sábado, 2 de noviembre de 2013

Chema, loco de la vida

Ana iba, como siempre. corriendo cuando se tropezó con él en una esquina de la Gran Vía. Se quedó tan helada que no supo reaccionar. Un hombre que no pedía dinero, de unos sesenta años, con  bigotes pelirrojos y gafas de montura redonda, estaba sentado inmóvil mirando al vacío, a su lado había una multitud de bolsas. Inmediatamente se acordó de ese chico moreno, Chema, fibroso y delgado con boina a lo Ché Guevara, que ocultaba una calva incipiente. Nunca supo por qué apareció de repente entre el grupo de compañeros de la facultad en la feria de San Isidro, ni por qué se arrimó a ella como a ese cachorro de perro que llevaba en sus brazos. Hablaba poco, arrastraba oscuras historias del pasado en tierras de Cuenca, no tenía ocupación alguna ni domicilio conocido. Ana pasó de sentirse halagada por ser la elegida a sentirse acosada por ese ser hermético que parecía sentirse feliz a su lado sobre todo cuando la besaba. Esos besos a ella le sabían raros, a desequilibrio mental y a soledad. Un día casi se matan en el parque del Oeste porque no se dieron cuenta de que había una escalera y la bajaron prácticamente volando. Otro tuvo que echarle de casa porque no se iba. Al día siguiente algunos vecinos dijeron que había un hombre sospechoso que había pasado la noche en la escalera. Empezaban los exámenes y tenía que estudiar, lo dejó plantado en el metro de Banco de España. No quiero volver a verte, esta historia ha llegado a su fin. Chema se quedó inmóvil, con el alma partida, viendo como desaparecía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario