jueves, 27 de junio de 2013

Una novela muy divertida: Braille para sordos de José María Mijangos

A José María Mijangos lo podemos ver en una librería, convertido en uno de los personajes que inventa, músicos o escritores que han nacido para perder incluso en los momentos de mayor éxito. La primera novela que leí,  Soul Man, narra las hilarantes peripecias de Cleophus Taylor Brown, un afroamericano oriundo de Menphis haciendo barrabasadas por el Madrid casposo y provinciano de los sesenta. La segunda, publicada unos años antes, Braille para sordos, para mi gusto mejor y más divertida, cuenta la historia de un escritor de novelas policíacas, con ecos de Max Estrella y del protagonista de La tía Julia y el escribidor,  que había disfrutado también de los años sesenta y que malvivía arrastrando su ceguera tras pasarse media vida en la cárcel. Las dos novelas son tremendamente divertidas, con un ácido sentido del humor, parecido al de Tom Sharpe.  He disfrutado leyéndolas y el único pero que puedo poner es la ausencia de personajes femeninos creíbles: las pocas mujeres que aparecen son unas arpías que destrozan a los hombres con los que se casan.

domingo, 16 de junio de 2013

Cuesta arriba


No se estaba nunca quieto, en las fotografías siempre aparecía movido, columpiándose en todo lo que pillaba de tal manera que mayores y pequeños aparecían descolocados, más pendientes de él que del objetivo. Un torbellino de cinco años que, sobre todo, inquietaba al padre Basilio por su espíritu indomable y su inteligencia fuera de lo común. Sus orejas de soplillo estaban atentas a cualquier novedad y sus ojos de miope le daban un aire maduro irritante. Cuando recibía la paga los domingos, salía disparado, con la fuerza que le daba su cuerpo pequeño, a comprarse golosinas y tebeos al quiosco de periódicos, luego se sentaba a silbar en un banco mientras leía. Iba a hacer la comunión junto a sus compañeros en la iglesia de los salesianos y  las horas de catecismo se le hacían interminables. El día que le tomaron la foto estaba escuchando en boca del salesiano: “Dios lo puede todo, es omnipotente, no hay nada que se escape a su sabiduría, es el creador del universo, puede hacer lo imposible…”. Emilito se rascó la nuca y le interrumpió:
-Padre, Dios no lo puede hacer todo.
El sacerdote se preparó para regañarle y le contestó:
-¿Cómo que no puede hacerlo todo?
-¿A que no es capaz de hacer una cuesta arriba que no tenga cuesta abajo?
Rojo de ira y sin palabras, el padre Basilio le dio un reglazo en toda la cabeza que le dolió más a él que al niño. Cuando llegó el fotógrafo, los alumnos, dóciles y calmados, siguieron las instrucciones. No hubo que repetir la instantánea.

domingo, 9 de junio de 2013

El placer de aprender y la pasión de enseñar

Interesante artículo que contiene muchas verdades:

"Pero es que el desprecio con que se trata a los profesores desde la implantación de la dictadura, y que apenas se ha mejorado en la democracia, es otra de las simas que no se han superado y que condenan irremisiblemente al fracaso a nuestro sistema educativo. Mal pagados, abrumados por tareas superiores a cualquier capacidad humana, y denostados como culpables del retraso endémico de nuestra instrucción, los profesores se han convertido en un colectivo de segunda categoría al que muy pocos querrían pertenecer. De tal modo, la enseñanza es el último remedio para obtener un empleo, cuando no se puede administrar una empresa rentable o el nivel de las pruebas no permite acceder a la física nuclear. En consecuencia, una buena parte del profesorado no tiene vocación alguna para una tarea tan dura, tan ingrata, tan mal retribuida y tan poco estimada. Y con la desgana con que enseñan los alumnos no pueden sentirse motivados. En consecuencia, unos constituyen una clase explotada y sin reconocimiento, y los otros se convierten en ciudadanos mal formados, desinteresados de la cultura y frustrados en sus pretensiones de hacerse ricos".

Una mujer de bandera


Parecía una estrella de Hollywood: melena negra y rizada, ojos soñadores, tez blanca, cuerpo delgado y cinturita de avispa. Una luz en el panorama gris de la posguerra, un plato de miel rodeado de abejas, una luciérnaga en la noche oscura. Era oficialmente la guapa del pueblo, la insignia, el estandarte junto con el castillo y la iglesia arciprestal. A su paso se abrían las persianas envidiosas de las mujeres y se levantaban las pasiones de los hombres que, firmes y hechizados, la reverenciaban. Ella lo sabía, aunque su familia puritana la llevaba a raya. “Eres guapa entre las feas, pero fea entre las guapas”, le repetían continuamente. Se fue a estudiar a la capital,  lejos del fichaje familiar. “Para qué querrá estudiar con lo guapa que es”.  Allí le llovían pretendientes de todas las edades y condiciones. En el escaparate de una joyería, un estraperlista con sombrero y anillo de diamantes, se le acercó: "Lo que le guste es para usted". Halagada,  se escapó sonriendo.
Los días de arroz y tartana pasaron pronto, su padre murió, apenas quedaba dinero en casa, era hora de casarse y de sentar la cabeza. Se decantó por un vecino. Fue una sabia decisión, su marido, conocedor de que en la educación cristiana no cabe la infidelidad, estuvo enamorado hasta el último día. Y  ella siguió levantando pasiones hasta que el otoño de la edad media apareció y su estrella se eclipsó: “Con lo guapa que era".  Entonces, con su bandera a media asta,  dejó de ser un blasón para la hombría de los varones y nunca comprendió el dicho popular de que la suerte de la fea, la guapa la desea.