jueves, 23 de abril de 2015

"Fu de erretas" y el corrector impenitente

Maestro de la ortotipografía. Dotado de una vasta cultura, experto en griego y latín. Solitario e implacable, donde ponía el ojo veía la errata. Era un zahorí de errores, detector de fallos de racord, sabueso de faltas de ortografía, buscador incansable de antropónimos y topónimos mal escritos y peor situados. Dotado de una sensibilidad extrema para captar equivocaciones, descubrir incongruencias subterráneas y  muletillas metalíferas que encontraba en cualquier sitio: en  la portada de un libro, en una nota al pie de página, en la bibliografía, en el índice, porque no hay peor corrector que el propio autor y cuatro ojos ven mejor que dos. Daba igual que el texto fuese manuscrito, mecanografiado, o autocorregido por word. Llegó a asumir las funciones de un negro literario haciendo legibles textos infumables. Su paciencia era infinita, tanta como el malestar que creaba a su alrededor: el rojo utilizado en las correcciones acababa tiñendo también las mejillas avergonzadas de sus amigos escritores. Desempeñó este oficio no remunerado y poco reconocido unos pocos años. Lo abandonó súbitamente porque no pudo perdonar a la editorial el terrible fallo que cometió en su único libro al titular como "fu de erretas" la página de papel con las equivocaciones que su propio informático había creado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario