameno, humorista y sensual destaca sobre todo en la descripción de personajes y costumbres. Los que lo han tildado de conservador, sentimental y mediocre no conocían bien su obra, porque, aunque no era revolucionario ni anticlerical, no se le puede acusar de cursi ni de localista.  A él también le dolía España y destaca su amor por la justicia, por el bienestar social y la redención de las clases más humildes. Sus críticas a la alta sociedad están basadas en un catolicismo reformista y en las ideas socialistas. El propio autor afirmó: «Yo soy católico, pero huyo de las pasiones de los católicos, contrarias enteramente a la doctrina de Jesucristo. Aquí en casa he tenido curas y frailes que vinieron a sondear mi espíritu y a inclinarme hacia finalidades políticas que están muy lejos de mi corazón. No me explico al católico germanófilo. Es una aberración. Y es que muchos católicos lo son por reaccionarios. Yo, por católico, soy liberal y republicano si me aprieta un poco.»
La espuma nos sitúa en las altas esferas de la aristocracia y la burguesía madrileñas –la espuma de la sociedad, la crème de la crème- para mostrarnos los salones donde se elevan y derriban gobiernos y se hacen los grandes negocios. Presenta la decadente aristocracia madrileña con sus amoríos, fiestas y lujos estériles: Clementina, hija ilegítima del duque Antonio de Salabert, esposa de Tomás Osorio, abandona a su amante Pepe Castro, encaprichada del ingenuo Raimundo Alcázar. Los jóvenes viven entre fiestas y matrimonios de conveniencia, cambios de amantes y frustraciones. Al morir la madrastra de Clementina, ella deja a Raimundo para prosperar con un amante más influyente.
El capítulo XIII me ha sorprendido enormemente, Salabert ha especulado y comprado al Estado las minas de Riosa (trasunto literario de Almadén) e invita a sus amigos para pasar allí una jornada. Dentro de una galería celebran un banquete surrealista, digno de una película de Buñuel, donde toma la palabra el médico de la mina, Quiroga, y les hace ver la realidad de los mineros, que padecen todas las secuelas que conlleva una vida insana y un salario mísero, rebelándose entre sarcasmos contra la injusticia social impuesta por un capitalismo sin entrañas que hace trabajar incluso a niños de siete años. Los comensales aparecen levemente conmocionados para olvidarse enseguida.
El retrato de la sociedad española de la Restauración que hace el escritor asturiano tiene vigencia plena en la actualidad. No ha cambiado, nuestra clase dirigente está formada, como entonces, por personajes codiciosos, deshonestos y cínicos que solo se mueven por poder y dinero en beneficio propio.

La siguiente novela que leeré será sin duda Marta y María. Mis padres hablaban muy bien de ella

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